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Opinión · Otras miradas

No vas a luchar contra la extrema derecha desde X

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El magnate sudafricano Elon Musk, dueño de Twitter (X).- Europa Press

Hay motivos para seguir en X. De muy diverso tipo. Un amigo periodista me dijo esta semana después de incorporarse a Bluesky, que en X seguían pasando cosas y que había que estar para contarlas. Es un motivo. Otro amigo me dijo esta semana que, por ejemplo, las redes que denuncian el genocidio palestino desde Palestina no se pueden permitir ahora una migración. Es otro motivo. Hay comunidades muy vulnerables, que han logrado construir pequeños campamentos de seguridad en X y para las que moverse implica, muy seguramente, desmantelar ese vínculo y, quizás, no reencontrarse. No les compensa. Es otro argumento.

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A fallback.

Luchar contra la extrema derecha, sin embargo, no es algo que se pueda hacer desde X y casi todo lo que hay detrás de ese argumento favorece, de hecho, a la extrema derecha.

Cuando Twitter aún no era X, es decir, antes de que Elon Musk lo comprara, ya era una máquina de toxicidad. No es una noticia nueva. Hay una parte de esa toxicidad que viene de la propia herramienta, pero otra coincide con el auge y la expansión de la extrema derecha en redes. El espacio de opinión que ocupaba Twitter fue violentamente desplazado por autoritarismo, machismo, campañas organizadas contra el feminismo, relativismo y racismo. Twitter falló estrepitosamente a la hora de evitar el acoso online y los discursos de odio. Las iniciativas más tímidas llegaron al final de primer mandato de Donald Trump. Alguna cosa, muy leve, se puso en marcha en torno a la moderación.

En ese momento, la idea de que la mera organización de los usuarios podía luchar contra esa toxicidad era plausible. Quizás un poco ilusoria, pero plausible. Esa idea, hoy, es simplemente una falacia.

X no es ya ese twitter tóxico que funcionaba mal. Elon Musk lo compró con un objetivo, convertirlo en una herramienta de propaganda política verticalizada, con él en la parte de arriba de la pirámide. Para ello modificó la estructura interna de la herramienta. En internet el código es la ley. Ha sido así desde siempre. Cambiar el código es cambiar las normas de funcionamiento. Es cambiar las leyes.

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Dejar de ver a quién sigues y que quién te siga no te vea, es la ley del código.

Que la atención se distribuya a través de sistema de suscripción es la ley del código.

Penalizar los enlaces, reducir el alcance de los tuits si tienen determinadas palabras, es la ley del código.

Que la cuenta del propio Musk tenga más atención que las de los demás, es la ley del código.

No es sólo que confrontar con Musk sea inútil. No es sólo que pagar por ganar atención en X es financiar directamente a la herramienta de propaganda de Donald Trump. No es sólo que X tenga ya entrenando el negocio de inteligencia artificial de Musk con los tuits que escribimos todos. Es que en internet no se pelea con las normas del mundo físico.

En el mundo físico se lucha contra los tiranos en el territorio que compartimos todos. En internet el territorio depende de la atención. Y desplazar la atención, desplaza el territorio. Las migraciones masivas que están habiendo hacia Bluesky (principal, aunque no únicamente, también a Threads o Mastodon) no son sólo elecciones técnicas de una herramienta u otra, sino sobre todo desplazamientos del interés y la atención.

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Precisamente, por esa diferencia clave en cuál es el territorio de la pelea, el conflicto en internet nunca ha sido por choque, sino por atracción y desplazamiento. La extrema derecha lo entendió perfectamente cuando entró en Twitter y aprovechó sus debilidades técnicas y, sobre todo, políticas (una idea de la libertad de expresión que confundía moderar contenidos con censurarlos) para tomar el espacio hasta donde pudo. Cuando no pudo llegar más lejos... Lo compró y lo rediseñó. Es tan importante la voluntad de retener atención que todas las redes sociales hacen millones de esfuerzos por mantenerte dentro de las mismas, que no te vayas a ningún otro lado. Que tengas la menor cantidad posible de distracciones, pero siempre en el interior de la aplicación. Sin embargo, se sigue defendiendo que la mejor manera de luchar contra la extrema derecha es... seguir dentro.

El argumento se acompaña de otro, no menos falaz, por el cual las figuras que más atención recogen de la red no se van por no dejas sólo al resto, cuando el efecto es exactamente el contrario. Cada vez que algún tipo de institución (mediática, política, de influencia, etc.) ha dicho que se va de X, ha producido un efecto arrastre instantáneo de cientos, sino miles de seguidores, porque la atención es una cadena, una suma de eslabones.

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No hace falta ser ingenuos. Salirse de Twitter (o usarlo lo menos posible) y apostar por alternativas que han puesto en el centro la lucha por cuidar a sus comunidades con buenos sistema de moderación y apostando por la soberanía de los datos, no va a resolver el problema del fascismo. Ni va a resolver que Musk controle una herramienta de propaganda y propagación de bulos enorme. Ese problema va a seguir estando en el centro del conflicto democrático. Precisamente por eso, es más urgente todavía descapitalizar su poder con toda nuestra fuerza. Individual, colectiva... Pero también institucional.

La Unión Europea tiene que romper con los monopolios de la comunicación digital y tiene que avanzar de forma decidida en una arquitectura de las redes con principios democráticos. Eso se hace con directivas y normas, pero también con multas y disciplina. X está violando los derechos de sus propios usuarios y no debería salir impune.

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