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Opinión · Dominio público

'Las abogadas': aquel día de enero que mataron a Enrique Ruano

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Esto no se va a quedar así” dice la actriz que interpreta a Lola González en la serie Las abogadas tras leer El Diario Nacional, periódico que había publicado un diario apócrifo de su novio Enrique Ruano, estudiante de Derecho y militante antifranquista, muerto en extrañas circunstancias. El falso diario contenía párrafos con ideas suicidas que respaldaban la versión oficial de que Enrique se había lanzado al vacío desde una ventana. Rota de dolor, Lola se enfrenta al autor de aquella infamia, un tal Alfonso Rodríguez, para pedirle explicaciones. Y la respuesta que recibe es una amenaza de la policía para que se quede calladita.

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Las abogadas aborda unos hechos de nuestro pasado reciente y casi olvidado que conviene recordar. Lo hace con cierta dosis de tensión, aunque los diálogos son pobres y las actrices recitan su papel sin mucha convicción. Pero lo peor de la serie es lo que calla sobre los sucesos que narra. Las abogadas viene a ser un cuéntame, una versión cuqui sobre la espantosa realidad que fueron aquellos tiempos de barbarie y plomo. Y esa realidad no debería ser manipulada.

Han pasado 55 años desde aquel fatídico 20 de enero en que murió Enrique Ruano. Quienes entonces estudiábamos Derecho en la Complutense de Madrid hablábamos en voz baja, y con miedo, al compartir la sospecha de que lo del suicidio no era cierto. ¿Cómo había muerto Enrique?

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Por si el dolor de la familia Ruano no hubiera sido bastante, la prensa más influyente de la época aportó su grano de arena para difamar y culpabilizar a la víctima. El periódico ABC publicó unas notas escritas por Enrique, manipuladas en forma de diario, para insinuar sus presuntas tendencias suicidas supuestamente derivadas de los conflictos con Lola y de la militancia en un partido marxista: ¿tenía sentido aquella lucha contra la dictadura?

Manuel Jiménez Quílez, director general de prensa a las órdenes del entonces ministro de Información, Fraga Iribarne, había recibido de la Dirección General de Seguridad esas hojas escritas por Enrique, requisadas ilegalmente por la policía, y las envió al ABC con indicación de que se publicaran para respaldar la tesis del suicidio. Años después, cuando tuvo que declarar ante el juzgado, dijo que su “intención” había sido “apaciguar la tensión” que había en la Universidad por la muerte de Ruano. El periodista de tribunales, Alfredo Semprún, fue el encargado de manipular las cuartillas y publicarlas como si fueran el diario de Enrique. Y ese falso diario se publicó en varios periódicos.

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Dos días después de la muerte de Ruano, el director de ABC, Torcuato Luca de Tena, escribió este editorial: “El pobre muchacho, de cuyo suicidio dimos cuenta en nuestro número de ayer, ha sido en efecto víctima (…) pero ¿de quién? Del diario del desventurado suicida se deduce cegadoramente esta triste realidad: Enrique Ruano (...) padecía una crisis depresiva, un invencible complejo de inferioridad, una patética frustración de sus capacidades intelectuales y el claro sentido de sentirse oprimido (...) Resulta infinitamente despreciable y perverso por parte de quienes le arrastraron fuera de la ley haber utilizado para la acción subversiva a un pobre muchacho tocado de una clara, típica psicopatía, convirtiéndolo en un desarraigado de la sociedad...”

Fraga Iribarne llamó a casa de los Ruano. Quería hablar con el padre. El teléfono lo cogió Margot, hermana de Enrique, y no le quiso pasar la comunicación: le dijo que su padre estaba ocupado. Margot nunca olvidará la conversación con el ministro franquista que a ella le dejó un dolor apretado para siempre en el corazón: “Dile a tu padre que he llamado para daros el pésame.... son cosas que pasan.... pobre muchacho.... Y tú, ten cuidadito porque sabemos que andas metida en líos...”

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No fue la única llamada sobrecogedora. En el artículo de Público publicado el 22 de enero de 2012 titulado Víctimas del Fraga franquista, hace referencia a otra llamada: “Quien sí consiguió hablar con el padre [de Enrique] fue el Presidente del Tribunal Supremo, Francisco Ruiz Jarabo, que le espetó la siguiente amenaza por si trataba de hurgar en el Instituto Anatómico Forense: ‘ya ha muerto un estudiante, no sería bueno que murieran más’…"

En las aulas y en los pasillos de la Universidad se hablaba sin cesar de lo ocurrido. La consigna “¡A Enrique Ruano lo han asesinado!” empezó a circular cada vez con más furia entre el movimiento estudiantil. Se multiplicaron las asambleas y las revueltas. Y, el día 24 de enero, el propio Fraga anunció que se decretaba el estado de excepción y se suspendían los magros derechos y libertades del Fuero de los Españoles.

Solo el empeño fieramente humano e incansable de la familia Ruano en saber qué le pasó a Enrique hizo que, mucho tiempo después, pudiera conocerse, si no toda, una gran parte de la verdad sobre lo ocurrido.

