Opinión · Comiendo Tierra
Variaciones sobre una reflexión de Martin Niemöller sobre el nazismo
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Cuando las autoridades eclesiales vinieron a llevarse a las mujeres desobedientes, para quemarlas acusándolas de brujas, no dije nada, ya que soy un hombre y, además, soy profundamente religioso.
Cuando los hombres blancos mandaron, con la espada y la cruz, a los indígenas a las minas y a las plantaciones yo callé, porque no soy indígena y nunca rechacé el dulzor del azúcar ni desprecié el brillo del oro.
Cuando los hombres blancos robaron a los hombres negros de África para esclavizarlos y sustituir a los indígenas muertos por el trabajo, las enfermedades y los castigos, no dije nada, porque no soy negro y ellos, además, son felices con nada.
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Cuando masacraron a los árabes en Argelia, cuando explotaron hasta la extenuación a los culis chinos en el ferrocarril, cuando depauperaron a los culis de la India en los cultivos de especias y en las minas de sal no levanté mi voz ya que no soy árabe ni chino ni indio.
Cuando los nazis construyeron en Alemania campos de concentración para encerrar a gente, como los que habían levantado en Namibia, yo callé porque no entiendo de arquitectura ni nunca supe de lo que se hacía en otros continentes.
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Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que nunca fui comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, nunca tuve que ver con los socialdemócratas.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista ni participé en huelgas ni en manifestaciones laborales.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no dije nada y miré para otro lado ya que no era judío y pensé que algo habrían hecho. Los judíos habían crucificado a Jesucristo, tenían mucho éxito en los negocios, destacaban.
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Al final, vinieron a buscarme, pero no había nadie que pudiera protestar, no quedaba nadie para ayudarme. Terminé como los demás, yo, que nunca pensé que hubiera nada que pudiera preocuparme.
Desde entonces, no han dejado de llevarse a gente.
Pienso ahora, tarde, que cada vez que guardamos silencio abrimos la puerta a los verdugos. Y que lo que pudre el mundo no son los malvados, sino los indiferentes.
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