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Thomas Kruithof: “Desobedecer es, a veces, la forma de salvar el pellejo en este sistema”

La ópera prima del cineasta francés, Testigo, destapa la instrumentalización de los servicios secretos con fines políticos y retrata el estado de sometimiento, control y obediencia en que vivimos los ciudadanos.

François Cluzet, en Testigo.

MADRID.- Espionaje entre los dirigentes del PP madrileño, grabaciones del ministro de Interior desvelando planes contra políticos catalanes, policías, guardias civiles, servicios secretos, empresarios… España se ha convertido en el paraíso de las escuchas legales e ilegales. Aquí todos vigilan a todos. ¿Y los ciudadanos, qué? El director y guionista francés Thomas Kruithof revela, en su ópera prima, Testigo, cuál es el sitio de los pobres mortales en este sucio submundo de conspiraciones e intrigas.

Película política sobre la instrumentalización de los servicios secretos con fines políticos y al mismo tiempo, retrato del estado de sometimiento, control y obediencia en que vivimos los ciudadanos, esta historia está protagonizada por el veterano François Cluzet, en un trabajo de contención admirable, que permite una empatía inmediata con el personaje.

Él es Duval, ya ha cumplido los cincuenta, lleva más de dos años en paro, está desesperado y tiene miedo de no recuperarse jamás. Un día recibe la llamada de un hombre ofreciéndole un trabajo bien pagado. Solo tiene que acudir a un apartamento y transcribir conversaciones telefónicas grabadas en cintas. Por supuesto, accede. No pregunta cuál es la finalidad de su trabajo ni se preocupa por el silencio que rodea a quien le ha contratado. Él cumple con su trabajo, cobra y ahuyenta poco a poco la angustia. Pero un día despierta y comprende que está atrapado en un complot político y en la peligrosa maquinaria de los servicios secretos. “El personajes comienza a cuestionar las órdenes que recibe”, explica Kruithof, que sentencia: “Desobedecer a veces es la forma de defenderse y salvar el pellejo en este sistema”.

La crisis de los rehenes del Líbano en los 80 está en el fondo de su historia, ¿lo que sucedió entonces fue su única fuente de inspiración?

No. La película está inspirada en diferentes complots y conspiraciones, en intrigas que han existido en Francia en los últimos treinta años. Son asuntos que surgen muy especialmente en periodos de campañas electorales. La vigilancia generalizada, la paranoia de los ciudadanos, los servicios secretos al servicio de la política…

En España los niveles de juego sucio en la política, con escuchas secretas, conspiraciones… superan con creces a los de Francia, ¿cree que aquí se verá su película de otra manera?

Estoy al tanto de la situación en España y, aunque no es igual, tiene algo que ver con la situación de corrupción que se vive en Francia. Pero no creo que la película se vea de modo muy diferente, porque lo interesante es la aventura personal del personaje. Lo que ocurrió con la película en Francia es que casualmente coincidió con la campaña electoral y todo el ambiente estaba plagado de sospechas…

¿Quiere decir que hemos llegado a un punto en que los ciudadanos estamos un poco paranoicos?

Claro, hay paranoia. Pero lo interesante no es solo que los ciudadanos estemos convencidos de que nos quieren hacer daño, sino ese sentimiento terrible de no controlar ni de comprender nada del mundo en que vivimos. Y esa sensación espantosa de que otros, de los que no conocemos sus intenciones, son lo que gestionan las cosas por nosotros.

¿Esto hace que, después de la Guerra Fría, ésta sea la nueva época dorada del espionaje?

Hay muchas series, libros, películas… y siempre hay como dos familias, la de Ian Fleming y la de John Le Carré, lo espectacular y lo atmosférico. Ahora vivimos un periodo propicio para el espionaje y, mucho tiene que ver con este tiempo en que se amplifican los sentimientos de paranoia. Nadie comprende este mundo en el que vivimos ni por qué formamos parte de ese sistema de control por parte de los políticos y los servicios secretos. Es un periodo fértil para el espionaje.

¿Ese clima social hace más evidente el vínculo entre el espionaje y lo político?

Espionaje y política están estrechísimamente ligados. John le Carré lleva desde siempre anticipando acontecimientos políticos con años de antelación. Los espías tienen un sentido político. Digamos que son el primer rango de la política y la geopolítica. El personaje de la película tiene una vida limitada, él lo único que quiere es sentirse cómodo y útil, pero poco a poco va encontrando el significado al contexto político y social. Va encontrando su lugar y el de la sociedad en medio de esa conspiración. Igual que el género policiaco es bueno para tratar problemas sociales, el cine de espionaje es propicio para hablar del estado del mundo y los entresijos del poder. Vivimos un momento de gran tensión política y geopolítica y eso, junto a las preguntas y los miedos que todos tenemos, va a hacer, como ocurrió en la Guerra Fría, que el espionaje vuelva con mucha fuerza al cine, a la ficción en general.

El personaje de su película es un ciudadano más, ¿siente que hoy todos los ciudadanos somos marionetas de los políticos y los servicios secretos?

No, yo diría que no. Pero también digo que hay que resistir y hay que cuestionar la realidad y afirmarse como ciudadanos. Tenemos demasiado integrada la idea de autoridad, la capacidad de aceptar órdenes sin cuestionarlas, nuestro primer reflejo siempre es obedecer.

Bueno, su película aboga por la idea de la desobediencia necesaria ¿no?

Sí. La película para mí no es un trabajo sobre la resistencia, pero sí es una obra política y al mismo tiempo de suspense y diversión. En ella están las cosas que también me importan a mí como ciudadano. Aprender a desobedecer y a crear caos puede resultar creativo y liberador. Pienso que existe una especie de comodidad en la obediencia. En la película, la conciencia del personaje despierta y ahí es cuando comienza a cuestionar las órdenes que recibe. Poco a poco va a aprender a desobedecer. Desobedecer a veces es la forma de defenderse y salvar el pellejo en este sistema.

Esta es una ópera prima, ¿le animó más a hacerla su preocupación como ciudadano o su fascinación por las historias de espías?

Todo está relacionado. Hacemos películas porque estamos fascinados por algo, algo dramático, que nos toca por miedos o por sentimientos… En esta película estoy yo como hombre, como ciudadano, como espectador de cine, como director. Aunque creo que se ve muy clara la rabia que siento por todo lo que está pasando.

La película va mostrando poco a poco los distintos niveles de control, desde el ciudadano normal hasta el espía y el político…

Es una especie de máquina que se va mostrando y que lo va llevando todo, desde el realismo, pasando por la violencia hasta la oscuridad de la noche. El personaje va conociendo todas las escalas hasta que al final puede hablar de tú a tú con quienes le están manipulando.

¿Este es el tipo de cine que quiere hacer?

Hice antes un cortometraje sobre un tema social, Rétention. Era un thriller administrativo sobre los emigrantes sin papeles. Era también un individuo que lucha contra el sistema y había suspense. Creo que en mi cine siempre habrá algo de esto.

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