Enrique Ruano fue detenido el 17 de enero de 1969, por policías de la Brigada Político Social, y torturado en la Dirección General de Seguridad para sacarle información sobre la organización a la que pertenecía. A los tres días de la detención, fue conducido al piso 7ºC del inmueble de la calle General Mola, 60, por tres inspectores, para efectuar un registro que resultó infructuoso. Y, a partir de las limitadas pruebas que se recabaron al cabo de los años, pudo deducirse que, finalizado el registro, en el rellano de la escalera uno de los policías amenazó a Enrique con dispararle si no les daba la información que buscaban. Fue entonces cuando, voluntaria o accidentalmente, quien le estaba amenazando disparó. Enrique recibió el impacto y cayó o -lo que es más probable- fue arrojado al patio interior desde el séptimo piso.

No permitieron que un médico escogido por la familia estuviera presente durante la parodia de autopsia, en la que le serraron la clavícula para extraerle el hueso. Por orden judicial, impidieron a los padres ver a su hijo muerto, decirle adiós. Y el entierro se realizó bajo fuertes medidas de seguridad, con el féretro custodiado por la policía. Los periódicos católicos, ABC y YA, se negaron a publicar la esquela.

Pero los crímenes dejan huellas y en el cuerpo de Ruano quedó la marca de un objeto cilindrocónico, compatible con una bala, que podría haberle sido extirpada junto con el hueso de la clavícula. Tiempo después, tras la exhumación del cadáver, esa huella fue clave para reabrir el sumario 6/69, sobre la muerte de Enrique, y acusar a los policías de asesinato.

Reabierto el sumario, en 1989, la Audiencia de Madrid ordenó el procesamiento de los tres policías, a la vista de los indicios de criminalidad existentes. Pero habían pasado 20 años, y la sentencia falló que debía absolverles porque el posible delito había prescrito. Dos magistrados consideraron probado que Enrique había sido torturado pero tenían dudas sobre la causa de la muerte. Y la tercera magistrada, ponente de la sentencia, dictaminó que Enrique Ruano murió por el disparo de un policía, aunque no pudo verificarse cuál de ellos disparó. “Estimo que los hechos son constitutivos de asesinato, pero procede absolver a los acusados por no estar demostrado cuál de ellos fue el autor del disparo.....” escribió en su voto particular. Y, sin que los jueces hubieran declarado aún la responsabilidad civil subsidiaria del Estado, la entonces Secretaria de Estado de Interior, Margarita Robles, garantizó “en forma tan amplia como en derecho sea menester” el pago de 20 millones de pesetas cuyo afianzamiento se había exigido a los acusados. Ese aval resultó suficiente para no embargar los bienes de los tres policías. Los autores del crimen recibieron una felicitación oficial por los servicios prestados y continuaron su carrera policial en democracia. Uno de ellos estuvo destinado en la Casa Militar del Rey y en su servicio de seguridad.

En la serie Las abogadas puede verse fugazmente la cabecera del periódico El Diario Nacional en el que aparece el diario apócrifo de Enrique. La realidad es que nunca existió ese periódico y, menos aún, el periodista “Alfonso Rodríguez”, supuesto autor del falso diario. Tampoco Lola sufrió ninguna amenaza de la policía para que se estuviese “quietecita”: fue Margot, la hermana de Enrique, quien recibió esa “advertencia” por parte de Fraga Iribarne.

La televisión pública la pagamos entre todas y todos. Es nuestra. Y hay que aplaudir que emita la serie Las abogadas para recordar el horror de la dictadura y la valentía de unas mujeres que se enfrentaron a los criminales franquistas con tan solo unos libros de Derecho en la mano. Pero si TVE tiene miedo a contar la verdad de lo ocurrido y a llamar por su nombre a quienes fabricaron infames patrañas para ocultar el crimen de Enrique Ruano, al menos que no nos cuente cuentos. No vale con que la productora advierta de que parte de la serie es ficción. Una cosa es la ficción, y otra, adulterar la memoria histórica de uno de los crímenes más atroces del franquismo. Y somos ya mayorcitos como para conocer nuestra Historia.

Yo no sé muchas cosas es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos.....” escribió bien León Felipe. Al cabo de 55 años del asesinato de Ruano, TVE aún nos duerme con cuentos....

Esto no se va a quedar así”, dice la actriz que encarna el personaje de Lola, la novia de Enrique. Descansa en paz, Lola, allá donde estés en el lugar que habitan las estrellas: esto no va a quedar así. Es hora de nombrar a quienes participaron en aquella atrocidad monstruosa y acabar con el silencio de la larga noche franquista.

Enrique Ruano murió tras recibir un disparo y caer, o ser arrojado, a un patio interior, mientras era custodiado por los policías Francisco Colino, Jesús Simón y José Galván, durante el registro del piso 7º C, de la calle General Mola, nº 60. Así lo estableció el voto particular de la magistrada ponente de la sentencia nº 308/96, de la Audiencia Provincial de Madrid. El periódico ABC escribió una de las páginas más bochornosas de la historia universal de la infamia, al publicar un diario apócrifo de Enrique para respaldar la versión oficial de que se había suicidado. Su director, Torcuato Luca de Tena, fue condenado y tuvo que pedir perdón por aquella publicación. El ministro de Información, Manuel Fraga Iribarne, y el director general de prensa, Manuel Jiménez Quílez, hicieron lo posible para que el crimen pareciera un suicidio.

Poco después de la muerte de Enrique Ruano, bajo su cazadora que permanecía aún colgada en la fría pared de la celda vacía en la que estuvo detenido, apareció escrito un nombre: “Lola”.

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