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Opinión · Dominio Público

Creciendo con Maya

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Creciendo con Maya

El 7 de octubre de 2023 al enterarme del ataque de Hamás a Israel sentí por unos minutos la desesperación y el odio tras los misiles, y el dolor que los misiles causaban y que la respuesta, imposible de calibrar entonces, pero ya temible,  podría causar. Lo sentí como se siente todo lo que está lejos y sobre lo que no se puede hacer nada o casi nada. No podía abrazar, ni a un lado ni a otro,  a nadie que  hubiera perdido a un ser querido. No podía consolar ni ayudar directamente a ninguna de las personas secuestradas o heridas. No podía hacer más que apiadarme unos minutos, temer las conductas especialmente crueles de violencia sexual  hacia las mujeres, reflexionar,  desear y pedir paz, y prepararme para protestar por la situación de Palestina.

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Todo cambió un rato más tarde  cuando mi hermana me informó de que la hija israelí y española de su mejor amigo, Maya, estaba en el lugar del ataque, haciendo la mili obligatoria con 19 años recién cumplidos. Todo cambió porque la desesperación, el odio, la destrucción y el dolor, dejó de estar lejos. Una joven, o más bien una niña a la que yo conocía era uno de los seres humanos inmersos en ese horror. Había un padre muy cerca de mí sufriendo lo insufrible.

Durante casi cuatro días ese padre estuvo  buscando a Maya y deseando con todo su corazón que su hija sobreviviera, y muchas personas con él. La madre desde Israel, a la que no conocía, pasó también a habitar en mi cabeza, como si ahí pudiera, de alguna forma, reconfortarlos a los dos.  El amor por su hija, su angustia y su deseo me llegaba. Esos mismos sentimientos de miles de personas, israelitas y palestinas, me llegaban. Me llegan.

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Escribo ahora justo cuando hace un año que los padres de Maya recibieron la terrible noticia y tuvieron que compartirla. Un antes y un después.

La muerte tan violenta de Maya troceó y descompuso a sus padres y seres queridos. Sé que no le pasó solamente a ellos, pero es a través de ellos como puedo entender mejor la gravedad de lo que están padeciendo otros muchos seres humanos,  la dimensión de la ruptura violenta de familias y del tejido social que se está causando. Es a los padres de Maya y a su familia  a los que puedo, en persona y con mis palabras,  abrazar. Es a través de ellos que espero, de alguna forma, que llegue mi pesar a las demás personas que están sufriendo.

Pero la vida de Maya  no quedó cristalizada en esa destrucción, no es ese el final de su historia.  Al contrario, la joven alegre que disfrutaba de las cosas pequeñas de la vida, que caminaba por Sevilla mezclando en sus pulmones nuestro aire con el de su otra ciudad, Tel Aviv, que no deseaba más que ayudar en lo que pudiera y adaptarse a sus circunstancias, ha hecho que muchas personas que la conocimos y que conocemos a su padre o a su madre, hayamos vivido una experiencia de dolor y conexión, de vulnerabilidad, y de responsabilidad para la paz, en la que ella nos acompaña e impulsa de la desesperación a la esperanza.

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Maya ha crecido en este año  y  nos ha hecho ver la verdadera dimensión de la bondad y del encuentro, especialmente con quienes son diferentes o están distantes. Hemos aprendido y vibrado con ella, y seguimos haciéndolo.

Por eso ya no solo  me pregunto cómo estarán las demás personas que han sido y estás siendo atravesadas por la destrucción de la violencia bélica. Ya no solo pienso en que  ojalá su dolor, la magnitud de sus emociones no se encuentre en el vacío sin respuesta. Ahora, invocando a Maya, me dispongo a ayudar. Porque es también mi responsabilidad.

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