Opinión · Otras miradas
Una tarde de jueves y una mañana de miércoles
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Las tardes de los jueves son sagradas. Son las tardes que Etienne se reserva para sí mismo. Los lunes, miércoles y viernes él se encarga de llevar a sus dos hijas al colegio, también las recoge a la salida. Laura, de 10 años, su hija mayor, juega en un equipo de fútbol, además de acompañarla a los entrenamientos, Etienne procura no perderse un partido, juegan los sábados por la mañana y es el padre más entusiasta de la grada. Todo lo que hace su hija en el campo le parece bien y digno de celebrarse.
Los martes y jueves es su mujer, que también se llama Laura y es médica en la clínica Saint Sulpice, quien se encarga de la logística de transporte escolar. Participa menos de estas cuestiones por la exigencia de su trabajo y de sus horarios, que le dificultan la vida familiar. Con todo, se apañan bien, Etienne es un hombre atento, responsable y relajado, de poco ego, son una pareja que se entiende con un gesto, que se completan las frases, de las que han creado un idioma propio con palabras, motes y entonaciones que les pertenecen y con las que han levantado una intimidad cómplice envidiable.
Etienne trabaja desde casa, suele hacerlo con la puerta del despacho abierta, cuando la cierra, el resto de la familia sabe que está atendiendo una llamada importante o una reunión y conviene no molestarle, es lógico. El teletrabajo le permite encargarse de cocinar, cosa que le gusta y con la que se da buena maña. Cada noche, su hija pequeña, Marie, se lleva los dedos a la boca y se los besa en reconocimiento al buen hacer culinario de papá. “Delicioso”, suele decir, dándose mucha importancia desde su metro veinte de estatura, cosa que les hace mucha gracia a todos. Nada más encantador para terminar el día que reírse en familia antes de ir a dormir.
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Las tardes de los jueves de Etienne son sagradas. Coinciden con la libranza de Laura. Justo antes de que se vaya el sol, Etienne se ducha y se viste de forma casual, nada especial, se despide de Laura y de las niñas, se sube a su Prius y se marcha. “Voy con los chicos”, Laura conoce a los amigos de Etienne: Laurent, Xavier, Ibra, Nico, tipos parecidos a él, responsables, buenos y comprometidos con el mundo que les ha tocado vivir o que han elegido. Ese ir con los chicos quizá es tomar algo en un par de bares, una cena que se alarga, un evento deportivo, a Laura le da igual, son los jueves de Etienne, se los merece, son sagrados, los necesita, está bien que se vaya, tiene derecho. Preguntar el itinerario del ocio personal a tu pareja es una ordinariez reaccionaria, si te lo quiere contar al día siguiente, estupendo, si no, también estupendo.
Etienne suele llegar tarde los jueves, pasada la medianoche. Repite con precisión su rutina: entra con cuidado en casa, pasa por el despacho, cierra la puerta para no despertar a sus chicas, permanece unos pocos minutos dentro, cuando sale va directo a la ducha y después a la cama. Abraza por detrás a Laura y cuando ella suelta un pequeño gemidito de comodidad que le da la bienvenida, cae profundamente dormido.
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Una semana cualquiera, un miércoles cualquiera, antes de que amanezca, llaman a la puerta de casa, la primera tanda de golpes no la escuchan, la segunda sí, Laura reacciona enseguida, acostumbrada a poner el cuerpo en alerta cada día en la clínica cabalga la adrenalina con experiencia. Antes de salir de la cama, Etienne y Laura se miran a los ojos con cara de interrogación. Es Etienne quien se levanta a abrir. Lo que viene después es un desfile de imágenes extraño, una situación que parece extraída de la vida de otra persona e insertada en la propia como un esqueje raro. Seis o siete policías vacían el despacho de Etienne, se llevan su ordenador de mesa y su portátil como si fuesen operarios de mudanzas, revuelven sus cajones y requisan casi todo lo que contienen. Cuando Laura baja las escaleras de su preciosa casa, Etienne, aún sin pantalones, conversa con un par de policías de paisano. El matrimonio cruza una mirada y Laura no reconoce el gesto de su compañero, no sabe leer ese rostro que parece una máscara imitando los rasgos del amor de su vida. Las niñas hacen preguntas a su madre en voz baja, asustadas. Cuando se llevan a Etienne, esposado, susurra un “lo siento” furtivo que apenas puede decirse que haya sido pronunciado.
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