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Opinión · Otras miradas

El despertar global ante la realidad colonial de Israel

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Más de un millar de personas se han manifestado este domingo por el centro de Gijón, una protesta que forma parte de la décima Movilización estatal por Palestina.-EFE/Paco Paredes

El 7 de octubre de 2023 supuso un giro en la percepción global sobre el carácter colonial del Estado de Israel. Las políticas y acciones genocidiarias desplegadas en la Franja de Gaza a partir de esa fecha, sumadas a un año de represión brutal en Cisjordania y a la creciente violencia en el Líbano, junto con ataques en otros países de la región, han llevado a muchos a reconsiderar las dinámicas de poder y dominación en Oriente Próximo. Aunque el denominado 'conflicto palestino-israelí' ha sido tema de discusión internacional por décadas, la narrativa predominante ha tendido a ocultar una verdad esencial: el colonialismo de asentamiento que subyace en la estructura del Estado israelí.

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Incluso cuando se menciona la idea de una 'escalada regional', se ignora que la raíz de esta situación radica en un régimen que ha intentado borrar durante 76 años al pueblo que habitaba la Palestina histórica. La estrategia de 'divide y vencerás' ha sido una práctica común en los modelos coloniales, y en este caso se entrelaza con las ambiciones expansionistas del sionismo, creando un contexto de violencia multidimensional en la región que ha emponzoñado multitud de 'escaladas' a su alrededor. Esta realidad es algo que muchos ignoran al analizar la 'geopolítica de Oriente Próximo'.

El colonialismo de asentamiento se distingue de otras formas de colonialismo en que no solo busca explotar los recursos de una tierra extranjera, sino reemplazar a su población autóctona mediante la creación de una nueva sociedad sobre las ruinas de la anterior. Como ocurrió, entre otros, en Estados Unidos, Canadá y Australia. Esta es precisamente la dinámica que muchos ahora ven con mayor claridad en el caso de Israel. El establecimiento del Estado en 1948 resultó en la Nakba palestina, el desplazamiento masivo de 750.000 palestinos que se convirtieron en refugiados, una masacre que es imposible descartar a la hora de entender la realidad en la Franja de Gaza, y en el Líbano, y en decenas de localizaciones. Desde entonces, el pueblo palestino se ha visto sujeto a la 'Nakba continuada', que toma muchísimas formas, como la expansión de asentamientos ilegales en Cisjordania y Jerusalén Este, el bloqueo y las guerras continuas sobre Gaza, o el estatus de ciudadanía de segunda de los ciudadanos palestinos de Israel, como un proceso prolongado de desposesión constante, que ha intensificado la violencia y el sufrimiento en la Palestina histórica y la región en su conjunto.

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Israel ha argumentado, en esta y en otras numerosas ocasiones, que sus acciones son una manifestación de su derecho a la defensa, pero esta afirmación se vuelve insostenible cuando se observa la desproporcionalidad de sus campañas militares y el sufrimientos que ha causado a las poblaciones respectivas. Estas operaciones militares a manos de una potencia ocupante han resultado en miles de muertes y la devastación de comunidades enteras, lo que pone en tela de juicio la legitimidad de su narrativa defensiva. En contraste, la resistencia palestina, lejos de ser simplemente un acto de agresión, debe ser vista en el contexto de la lucha anticolonial. La ofensiva de octubre del año pasado puede así interpretarse como un ejercicio del derecho a la defensa armada que los pueblos oprimidos tienen reconocido por Naciones Unidas. En este sentido, el derecho a resistir frente a un sistema opresor representa una realidad palpable en el contexto de la lucha por la liberación nacional y la autodeterminación, y debe ser tenido en cuenta también a la hora de hablar de 'escalada regional'.

Un año de violencia y destrucción

Los eventos del 7 de octubre dieron lugar a un año particularmente devastador para el pueblo palestino. En Gaza, el bloqueo de Israel, impuesto en 2007, se había convertido en un asedio prolongado, con consecuencias humanitarias catastróficas, incluso más graves tras las guerras regulares contra la Franja. La violencia alcanzó un nuevo nivel, con bombardeos regulares y una campaña militar implacable que ha dejado miles de muertos, que entre muertes directas e indirectas arrojan luz sobre una cifra escalofriante de más de 250.000 seres humanos. Las imágenes de destrucción de casi toda la infraestructura de la Franja, con masas de población que huyen desesperadas de la muerte, la enfermedad y el hambre, han obligado a muchos a reconsiderar la narrativa de un conflicto simétrico entre dos partes igualmente responsables.

