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Opinión · Dominio Público

Es cuestión de confianza

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece durante una sesión extraordinaria en el Congreso de los Diputados.- Eduardo Parra / Europa Press

Hay dos formas de encarar la corrupción política e institucional: negarla siempre o cortar por lo sano y cuanto más lejos de la infección, mejor. La derecha es experta en lo primero: todavía no hemos oído una sola palabra de contrición de José María Aznar o Mariano Rajoy -y mira que se dicen "democratacristianos"- sobre los desmanes de Luis Bárcenas, persona de la máxima confianza, amigo personal de Rajoy, igual que Jorge Fernández Díaz, que ahí sigue en el banquillo del juzgado; de Ignacio González o Francisco Granados, de Eduardo Zaplana, de Jaume Matas, qué decir del amigo narcotraficante de Alberto Núñez Feijóo ... Nadie dice ni una palabra, es más: si la pronuncias, te vas; que le pregunten a Pablo Casado sobre eso de denunciar la corrupción en su partido, y tal.

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Tampoco hemos escuchado perdón alguno a Felipe González, no crean: ni una disculpa, por ejemplo, por su Luis Roldán o por las cosillas del GAL en las que trabajó Enrique Rodríguez Galindo, el terrorista (de Estado) ascendido a general de la Guardia Civil, como recordaba este lunes a primera hora en RNE Maixabel Lasa, víctima del terrorismo (de ETA), en una entrevista de Josep Cuní que te deja muda, precisamente, por la serenidad y honestidad, por la falta de rencor y la lucidez de Lasa. Siempre impresiona escucharla.

¿Y sobre las juergas, chantajes, regalos, corrupción a gogó del emérito... pagadas a escote con sus impuestos y los míos? ¿Alguien ha pedido disculpas ya? Los detalles de los casos Roldán, Gürtel, Púnica o ERE son puro Torrente -el personaje cutre y repugnante de Santiago Segura-, pero oigan, con su corona y todo, lo de Juan Carlos de Borbón no tiene nada que envidiarles. Sin olvidar al comisario Jose Manuel Villarejo, epítome de esta plantación de putrefacción institucional y política que viene de décadas ... Qué digo "décadas": según el magistrado Joaquim Bosch, en su libro La patria en la cartera (Ariel), España es un país identificado con la corrupción, donde los "reproches" de la gente se combinan con "cierta resignación". "Han ido pasando los años, las legislaturas y los sucesivos sistemas políticos en los vaivenes de nuestra agitada historia, pero esa vergonzosa patología se ha mantenido y nunca parece que vaya a limpiarse la mugre de nuestros establos más sucios". Así es.

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El caso Ábalos, otrora caso Koldo, también caso(s) Aldama viene a confirmar las palabras de Bosch en su libro imprescindible para conocer el daño inmenso que hace la corrupción a las democracias, si es que pueden llegar a serlo con tanta degeneración agujereándola por todas partes. Siempre son los mismos comportamientos cutres y torrentianos (hay que meter ya en el diccionario de la RAE este calificativo), idéntica avaricia y falta de escrúpulos, porque ni siquiera es necesaria una inteligencia excesiva y, por supuesto, ninguna cultura. Tener éxito corrupto no exige una ingeniería; basta con tener buenos contactos en la Administración susceptibles de ser corrompidos o que ya vienen así de serie cuando accedieron al cargo: con la idea de forrarse.

El piso carísimo, la novia hortera, la casa en la playa, la marisquería, las juergas, el taco de billetes en el bolsillo, el matón de discoteca, ... El informe de la UCO es demoledor para el PSOE y van a salir más detalles que están haciendo salivar al PP, ¿se imaginan lo que puede llegar a decir Miguel Tellado en nuestro maltratado Congreso? Seguro que piensen lo que piensen, se quedan cortos, aunque argumentos del Gobierno para que Tellado y Feijóo -no digamos Isabel Díaz Ayuso- se tapen un poquito con eso de la corrupción, hailos. No obstante, no se trata de eso, y Sánchez lo sabe: el caso es demasiado grave, demasiado doloroso (en plena pandemia, con miles de muertos/as) y demasiado repulsivo. Imputado Ábalos, como parece que ocurrirá en poco tiempo, el presidente se queda sin muro de contención, desprotegido de la embestida que le viene. No es suficiente con decir al PP que no tiene legitimidad alguna para pedir dimisiones ni para hablar de decencia alguna, que es verdad y ahí está para demostrarlo, entre otras, la causa Kitchen en pleno apogeo judicial. No basta con insistir en que se apartó a Ábalos en un proceso confuso de expulsión del Ministerio y de la Secretaría de Organización para volver a recuperarlo como candidato a escaño y echarlo ya definitivamente cuando estalló el entonces caso Koldo. El golpe para el PSOE es inmenso, pero también para Sumar y los socios de investidura, incluso para Podemos: Ábalos siempre intentó protegerlos y mantuvo una muy buena relación con ellos, en realidad, como con casi todo el mundo. Ábalos no es un militante de base, ni mucho menos, y su caso no puede afrontarse únicamente con el "Y tú, más" a Feijóo y/o a Ayuso mientras la elite judicial se frota las puñetas porque parece que la fiesta no era solo la de Alvise. Es una cuestión de confianza, nada más y nada menos.

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