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Spielberg sigue siendo el rey

Jaume Collet-Serra demuestra el dominio de la técnica en ‘Infierno azul’, historia de un gran tiburón blanco acechando a una surfera en una zona solitaria. Consigue entretener, pero no trasciende. Cuarenta años después, Spielberg sigue siendo el rey.

MADRID.- La maquinaria que movía al gigantesco tiburón blanco que habían diseñado para la genial película de Spielberg fallaba constantemente. Paradójicamente, eso se convirtió en una gran baza del filme. No poder mostrar al tiburón y aprovechar la música de John Williams aumentaba la tensión en una obra que es muchísimo más que la historia de una bestia descomunal atacando a los bañistas. Ahora, otro escualo enorme vuelve a la gran pantalla, en Infierno azul, de la mano de Jaume Collet-Serra y, esta vez, creado con una tecnología absolutamente precisa, casi infalible.

De una película a otra han pasado nada menos que cuarenta y un años, y en todo ese tiempo nadie se ha acercado ni mínimamente a la legendaria película de Spielberg —ni siquiera a su fabuloso cartel— que transcurría en la agradable ciudad de Amity. Tampoco el filme de Serra, que no es mucho más que una película-anécdota, en la que la protagonista, una surfera confusa tras la muerte de su madre, se convierte en una especie de MacGyver del mar, tirando de ingenio para ir superando ‘pantallas’ hasta el desenlace final.

Infierno azul

Infierno azul

Predecible relato de supervivencia

Protagonizada por la modelo y actriz Blake Lively, la película arranca con la promesa de ofrecer algo que luego no cumple. La calma tensa inicial de pronto se pierde y entonces la película se convierte en un relato predecible de supervivencia. Lo que podría haber sido una gran película de serie B, se queda en un triste intento de trascender que no trasciende nada. Cierto que ha habido críticos que han hablado de la lucha de hombre con la naturaleza y no han faltado los que mencionan el acierto de la metáfora como historia de superación. No hay mucho de ello, lo que no significa que la película, por su buena factura técnica, no convenza y, por momentos, entretenga bastante.

El tiburón blanco hembra creado para el filme es uno de los detalles más aterradores, uno de los más convincentes del cine, donde estos enormes escualos se han convertido en un subgénero con muchos seguidores. Aunque la mayoría de sus títulos no merece ni una mención, otros, concebidos como serie B o serie Z, son realmente entretenidos, unos dan un poco de miedo, otros, bastante grima, algunos provocan la carcajada… Los mejores, los que no pueden de ninguna manera tomarse en serio.

sharknado

'Sharknado'

El éxito de Sharknado

Y recientemente, Sharknado (2013) conseguía un poco de todo eso. Anthony C. Ferrante ganaba una buena recompensa por su disparatada osadía. Un tornado sacaba a los tiburones del mar y estos caían del cielo sobre la ciudad de Los Ángeles. Delirante y en el límite. De hecho el lema de la película fue: “Nada más que decir”. Millones de personas de todo el mundo la han visto.

Diez años antes, Chris Kentis, rodó Open Water, un espeluznante filme inspirado en hechos reales y en el que aparecían tiburones auténticos. Presentado en Sundance, contaba la historia de una pareja de vacaciones en las Bahamas que se queda abandonada, por descuido de la tripulación de la lancha que los lleva, en alta mar, en una zona infestada de tiburones. No acertaba del todo en la diana, pero se acercaba bastante.

Open water

'Open water'

Los tiburones de Roger Corman

En los setenta, después del estreno de Tiburón, se dispararon las producciones dedicadas a estos fascinantes animales. La secuela de aquella, dirigida tres años después por Jeannot Szwarc, quedó en buen lugar, no como las siguientes. El actor y director mexicano René Cardona Jr. supo exprimir su jugo a los escualos primero en ¡Tintorera! (1977) y un año después en Ciclón. El prestigioso Peter Yates ’Bullit’ no se resistió a la tentación y rodó una película en la que sin ser el elemento principal jugaban un papel importante los tiburones, Abismo (1977).

Excesiva, oportunista, bastante ridícula y por todo ello más que divertida, chistosa, es El último tiburón (1981), del italiano Enzo G. Castellari, que no se cortó un pelo plagiando la obra de Spielberg y que llegó, incluso, a venderla como una secuela. Un poquito más pretenciosa y cargada de víctimas era la superproducción de Warner Deep Blue See, de Renny Harlin (1999).

Más entusiasmo y, desde luego, muchos más fans de la serie Z han reunido películas como Sharktopus, medio tiburón, medio pulpo, o Dinoshark, un escualo con pinta de dinosaurio, producidas por el irreemplazable y mítico Roger Corman; Megatiburón contra crocosaurio (2010) o El ataque del tiburón de dos cabezas (2012), ambas de Christopher Ray; El tiburón de pantano (Griff Furst, 2011), un filme con un guion inaudito y un tiburón mutante, pero que se digiere bastante bien, o, cómo no, Sharkman (2005), en la que Michael Oblowitz dirigía una exótica y atrevida historia de un científico que termina convertido en un híbrido entre hombre y tiburón, es decir, un peligroso depredador con una inteligencia excepcional. Una de las estrellas de la serie B, Jeffrey Combs, era el protagonista.

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