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En Cisjordania y Jerusalén Este, la violencia de los colonos ha alcanzado niveles alarmantes. Los informes de ataques a aldeas palestinas, destrucción de cultivos y asesinatos han sido recibidos con una pasividad preocupante por parte del ejército israelí, lo que ha exacerbado la percepción de que el gobierno israelí facilita estos actos. A esto se añaden las incursiones y ataques regulares del Ejercito israelí, que sólo protagonizan titulares si afectan a ciudadanos estadounidenses. Este año ha sido uno de los más mortíferos para los palestinos en Cisjordania, a lo que se añade una política de expansión de asentamientos que avanza sin restricciones. La retórica gubernamental que legitima estas acciones como una defensa de la 'seguridad' nacional encubre la realidad de una empresa colonial que despoja a los palestinos, y potencialmente a otros pueblos, de sus tierras y recursos, y les invita a partir a otros lugares como única forma de evitar el castigo colectivo.

Además de la violencia dentro de los territorios ocupados, el Líbano también ha sufrido como resultado de las acciones israelíes. Los ataques aéreos e invasiones, además de los supuestos ataques 'selectivos' que han traumatizado a miles de personas, han reavivado viejas heridas, trayendo a la memoria colectiva las invasiones israelíes pasadas, especialmente la guerra de 2006. Para muchos, las masacres y la destrucción en el sur del Líbano y Beirut no son más que una extensión del proyecto colonial que busca dominar y controlar la región a través de la fuerza militar. Las incursiones de 2023, si bien presentadas como ataques preventivos contra grupos militantes, han causado numerosas víctimas civiles y desplazamientos, reforzando la idea de un poder colonial en acción.

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Además, la presencia masiva de refugiados palestinos en Líbano y el surgimiento de Hezbolá, que se formó en respuesta a la invasión israelí del sur del país en 1982, son pruebas irrefutables del avance violento del proyecto colonial sionista en la región. Estas realidades no solo reflejan el impacto devastador del colonialismo en la vida de los palestinos, sino que también evidencian cómo la lucha por la resistencia y la dignidad se ha extendido más allá de las fronteras de Palestina, convirtiendo a Líbano en un escenario de conflicto y resistencia ante la agresión israelí. Las acciones de 1982 fueron más allá de una simple invasión, ya que Israel ocupó gran parte del territorio libanés, incluyendo el control de su capital, Beirut. Es importante recordar que durante esta ocupación tuvo lugar la masacre de los campos de Sabra y Shatila, un crimen llevado a cabo por milicias cristiano-falangistas libanesas aliadas de Israel en el que más de 3,500 refugiados palestinos fueron asesinados.

A lo largo de su historia, Israel ha visto el territorio al sur del río Litani como una extensión potencial de su territorio en lo que se conoce como el concepto del 'Gran Israel'. En 1978, llevó a cabo la operación Litani, durante la cual ocupó una parte de ese territorio. Esta idea implica no solo la expansión geográfica, sino también el control sobre las poblaciones que habitan esas áreas. En los últimos días, diversos medios de comunicación israelíes han vuelto a hacer referencia a este concepto, sugiriendo que la ocupación y control de esta región son parte de una estrategia más amplia. Estas afirmaciones ponen de relieve la intención subyacente de llevar a cabo una limpieza étnica, que es un componente fundamental del proyecto sionista, actuando como un régimen colonial que busca despojar a las poblaciones autóctonas de sus tierras y derechos. Tal narrativa revela la continuidad de un plan sistemático para reconfigurar la demografía de la región, consolidando así la hegemonía israelí en un contexto marcado por la violencia y la desposesión.

