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Daniel Canogar: "No estamos hechos para el mundo que hemos creado"

El artista multidisciplinar presenta en la Sala Alcalá 31 'Fluctuaciones', una reflexión sobre la aceleración de nuestro tiempo y la vertiginosa obsolescencia tecnológica. "Vivimos en un update constante y eso crea mucha ansiedad", confiesa.  

El artista madrileño Daniel Canogar.- GUILLERMO GUMIEL (Cortesía de la Sala Alcalá 31)

Ya ha sucedido. Si lo imaginamos es porque ya se puede comprar. Algo ha petado cuando se venden fragancias con olor a Mac nuevo. Algo no va bien cuando un rincón sin wifi se convierte en un oasis de paz. El artista Daniel Canogar (Madrid, 1964) nos habla en Fluctuaciones (Sala Alcalá 31) de nuestra propia deriva como civilización. Lo hace reflexionando sobre la obsesión por lo efímero en la era de la obsolescencia programada.

Teclas de ordenador diseminadas que se incendian bajo un haz de luces, cientos de DVDs colganderos proyectan despegues aéreos, pantallas multiformes imposibles de decodificar... La arqueología tecnológica que nos trae Canogar tiene una trampa y se llama belleza. La estética al servicio de la denuncia, o al menos del pararse a pensar que hay algo que no termina de funcionar, que se ha desconfigurado. "Vivimos en una perpetua distracción, bombardeados de información. Mi estrategia es atrapar un poco la mirada, hacer que el público se detenga y observe".

¿Por qué 'Fluctuaciones'?

Surgió en colaboración con la comisaria alemana Sabine Himmelsbach, ambos nos dimos cuenta de que en mi propuesta hay un cierto interés por la circulación de la información y también por cómo ha mutado nuestra forma de almacenarla a través de esa virtualización y desmaterialización que impone la nube. Ya apenas tenemos soportes físicos, la información está dejando de tener una consistencia matérica y, en ese sentido, creo que hay una enorme incertidumbre de hacia adónde vamos. Nos pareció que la palabra fluctuaciones captaba esa poesía, ese transitar rápido, ese flujo en el que nada permanece.

¿Cómo nos afecta esa desmaterialización de la que habla?

Para empezar nos afecta de forma directa en nuestra forma de relacionarnos con nuestro entorno, cada vez nos es más complicado comunicarnos de tú a tú, tendemos a utilizar Facebook, Whatsapp, emails... Y también en el modo en que entendemos nuestra posición en el mundo, en cómo lo vemos y lo vivimos. Habitamos burbujas tecnológicas y parece que se nos olvida que seguimos teniendo cuerpo, que no somos puro cíborg digital. Un cuerpo que siente, escucha y sufre, es ahí donde radica la contradicción, en el hecho de que no estamos hechos para el mundo que hemos creado.

¿Cree que hay una falta de reflexión teórica, que abrazamos la tecnología de un modo acrítico?

Sin duda. Creo además que la obsolescencia que realmente nos preocupa es la nuestra. Cuando compramos por ejemplo un móvil, lo sacamos de la caja y percibimos el olor a nuevo de ese aparato resplandeciente, sin mácula, en realidad es como si compráramos un poco de juventud, como si cumpliéramos un deseo inconsciente de inmortalidad.

"La obsolescencia que realmente nos preocupa es la nuestra"

El problema es que ese móvil termina por deteriorarse, de tal forma que volvemos a sentir la necesidad de otro chute de novedad. Es parte del enganche de esta sociedad de usar y tirar en la que estamos inmersos; vivimos en un update constante y eso crea mucha ansiedad. Todo esto, a fin de cuentas, está relacionado con un miedo al vacío y al silencio. 

Esa sensación continua de que nos perdemos algo...

Así es, el mundo sin wifi terminará por convertirse en unos oasis que vamos a tener que crear. Uno de los núcleos centrales de mi trabajo es esa memoria erosianada por ese bombardeo, ese nunca estar aquí y siempre estar sintiendo que nos perdemos algo. El hecho de que estemos constantemente expuestos a inputs diversos termina por erosionar la memoria, no somos ya capaces —ni lo intentamos— de almacenar datos muy básicos, y esto deriva en una especie de alzheimer colectivo, perdemos la sensación y el peso del tiempo. Es como si olvidáramos las huellas que ha ido dejando el pasado, una huellas que son claves para saber hacia adónde vamos. En ese sentido, Fluctuaciones es un intento por conservar una cierta memoria personal y colectiva que está muy vinculada a las tecnologías.

