Opinión ·
Mi cuerpo, tu decisión
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"Tú cuerpo, mi decisión", gritaba entre risotadas el joven líder fascista Nick Fuentes, tras conocer la victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses del pasado día 5. Frases como "Eh, putas, tenemos el control sobre vuestros cuerpos" o "Adivinad qué... los tíos volvemos a ganar" son solo algunas de las soflamas de este negacionista del Holocausto. Un tipo que ha sido invitado a cenar por el mismísimo Trump.
â trem â¸â¸ ོ (@tayrilivia) November 6, 2024
Es evidente que la victoria de un violador reconocido como Trump no iba solo de blancos y negros, pobres y ricos, estadounidenses o extranjeros. Es evidente también que Estados Unidos es un país que está votando activamente para que las niñas y mujeres sean menos libres. También es cierto que la alternativa a la ultraderecha que representa Trump es una derecha mal maquillada de centro, el partido demócrata, que no es una opción real para ninguna mujer que se diga feminista o progresista. Kamala Harris era el mal menor para las estadounidenses, pero el mismo mal que Trump si le preguntas a una palestina. Las bombas matan igual las lance quien las lance. A pesar de ser un mal menor, no ha sido tan menor como para ganar a un violador, y eso quita la máscara a un país al que, por otra parte, ya conocíamos desnudo. La normalización de la violencia sexual contra las mujeres llega a extremos tan aterradores que una de las potencias más grandes del mundo sale a votar sonriente a un tipo que confiesa que puede "agarrar por el coño a las mujeres" porque es famoso.
En el otro pico del mundo, un país invadido por EE.UU., Irak, actúa de la misma forma misógina pero en sus propios términos, ya que un proyecto de ley busca bajar la edad del consentimiento de los 18 a los 9 años. Según la actual ley, la edad mínima es de 18 a excepción de quienes tienen 15 o más, que pueden conseguir el permiso de un juez. Esta barbarie representa un alarmante retroceso en los derechos de las mujeres y niñas, y no solo en Irak, porque sienta un precedente peligroso a nivel global. Esta iniciativa pretende institucionalizar la explotación sexual infantil y perpetuar la violencia machista y los ciclos de pobreza para las mujeres.
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En Afganistán, desde la toma de poder por los talibanes en agosto de 2021 (tras 20 años de invasión y guerra por parte también de EE.UU.), las mujeres y niñas han visto una erosión sistemática de sus derechos hasta puntos inenarrables. Ninguna serie de ficción alcanzaría a imaginar lo que las afganas están sufriendo. Se les ha prohibido la participación en la vida pública, la educación, y viven recluidas por ley en sus hogares, pudiendon salir de ellos tan solo con un guardián varón. Hace tres años que conocemos lo que está ocurriendo con las niñas y mujeres afganas, y siguen llegando noticias aterradoras, como que no pueden asomarse ni a las ventanas de sus casas, para no tentar así a ningún hombre. No pueden llevar tacones bajo el burka, porque el sonido al caminar es provocativo. La salud física y mental de las afganas, sus vidas en general, no importan al mundo. Como tampoco importan las niñas en Irak, las mujeres en Estados Unidos, en España, en Madagascar... Las cifras de violencia machista, de feminicidios, de violaciones no dejan de crecer en todo el mundo, también en España. Otra noticia que nos llega estos días viene desde Libia, otro país que EE.UU. y sus aliados han intentado "liberar". Libia habla ahora de la posibilidad de instaurar también una policía de la moral para restringir la libertad de las mujeres.
El hilo conductor de esta historia tan antigua no es otro que la eterna subordinación del sexo femenino. La aprobación de leyes que permiten el matrimonio infantil, la imposición de regímenes que niegan derechos básicos y la elección de líderes con antecedentes de violencia sexual son solo algunos ejemplos recientes traídos hoy a este artículo, pero se suceden en todo el mundo, a todas horas, trascendiendo fronteras y culturas.
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Las guerras que llevan a cabo los hombres (y las pocas mujeres a las que dejan ascender porque saben seguirles el juego) no solo son las declaradas, las evidentes, las que tienen sirenas antiaéreas y bombas que matan a muchas personas a la vez. Esas suelen tener un principio y un final, por muy larga que pueda llegar a ser. La guerra con más víctimas, la más grande, la que afecta a más gente y territorios, y que no tiene ni visos de acabar jamás, es la que mantienen contra las niñas y mujeres desde tiempos pretéritos. Hace tanto tiempo que los hombres emprendieron esta guerra contra nosotras que tenemos que medir la duración en función de las pruebas del carbono-14.
Decía Simone de Beauvoir "No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida". No imaginaba Simone que estar vigilantes no nos libraría de nada sino que, más bien, el hecho de estar más unidas y vigilantes que nunca iba, precisamente, a causar una reacción violenta de tal magnitud.
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Las mujeres tenemos que pelear, sobre todo, contra el género, que es el que nos atenaza y nos paraliza, que nos somete y nos acobarda. El género es el que nos hace creer que no tenemos escapatoria, que somos carne de cañón, que nada se puede hacer. El género es ese que nos tiene obsesionadas con cómo luce nuestro cuerpo, cuando realmente nuestro cuerpo no es otra cosa que el campo de batalla de esta guerra sin fin. El género se construyó sobre nuestro sexo al nacer, pero de la misma forma que se modeló, podemos ir derribándolo. Matemos a los mitos, a las expectativas, a los mandatos, los roles y los estereotipos. Luchemos para dejar la ansiedad sobre cómo lucimos para empezar a pensar en cómo salvarnos a nosotras y a las demás. Porque el género es el arma que usan contra nosotras, es el mando a distancia que tienen para controlarnos. Liberarnos del género es nuestra única posibilidad en esta guerra que puede acabar, por mucho que nos digan "eh, putas, los tíos volvemos a ganar".
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