Opinión · Dominio público
Que se presenten a las elecciones
Periodista
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Eran otros tiempos y otros personajes, pero la historia permanece siempre la misma. En Madrid, en el paisaje alborotado de Sol, se extendían lonas de campamento y brotaban aquellas pancartas tan mayo del 68 con lemas indignados contra el bipartidismo y la dictadura de los mercados, derecho a techo, no hay pan para tanto chorizo, no somos mercancía en manos de políticos y banqueros. Los gobernantes de la vieja escuela, cómo no, miraban el panorama con un mohín condescendiente y hasta se permitían de vez en cuando la caridad de un consejo. “Los antisistema deberían presentarse a las elecciones”, dijo entonces Esperanza Aguirre en una entrevista con El País.
No era una ocurrencia peregrina sino una declaración doctrinal, una suerte de desafío que iba a repetir dos años después María Dolores de Cospedal durante un acto celebrado en Donostia. La ex secretaria general del PP, recelosa del bullicio pancartero, censuró que los movimientos sociales camparan por sus respetos gracias a nuestro querido régimen de libertades. “Si quieren representar a la sociedad, deberían entrar en el juego de la representación”. La democracia, por lo visto, es negocio exclusivo de los parlamentos. Todo lo demás cae en el ancho descampado de la demagogia y el populismo.
Las palabras de Aguirre y Cospedal regresaron más de una vez a los titulares como una especie de bumerán cargado de karma. En 2014 y 2015, todas las encuestas llegaron a ubicar a Podemos como primera fuerza en intención de voto. Ahora Madrid se instaló en la alcaldía de la ciudad con un equipo de cuadros políticos salidos en parte de las acampadas. Fue tan estruendoso el desastre pepero que Esperanza Aguirre hubo de abandonar la presidencia madrileña del partido. El regocijo del bumerán y del karma funciona solamente si aceptamos que Podemos y Ahora Madrid son hijos putativos del 15M. Se trata de una licencia excesiva pero el sentido de justicia poética es innegable.
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Pocas veces, sin embargo, se han recordado las declaraciones de Aguirre y Cospedal en su sentido más estricto. Lo que transmitían y aún transmiten los líderes del PP es un restrictivo sentido de propiedad sobre las instituciones. Así, el derecho a la protesta solo adquiere su legitimidad si se alinea con las aspiraciones derechistas. En mayo de 2024, cuando las jaurías ultras tomaron las calles de Madrid, nadie pidió a la muchachada que concurriera a las elecciones. Entre otras cosas porque muchos de sus líderes ya habían concurrido. Y las habían perdido. Y entre otras cosas, también, porque la propia Esperanza Aguirre estaba tomando la calle. Las vueltas que da la vida.
El pasado lunes, la jueza Belén Pérez absolvió al extremoderechista que atizó varios meses de caceroladas frente al domicilio de Pablo Iglesias e Irene Montero. La letrada de Abogados Cristianos ha conseguido reducir a nada los tres años de prisión que reclamaba la Fiscalía. Según la sentencia, no existen pruebas de que Miguel Frontera encabezara ningún hostigamiento. Al absuelto lo hemos visto lucir pulseras de Vox y posar sonriente junto a Esperanza Aguirre. Nadie le pidió nunca que abandonara el acoso para presentarse a las elecciones. Al contrario. El acoso es el recurso desesperado de aquellos que no han terminado de aceptar el veredicto de las papeletas.
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Y es que la democracia puede resultar un plato indigesto cuando las mayorías no cocinan a nuestro gusto. El otro día, Canal Red difundía una conversación del juez Joaquín Aguirre, que se jacta de haber abortado la Ley de amnistía por sus santísimas gónadas togadas. Todo ello con el propósito declarado de subvertir la expresión de las urnas: “Al Gobierno le quedan dos telediarios alemanes. Y ya está. A tomar por culo”. El juez Aguirre pudo haber elegido el activismo de una siglas políticas, pero ha encontrado una trinchera más eficaz en la judicatura. Ya ves, amiga Esperanza, que hay militancias posibles fuera de los parlamentos.
“El que pueda hacer, que haga”, dijo el año pasado José María Aznar en una comparecencia junto a Alberto Núñez Feijóo. Y es que, frente al Gobierno de Pedro Sánchez, “la inhibición no tiene hueco”. A buen entendedor pocas bravatas bastan. Alguien podría deducir, con cierto tino, que el ex presidente está enmendando la plana a Aguirre y a Cospedal. Que en realidad no hace falta concurrir a ningunas elecciones para interferir en la política parlamentaria y combar a placer la voluntad popular. De aquí emana un sentido un tanto peculiar de la democracia: es preciso votar una y otra vez hasta que los gobiernos retornen a sus legítimos propietarios. Preguntad a Esperanza Aguirre y a Eduardo Tamayo.
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¿Cómo es posible que un tipo convoque cencerradas diarias frente al hogar de un vicepresidente sin que las autoridades intervengan con toda la contundencia? ¿Cómo es posible que un juez abra causas delirantes contra el president de la Generalitat con ánimo de frustrar la conformación de un gobierno? “El que pueda aportar, que aporte”, dijo Aznar a la verita de Feijóo, y los más fulgurantes medios de comunicación han contribuido a la escabechina con argumentos de baratillo. Todo por la patria. Nadie le ha pedido nunca, pongamos por ejemplo, a Nacho Abad que se presente a las elecciones porque sabe que puede hacer su mejor aportación derechista desde los platós de Mediaset.
Cuenta Danielle Mitterrand que un día le preguntó a su esposo por qué no estaba cumpliendo su programa político como presidente. François le confesó que no tenía fuerza para confrontar a todo el engranaje del capitalismo. “Había ganado el Gobierno pero no había ganado el poder”. La historia nos demuestra que la soberanía parlamentaria siempre ha estado restringida por un enjambre de núcleos de presión, escuadristas de acoso domiciliario, jueces desjusticiados, patronales de anchos patrimonios y empresas comunicativas que barren siempre para la misma casa. Si quieren hacer política, que se presenten a las elecciones. O al menos, que dejen de llamarlo democracia.
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