Usted opta por estetizar lo que nos duele como sociedad cuando lo habitual es mostrarlo en toda su crudeza.

Creo que las imágenes duras tienen su lugar, pero quizá han perdido algo de potencia precisamente por haberse utilizado hasta la saciedad. Muchas de mis obras son, efectivamente, muy bellas. Lo hago de una forma consciente, me gusta esa belleza convulsa, pero sobre todo la noción de atrapar la mirada del público. Vivimos en una perpetua distracción, bombardeados de información, esto complica mucho la posibilidad de mantener la mirada durante más de treinta segundos en una misma cosa. En ese sentido, mi estrategia es atrapar un poco esa mirada, hacer que el público se detenga, observe y reflexione. 

Por otra parte, todo artista es un niño al que le gusta jugar, inventar, transformar las cosas y darles una nueva utilidad. ¿Por qué una pantalla siempre tiene que ser plana y rectangular?, ¿por qué no puede tener una forma escultórica?, ¿por qué esa pantalla no nos puede envolver o dialogar con el espacio que la circunda? Un elemento muy importante dentro de esa experiencia bella es la posibilidad de moverte a través de la obra, o de que ésta se te proyecte en el cuerpo, creo que de este modo se pueden crear dialécticas muy sugerentes.

¿Cómo establece ese diálogo teniendo en cuenta la fractura generacional?

Yo pertenezco a una generación puente entre lo analógico y lo digital. Para mí conocer un mundo en el que la tecnología queda obsoleta con tanta celeridad es un fenómeno nuevo. Trabajo mucho con jóvenes a través de talleres y cursos, percibo su preocupación por esta nueva realidad tan adictiva que se está creado con la redes sociales y los móviles. En ese sentido, hay una cierta rebeldía que ya se está materializando a través de una fascinación por parte de tecnologías analógicas. Un claro ejemplo es el retomado interés por el vinilo.

Parece que incluso el walkman está volviendo...

Sí, regresa convertido casi en fetiche. Ahora el hípster más hípster de California utiliza un modelo prehistórico de Nokia para comunicarse. Hay una búsqueda de otros tiempos fruto de una sensación de agotamiento y adicción. 

¿Percibe un intento por desacelerar nuestro ritmo vital?

Creo que se está produciendo un despertar. Por supuesto no a un nivel masivo, pero sí en pequeños reductos culturalmente sofisticados.

¿Qué siente cuando un visitante se hace un 'selfie' con su obra de fondo? 

Me parece muy interesante. Es como si se insertaran en la obra de arte, tiene algo de territorial, como si pusieran su marca sobre lo que trato de representar. Yo vengo del mundo de la instalación, un ámbito que cuenta con ese aspecto como de zambullirse en la obra. El selfie subraya ese carácter inmersivo y, al mismo tiempo, no deja de ser un autorretrato, un género que en realidad es muy antiguo. Ese híbrido me parece muy interesante y estoy procesándolo todavía.

Se ha generado un cierto revuelo en EEUU por el cuadro 'El sueño de Teresa', de Balthus. ¿Cree que el puritanismo está pasando factura al arte?

No tengo claro que estemos ante una reacción puritana. Creo que se trata más bien de un cambio que se está produciendo por parte de muchas mujeres que están hartas de que haya hombres que las objetualicen y las conviertan en juguetes sexuales. Desde mi punto de vista, no estamos ante una mirada puritana, sino ante la necesidad de empezar a reflexionar sobre estas pinturas y verlas desde otra perspectiva. En el fondo, lo que me interesa de este debate es que el arte no es algo estático, sino que las interpretaciones que la gente extrae de las obras cambian a lo largo de la historia. 

Las obras se leen de diferente forma en función de la época, responden a necesidades diferentes, son camaleónicas. En este momento, las obras de Balthus son una herramienta muy buena para ciertas reivindicaciones feministas. ¿Significa esto que se está pervirtiendo el sentido inicial de la obra o la intencionalidad del artista? Yo creo que no, cuando lanzo una obra de arte deja de ser mía, queda expuesta a miles de interpretaciones. Ya lo dijo —entre otros— Roland Barthes cuando hablaba de la muerte del autor; en esa relectura que cada uno hace de la obra le está dando una nueva vida.

Es la mirada la que le da sentido...

Exacto, y ahora mismo la mirada feminista es la que está reconfigurando la forma de mirar esta obra en concreto.


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