Opinión · Otras miradas
El narcisismo de las pequeñas izquierdas
Politóloga y doctora en Humanidades
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Cualquier persona que se pasee estos días por Twitter puede asistir de manera gratuita a un espectáculo degradante muy parecido al del famoso vídeo en el que dos ratas se peleaban por un churro. El meme tan conocido y apreciado por muchas de nosotras es la perfecta definición de la lucha que hoy promulgan algunos y algunas dirigentes de izquierdas por el interés de un electorado, o una audiencia, que hace ya mucho tiempo perdió el interés en ellos y ellas.
La pérdida de interés y confianza es multicausal (como casi todo), pero el circo montado por determinadas cuentas falsas, bots, expolíticos, militantes y personas que frecuentan platós nos permite observar una de esas razones: la incapacidad en las izquierdas de tener un enemigo de derechas durante el tiempo que transcurre entre elección y elección. En época de precampaña y campaña se nos azuza y zarandea mediante el miedo para despertar nuestra sensación de deber y hacer que les votemos para acabar con la extrema derecha. No obstante, tras el proceso electoral vuelven a pelearse por un churro y reforzar nuestra desafección.
Como pasa muchas veces con las ratas, podemos pasar por su lado tapándonos la nariz o los ojos, un gesto muy conocido para el electorado de izquierdas, que ante el constante auge de la extrema derecha vota sin querer mirar la papeleta por el pudor que le produce votar a quienes han preferido gastar su energía en asuntos alejados de las preocupaciones del común de los precarios. Los cismas internos, las luchas de poder (asientos) o la creación de perfiles hiperpersonalistas son algunas de las tareas autoimpuestas que han dejado atrás necesidades tan básicas como la de crear músculo territorial o defender los intereses de la clase explotada. Sin embargo, y aunque estemos más que acostumbrada a esta pulsión de autodestrucción propia de los partidos de izquierdas, lo cierto es que esta ha saltado a otro tipo de escenarios: las redes sociales, los medios de comunicación y el resto de los espacios donde expertos de todo tipo centran sus análisis en darle en la nariz al otro. La batalla por el número de seguidores, lectores o likes termina por generar una competitividad cruda y vil entre muchos comunicadores que deberían tener mayor interés en llegar a personas no concienciadas que en producir ultras que terminen por funcionar como legiones de bots contra aquellos a los que ya no son considerados "puros". La batalla cultural no se da contra la derecha, sino en un pequeño nicho ya cansado de tanto espectáculo deplorable.
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Lo impactante de todo esto no es la pulsión (inherente) de las izquierdas a la autocrítica, la denuncia y el cuestionamiento, sino que de manera constante toda esta actividad quede reducida a una pelea entre diferentes espacios de la izquierda que se diferencian, más bien, poco. Freud llamó a esta inclinación agresiva (a la que no nos gusta renunciar) el narcisismo de las pequeñas diferencias. Esto es, el fenómeno por el cual las diferencias más nimias acaban convirtiéndose en grandes elementos para la confrontación, el ataque y la hostilidad. Si podemos señalar un origen de esta inclinación es precisamente la identitaria narcisista. Hay una necesidad de demostrar que se es superior, un vicio en los partidos de izquierdas que se dedican a tachar como inmoral o estúpido a quienes no confían su voto en ellos.
La superioridad aquí está clara: yo soy más de izquierdas que tú. Miquel Ramos ha sido una de las caras visibles de esta diana a la que van dirigidos unos dardos que, imagino, se han hecho con los huesos de Lenin. Parece que hay una lista que indica a qué medios es legítimo ir si se es de izquierdas, otra de qué publicaciones leer, otra sobre qué subpartido del metapartido del expartido es el legítimo para representar nuestros intereses. Curioso es que todas estas formaciones políticas y medios nacieran como iniciativas cuyo espíritu era el de convertirse en un instrumento para representar la voluntad popular y, sin embargo, han acabado instrumentalizando al electorado y a la audiencia para alimentar un narcisismo insaciable.
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En esta disputa narcisista por ser reconocidos como la izquierda a la izquierda, pierden la capacidad de reconocer su alrededor y su localización en este. La izquierda a la izquierda de todo nunca ha estado (y nunca estará) en la institución, y los ejercicios de humildad vendrían bien a la hora de darse cuenta de que son los movimientos sociales los que consiguen los cambios. A quienes no se pelean por un churro, sino que buscan compartirlo, ver a unas ratas pegándose por él solo les produce desafección y un auténtico sentimiento de cringe al ver a determinados líderes de opinión tirándose barro encima para ganar la competición sobre quién lleva más razón en su pronóstico fatalista sobre el futuro y sobre quién y dónde puede emitir sus verdades absolutas.
Detrás de dos ratas que luchan por un churro hay un humano mirando por encima y riéndose de ellas mientras tira las migajas de lo que ya no desea. Quizás, sea allí donde debamos poner nuestro deseo de aniquilación.
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