Opinión · Dominio público
La fatalidad de ser pobre y catalán
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La izquierda de verdad se ha sublevado contra la llamada financiación singular de Catalunya. No tanto la política -mientras se aclara el entuerto- porque Pedro Sánchez mantiene prietas las filas. Ni que sea a duras penas lidiando con los barones territoriales. Los apologetas de la mediocridad (con Page y Lambán liderando) han encontrado un maná para recrearse y sacar la cabeza, erigidos en guardianes de la equidad y la justicia, prestos siempre a denunciar la insolidaridad catalana. Gracias a Catalunya llevan años en el candelero. Ya sea por las Olimpiadas, por el arte, por la Amnistía, por la financiación… todo lo que huele a catalán les saca de quicio.
Quien ha sacado toda la artillería es buena parte de la izquierda mediática. Sin rubor. A pies juntillas con la derecha, abonando todos los tópicos y esa visión de una Catalunya de gentes avaras que saquean la riqueza de todos. Lo más amable que se ha dicho es llamar ‘reaccionario’ a cualquiera que se atreva a dar el visto bueno a esa financiación singular. Aunque no se sepa exactamente en qué va a consistir. Lo único que de hecho sabemos es que se trata del enésimo intento de mejorar la financiación de una comunidad autónoma que ha contribuido desde hace 44 años a las arcas públicas como el que más y ha recibido en proporción, como el que menos. Al punto incluso de no respetarse el constitucional (está en el Estatut de las Cortes) principio de ordinalidad.
De hecho, lo único que sabemos con certeza es que hay un compromiso con la llamada solidaridad. Lo que no deja de ser hiriente cuando esa solidaridad se menosprecia por los benefactores. O incluso se niega la mayor. Otra cuestión es que llamar solidaridad a lo que unos deciden sobre otros es poco acorde con lo que realmente acontece.
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Se suele invocar Madrid -para rebatir la demanda catalana- apelando a que incluso paga más. Ignorando deliberadamente que Madrid sí tiene su propia singularidad: el privilegio de ser la capital de España. Porque sin duda es un privilegio. No se trata sólo de las decenas de miles de funcionarios que trabajan en la administración del Estado si no lo que comporta ser la capital. En todo y para todo. Es tal la magnitud del centralismo que incluso el Instituto Oceanográfico está en Madrid. Será por el Manzanares. Y aún así el paro registrado en Madrid es mayor que en Catalunya.
Alto y claro. Madrid tiene su propio concierto y son los enormes beneficios de la capitalidad. Cuando Felipe II se agarró un cabreo y trasladó la capital a Valladolid, Madrid se apresuró a pagar para recuperarla. Claro, pronto se dieron cuenta del pan que se daba. Pero existen otras singularidades, como el PER. O el régimen fiscal insular. Dejando de lado el Concierto Vasco o el Amejoramiento Navarro que tanto gusta al PP y que ha gestionado con alegría cuando los navarros les han dado esa responsabilidad.
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Para más inri en Madrid rige hoy una suerte de política fiscal que considera que pagar impuestos es un atraso. Y que sobre todo que hay que mimar a los que más tienen. Por eso se jacta, su gobierno regional, de haber eliminado el Impuesto de Sucesiones y el de Patrimonio. Dos impuestos, por el contrario, muy vivos en Catalunya. El de Patrimonio y el de Sucesiones del que sólo se escapan las clases populares catalanas y buena parte de las medianas, acorde con un criterio de justicia social y de equidistribución de la riqueza.
A Madrid le ha seguido a la par Andalucía, un territorio que recibe mucho más de lo que aporta sin interrupción los últimos 44 años. Pero que puede permitirse seguir la estela de Madrid y esa política de rebajar o eliminar impuestos, especialmente en beneficio de los que más que tienen. Como si fuera una inversión de los términos en que se expresaba Reincidentes cuando en Jartos d’Aguantar se preguntan ‘¿Por qué los que menos tienen son los que más tienen que dar?’ Al punto que se da crédito a la mayor mentira del trumpismo –o una de tantas- que reza que cuanto menos impuestos paguen los millonarios más riqueza llega a la sociedad.
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Por si no fuera suficiente, la capital de España lidera el dumping fiscal. E incluso se atreve a movilizar los recursos –esos ya no son de todos- para fomentar la fuga de empresas en Catalunya. Con el gobierno andaluz siguiendo esa estela. ¿Alguien se imagina qué se diría si Salvador Illa se montara un tenderete en la Castellana o en la orilla del Guadalquivir incitando a las empresas a deslocalizarse para irse a Catalunya donde se les iba a hacer una sustanciosa rebaja fiscal? Por cierto, ¿ese tipo de políticas patrias qué aportan a la riqueza nacional? Si montaran el tenderete en París o Londres pues tendría un qué. Pero es que si se atrevieran les correrían a gorrazos.
Se quiere descalificar esa voluntad de mejorar la financiación en Catalunya apelando a la bandera que ya sacó en su día Ciudadanos que, por lo menos, tuvo la coherencia de mantenerla en Euskadi y Navarra. O sea, que según esa tesis no pagan los territorios si no sus ciudadanos. Lo que en el marco de la Unión Europea no tiene sentido alguno. Todos tenemos muy claro que paga Alemania.
Pues bien resulta, siguiendo la tesis de la extinta Ciudadanos, que hay más ciudadanos pobres en Catalunya que ciudadanos hay en toda Extremadura. La pregunta es por qué éstos pobres van a ver cercenada la solidaridad que merecen y necesitan por el hecho de vivir en Catalunya. Doblemente agraviados y perjudicados, como lo fue la clase obrera catalana tras la derrota en la Guerra Civil, por obrera y por catalana.
Para justificar la tesis de que Catalunya debe aportar sin límite y con carácter perenne, religiosamente y sin rechistar, se la suele presentar como una tierra donde se atan los perros con longanizas. Como si ser pobre y catalán fuera un oxímoron. Por contra, de lo que no hay duda es que ser pobre y catalán es una fatalidad. Habrá que preguntárselo a esa izquierda que se rasga las vestiduras ante una demanda de mejorar la financiación de Catalunya, a sabiendas de que sin lugar a dudas hay unas comunidades –las del arco mediterráneo- claramente perjudicadas in secula seculorem por el sistema de financiación. Y entre éstas, con especial saña, Cataluña que claro está se queja de vicio.
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