El espejismo de la 'Solución de Dos Estados'

En este contexto, la llamada "solución de dos Estados" ha sido propuesta como un camino hacia la paz. Sin embargo, muchos ahora la ven como una imposición colonial que ignora las complejidades y matices del supuesto 'conflicto'. Desde 1948, los palestinos han sido sistemáticamente despojados de sus tierras, su cultura y su identidad. Incluso de su humanidad. La idea de dividir lo que queda de Palestina entre dos Estados no solo ignoraba la historia de opresión y desplazamiento, sino que también perpetúa un sistema colonial que fragmenta aún más la identidad palestina. Las 'soluciones' (término problemático donde los haya) propuestas a menudo se dibujaban sin considerar las realidades en el terreno - la soberanía israelí sobre el conjunto del territorio, e islas palestinas rodeadas de colonias e infraestructuras isrealíes.

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Además, el concepto de 'dos Estados' simplifica un contexto colonial multifacético y profundamente arraigado. Ignora el hecho de que los palestinos no solo buscan un Estado independiente, sino el reconocimiento de su derecho a la autodeterminación y el retorno a sus tierras. La narrativa que rodea esta solución a menudo omite las experiencias de los refugiados palestinos, cuya historia es vital para entender el conflicto. La perspectiva de que un Estado palestino en las fronteras de 1967 podría ser una solución viable no tiene en cuenta las realidades actuales de ocupación y violencia sistemática, tampoco en lo que se refiere a la violencia multidimensional a la que son sometidos los ciudadanos palestinos de Israel.

¿La 'solución'? Descolonización

Los acontecimientos post-7 de octubre han puesto de relieve la urgente necesidad de un cambio en la narrativa global. La verdadera solución a la cuestión palestina no reside en un acuerdo que perpetúe el colonialismo, sino en un proceso de descolonización que reconozca los derechos y la dignidad de todos los palestinos. Esto implica no solo el fin de la ocupación, sino también la reparación histórica por el sufrimiento infligido durante décadas. Y la de-sionización que, en el largo plazo, consiga incluso abordar el problema de origen de la población israelí.

En este sentido, los llamamientos a un alto el fuego son importantes para lograr una paralización momentánea de la violencia más intensa sobre el terreno y para atender las necesidades humanitarias inmediatas. Sin embargo, el objetivo inmediato debería ser reflexionar sobre cómo desmontar las estructuras y prácticas coloniales de Israel. Esto incluye no solo su política en los territorios ocupados, sino también sus relaciones privilegiadas con el Norte Global y su papel en el complejo industrial militar. El apoyo militar y financiero que Israel recibe de potencias como Estados Unidos y la Unión Europea juega un papel crucial en la perpetuación de su estructura colonial. Para lograr una paz duradera, es imperativo que estas relaciones sean reevaluadas y que los gobiernos del Norte Global asuman la responsabilidad de su complicidad en la opresión del pueblo palestino.

Palestina como metáfora de Justicia Global

La narrativa de Israel como una 'democracia en peligro' o como una nación que lucha por su supervivencia en un entorno hostil ha sido muy eficaz durante décadas para mantener el apoyo internacional, especialmente en el Norte Global. Sin embargo, los acontecimientos recientes han puesto en tela de juicio esta versión de la historia. El asedio inhumano de Gaza, la brutalidad de las incursiones y acciones en los otros territorios ocupados, y las masacres e invasión en Líbano han hecho que más voces se alcen, no solo en el mundo árabe o entre los activistas pro-palestinos, sino en los medios de comunicación internacionales y en los debates públicos en Europa y América.

El reconocimiento de Israel como un proyecto de colonialismo de asentamiento está cobrando fuerza, desafiando las narrativas establecidas y provocando un cambio en la percepción internacional. Como sucedió con otros regímenes coloniales, el cuestionamiento y la crítica son pasos fundamentales hacia la justicia y la resolución de una situación que ha durado demasiado tiempo. Para que la paz sea posible, debe haber un reconocimiento honesto de las injusticias históricas y un compromiso genuino hacia la descolonización de la Palestina histórica, en lugar de seguir perpetuando un sistema que privilegia a un grupo sobre otro.

El camino hacia una paz justa no puede basarse en la fragmentación y el olvido, sino en la unidad, la reparación y el reconocimiento de la historia compartida de sufrimiento y resistencia. En última instancia, la descolonización de Palestina es esencial no solo para los palestinos, sino también para la paz y la justicia en la región y en el mundo.

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