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Opinión · Otras miradas

El precio del bulo

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El precio del bulo

Hace años, un periodista raso de una televisión pública me contó entre risas que había tenido sus más y sus menos con un alto cargo del partido gobernante de turno. Las risas fueron posibles gracias a la distancia que concede el tiempo, pero en su momento el incidente le pareció abrupto y sofocante aunque nunca llegara a temer por su puesto de trabajo. Una pregunta demasiado audaz en los micrófonos de la emisora desató la furia, llamadita al jefe, más vale que metas en cintura al chaval nuevo antes de que la cosa pase a mayores. Estoy omitiendo nombres para proteger a los protagonistas, pero en realidad he escuchado esta misma anécdota en varias oportunidades.

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Uno podría deducir que las presiones políticas afectan nada más a los entes públicos. Que los gobernantes hunden sus narices solo allí donde tienen mano directa. Pero dejad que os cuente la historia de otro periodista sin nombre, trabajador esta vez de una cabecera privada, que publicó lo que no debía y desencadenó la ira de un cabeza de gobierno. Llamadita al director, reunión incómoda en el gabinete, esto no puede seguir así, José Ramón, átame en corto al mozo porque precisamente ahora andamos con una campaña publicitaria de la consejería y te aseguro que me encantaría seguir metiendo anuncios a todo color y a toda página en tu periódico.

En muchas ocasiones, las cadenas públicas de radiotelevisión abren espacios de pluralidad que no son posibles en el ecosistema privado. Existen mecanismos de control parlamentario que permiten, aunque sea vagamente, una cierta vigilancia multipartita de las formas y los contenidos. España pudo haber contado también con un sistema público de prensa escrita. Sin embargo, Adolfo Suárez impulsó la privatización de la Cadena de Prensa del Movimiento y Felipe González remató la faena vendiendo o liquidando los diarios que habían sobrevivido a las subastas. Y es que incluso la libertad de prensa tiene un precio.

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Cualquiera diría que la prensa privatizada se libró para siempre del maléfico influjo de las instituciones públicas. Pero no. Los más acérrimos espadachines del libre mercado, aquellos que despotrican sin parar de Papá Estado, terminan siempre arrimando el cazo al manantial de las subvenciones. Hay también favores de otra naturaleza: escríbeme allí esta ley y fírmame aquí esta trampa si no quieres que te ponga a caer de un burro en los próximos informativos. Es la regla dorada de las democracias capitalistas: hay que socializar las pérdidas para que podamos privatizar los beneficios. Y las grandes empresas de comunicación tampoco escapan a esta lógica.

El otro día supimos que el PP se había plantado en las oficinas de la Audiencia Nacional para querellarse contra el PSOE por delitos supuestos de financiación ilegal, tráfico de influencias y cohecho. Lo llaman "corrupción" de forma un tanto elástica para evitar tecnicismos, pero los pormenores del caso no tienen aquí ninguna importancia. Se trata de una mera guerra de desgaste que libran con frenesí tanto la oposición al Gobierno de Sánchez como un entregado ejército de plumas conservadoras. El PP está tratando de ganar en los juzgados y en la prensa lo que no ha sido capaz de ganar en las urnas.

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No me resisto a trazar una breve cronología. En 2018, las condenas de la trama Gürtel catalizaron la moción de censura contra Mariano Rajoy y el PP abandonó la Moncloa como un pollo sin cabeza, desangrándose de votos y con la reputación maltrecha. Fue tanto el ruido de las nuevas imputaciones y sentencias que Pablo Casado se negaba a responder a las preguntas de la prensa. Pero Casado volvió a hablar de corrupción en 2022, en los estudios de la Cope, para denunciar que el hermano de Isabel Díaz Ayuso se lo había llevado calentito con el chollo de las mascarillas. Y fue entonces cuando ardió Troya.

Hubo unos instantes de incertidumbre en que nadie se atrevía a predecir con certeza los saldos de aquella batalla. En Génova comenzó el baile de las sillas y algunos esperaron agazapados, al acecho, sin decir esta boca es mía por miedo a alinearse en público con los perdedores. Pero en medio de las dudas, bastaba prestar atención a un hecho decisivo. Y es que Casado era el pobre líder de un partido de oposición mientras que Díaz Ayuso estaba regando de millones públicos a los medios conservadores, aquellos que tendrían la última palabra en la reyerta. Y la prensa cavernaria arrojó a Casado a los leones.

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Estos días, Público ha divulgado un análisis minucioso de la guita que la Comunidad de Madrid concede a la prensa. Es difícil contener el escalofrío de pavor al examinar los gráficos, pero no hay lección más pedagógica si se trata de explicar por qué corrientes navega el debate público. Lo más obvio es señalar que la prensa derechista está sobrerrepresentada en el reparto pecuniario. No hay datos de audiencia que justifiquen el agravio. Ayuso tampoco escatima en fondos para bañar en oro a algunas gacetillas digitales que han hecho del bulo su línea editorial y que carecen de cualquier código deontológico.

El pasado mes de marzo, una de esas gacetillas difundió una noticia falsa sobre la Fiscalía, la pareja de Ayuso y sus querellas con el fisco. La Fiscalía tuvo que salir a desmentir la trola y ahora el Supremo la carga no contra la gacetilla en cuestión sino contra el fiscal general del Estado. Fue Miguel Ángel Rodríguez quien pronosticó hace algunos días lo que ahora está ocurriendo. Se trata de un mecanismo perfectamente engranado: el contribuyente paga impuestos, los impuestos financian bulos, los afectados desmienten los bulos y los tribunales persiguen a los afectados. No sé si me explico.

Si hay cargos políticos que han hostigado a periodistas por publicar alguna verdad, debe de haber también cargos políticos que han felicitado a periodistas por publicar alguna mentira. Los desconozco pero me imagino el percal. Llamadita al director, reunión festiva en el gabinete, se van a rilar estos rojeras, José Luis, acabo de hablar con los de la sala segunda y esto no hay quien lo pare. Por cierto, felicítame al mozo nuevo por el artículo. Precisamente ahora andamos con una campaña publicitaria de la consejería y os voy a meter anuncios a punta pala. Mientras yo siga aquí nunca os va a faltar de nada.

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