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Opinión · Rosas y Espinas

Ayuso, el fin de Sánchez

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La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, inaugura la muestra 'Lorenzo Caprile', en la Sala Canal de Isabel II en Madrid. EFE/ Borja Sanchez-Trillo

Pedro Sánchez ha pedido esta semana la dimisión de Isabel Díaz Ayuso y yo creo que comete un error. El PSOE necesita gente como Ayuso en el PP para seguir pareciendo de izquierdas. Ítem más: las peticiones de dimisión refuerzan a quien las recibe. PS debería de saberlo mejor que nadie. Desde hace ya años, el PP lleva pidiendo la suya por infinitos motivos a razón de dos o tres veces por semana, y ahí aguanta, con la mayoría parlamentaria más funambulista que uno pueda imaginar.

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Ayuso, además, es acervo cultural español. Carece de formación y de sensibilidad, duerme con delincuentes bajo un techo pagado con dinero procedente de un fraude y muchos ciudadanos la adoran. Es lo más parecido a un borbón que ha parido la democracia, solo en competencia con su nobiliaria mentora: la inefable Esperanza Aguirre.

Ayuso no ha venido a sustituir a Pedro Sánchez, sino a Juan Carlos de Borbón, ahora que Felipe VI nos ha salido tan soso que no se le conoce amante de ningún sexo ni ningún latrocinio, al menos desde que se desveló que era beneficiario de una cuenta casi cienmillonaria en un paraíso fiscal. Y renunció al dinero. A quién se le ocurre. Eso no es reinar, mi majestad. Y es impropio de un borbón hacerle ascos a dinero robado a los españoles.

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Porque en España hay mucho borbonista juancarliano que echa de menos a un rey que le robe, que se folle a las vedettes que él no se puede follar y que se ría de los españoles en su cara. Solo hay que observar a las hordas que lo aclaman cuando participa en las regatas de Sanxenxo. La patria para un rey consiste en eso: en un montón de patriotas que se dejan avasallar y mueren por tus caprichos.

En esto Ayuso se sabe mayestática. Tanto, que se presentó a unas elecciones con una hoja en blanco como programa electoral. Hazaña de tal fuste solo está al alcance de una reina.

Como todo monarca que se precie, Ayuso también es admirada por su facilidad para cortar cabezas. Aun recuerdo con ternura cómo rodaba el bello cráneo de Pablo Casado por los pasillos de Génova 13. Todo por un tuit. Aquel en que señalaba que el hermano de Ayuso se había embolsado un cuarto de millón de euros por mediar en una compra de mascarillas. Solo alguien coronado por los dioses y la patria puede cargarse al líder del partido más votado de España por un simple tuit verdadero. No hizo falta ni congreso extraordinario ni moción de censura ni tutelas ni tutías, que diría Manuel Fraga. Ayuso lo ejecutó tan majestuosamente que parece que Casado se cortó la cabeza él solo.

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Por último, como corresponde a cualquier reina o emperatriz, Ayuso también tiene su Waterloo: 7.291 ancianos abatidos por ella en la batalla contra el covid. Ninguna mujer es digna de portar corona si no deja detrás miles de inocentes que hayan caído por su gloria. Ayuso permitió que 7.291 personas murieran prisioneras en la habitación de sus residencias sin atención médica, asfixiándose lenta y angustiosamente, agarrándose a los barrotes de la cama. La crueldad es patrimonio de los reyes y los dioses, aunque a los fascistas tampoco les sale nada mal. Y la crueldad de Ayuso, más que sus soflamas por la libertad cervecera, cuajó en mayoría absoluta incontestable. 1.586.985 madrileños, un 47,34% de votantes, premiaron su impiedad.

Por eso no le recomiendo yo al bello Pedro Sánchez que ande por ahí pidiendo, a tontas y locas, la dimisión de la reinona Ayuso. Le saldría más a cuenta exigir la de Felipe VI, también inútil (la exigencia). Al fin y al cabo, aunque ya ni los más viejos del lugar lo recuerden, el PSOE es un partido republicano.

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