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Una cruzada contra los hipócritas

El Pavón Teatro Kamikaze retoma 'Misántropo', la adaptación a cargo del dramaturgo Miguel del Arco del clásico de Molière que protagoniza el actor Israel Elejalde. Ambos, intérprete y director, nos hablan de la vigencia de esta obra.

Israel Elejalde en 'Misántropo'.- EDUARDO MORENO

“Tal vez encuentre en la soledad la libertad necesaria para ser un hombre decente”. Alcestes, el protagonista del Misántropo de Molière, flirtea con la posibilidad de mandar todo al carajo —excepto a su amada, sólo faltaba— con tal de alcanzar una cierta estabilidad emocional. Sucede que anda atribulado ante la hipocresía imperante en la sociedad y la incapacidad de ser honesto con el personal. “Es un personaje que no empieza siendo misántropo, sino que es así como acaba”. El matiz, que no es baladí, corre a cargo de Miguel del Arco, uno de los dramaturgos del momento que vuelve a la carga en El Pavón con esta relectura del clásico de Molière.

Y no es baladí —decíamos— porque si por algo aprendemos a querer a Alcestes —tipo huraño y fácilmente detestable— es por su anhelo de verdad, por su necesidad de conectar con los que le rodean. “Él quiere cambiar las cosas, sufre una lucha interna con tal de encontrar nuevas formas de relación con quienes le rodean”, añade el dramaturgo. En palabras de Israel Elejalde, actor encargado de encarnar al susodicho, “es un tipo detestable por su incapacidad de admitir que vivir en sociedad implica ser un poco hipócrita, que no todo es blanco o negro y que, llegado el momento, hay que pactar”.

Así es, el misántropo de Molière se da de bruces con la realidad una y otra vez; no sabe ceder, o no quiere. Un ser monolítico que evidencia, a su modo, el punto ciego moral que implica vivir en sociedad. “Es un hombre de una pureza absoluta, Molière nos sitúa ante un arquetipo que nos permite reflexionar sobre los límites de la dignidad humana, no hay nadie que vivir con ese nivel de pureza intelectual”. En otras palabras, Alcestes es el espejo en el que Molière nos refleja para que no olvidemos el nivel de infamia que gestionamos con asiduidad.

El problema de la honestidad

“Tu verdad no; la verdad / y ven conmigo a buscarla. /La tuya, guárdatela”. Sirvan estos versos de Machado para entender que la verdad, tal y como se nos presenta hoy día, no lleva a ningún sitio salvo al desasosiego. “Estamos construyendo una sociedad —censura Del Arco— en la que se nos obliga a dar una opinión de forma inmediata e inamovible, de tal forma que si la cambias te muestras débil ante tu adversario”. En efecto, blandir la verdad como si de un escudo preventivo se tratara es, quizá, la otra gran lección de este misántropo. La verdad —mi verdad— es innegociable y no hay duda posible al respecto. O quizá sí.

Según Elejalde, “la verdad es dolorosa en muchos casos e implica un nivel de conciencia de uno mismo al que muchas veces no queremos enfrentarnos, digamos que hemos elegido un modelo en el que todo está un poco más edulcorado”. Un modelo en el que, por ejemplo, el presidente de Murcia puede desdecirse sin despeinarse echando mano de piruetas verbales. “Creo que el Misántropo no solo hace referencia a ese tópico de que los políticos nunca dicen la verdad, sino a otra cosa que considera mucho más interesante y es que tengo la impresión de que somos nosotros los que demandamos que nos mientan porque no queremos saber la verdad”.

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