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Opinión · Posos de anarquía

Desamparo ante el virus del Nilo 

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Un trabajador durante las labores de fumigación contra los mosquitos causantes del virus del Nilo en Coria del Río, Sevilla. – Mª José López / Europa Press / Archivo

El Virus del Nilo Occidental (VNO) vuelve a sembrar el pánico en Andalucía. Ya son tres las personas fallecidas este verano y los contagios se cuentan por decenas. Como viene sucediendo desde hace años, los habitantes de regiones como la ribera del Guadalquivir se encomiendan como única protección al confinamiento durante determinadas horas del día o el uso de repelentes e insecticidas. Saber que en el 80% de los casos la enfermedad se pasa asintomáticamente no es consuelo para quien le toca la china y corre el riesgo de muerte. 

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2020 fue el peor año que se recuerda por el azote del VNO. Entonces, llegaron a fallecer siete personas y otras dos permanecieron ingresadas en el hospital durante mucho tiempo por presentar secuelas neurológicas graves. Y es que los síntomas neurológicos, desde meningoencefalitis a encefalitis o meningitis, acechan a quienes son picados por el mosquito transmisor.  

Leía recientemente el testimonio de una vecina de Puebla del Río (Sevilla) que afirmaba que aunque dicen que es más probable que a una le toque la lotería que el mosquito le pique y sufra meningitis, en su familia ya ha tocado la lotería dos veces, con efectos fatales para su madre este mismo verano. A esta mujer le sobran las estadísticas y le faltan medidas efectivas contra un virus que no hay verano que no ponga en jaque a esta región.  

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Las medidas preventivas tienen menos efectos entre aquellos que se dedican al cultivo del arroz, que precisamente es donde mayores concentraciones de mosquitos se dan por la cantidad de agua estancada. Los agricultores reclaman el uso de insecticidas como la saditrina pero no les está permitido en este tipo de cultivos. Y los contagios siguen creciendo.  

El cambio climático está presente de nuevo en esta problemática. El continuo aumento de las temperaturas hace que ya desde Semana Santa se registre un aumento de esos mosquitos, cuando hace años la bajada del mercurio en invierno hacia que el insecto tardara mucho más en aparecer. Otra lección más que han de aprender los negacionistas de la emergencia climática que vivimos. 

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Para las poblaciones que viven asoladas por esta amenaza que, incluso, genera angustia durante los 14 días desde que se produce la picadura hasta que averigua si hay síntomas o no, no hay consuelo. Desde su punto de vista, no se ha avanzado un ápice en resolver la situación en más de cinco años. El desamparo es absoluto. Su desesperanza se da de bruces con otra de las realidades del mundo actual: mientras no haya un nivel de casos que pueda considerarse masivo, no se investiga por una sencilla cuestión de que no hay negocio. Hace tiempo que se iniciaron los trabajos para desarrollar una vacuna contra este virus, pero la falta de financiación dio al traste con esa iniciativa. Preservar vidas humanas no es suficiente retorno de la inversión. 

Así las cosas, pónganse en el lugar de alguno o alguna de las habitantes de estas localidades afectadas. ¿Se imaginan cómo viven cada verano? Si, además, son de avanzada edad y tienen alguna complicación clínica añadida, el temor se acrecienta. Con repetidas olas de calor y en una geografía en donde más azota el aumento de la temperatura y las noches tropicales, aquella reconfortante costumbre de salir al fresco con el ocaso del sol se acabó, porque es uno de los momentos en los que más expuesto se está a la picadura de los mosquitos.  

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Resulta descorazonador comprobar cómo hemos normalizado cada verano las noticias sobre el VNO del mismo modo que las de las olas de calor, produciéndose muertes en ambos casos. Hoy una de las regiones más afectadas por este virus es Andalucía, pero es cuestión de tiempo que se extienda por el resto de España. ¿Es preciso esperar hasta entonces para adoptar medidas realmente efectivas contra este virus que se está cobrando vidas humanas? Quienes hoy se sienten ajenas a esta amenaza y ni siquiera son capaces de empatizar con las personas que llevan años sufriéndola, quizás algún día, aprendan de la peor de las maneras que, como vimos con la covid, no hay fronteras físicas que paren los virus, aunque este no sea tan contagioso.

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