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Nuevos aires festivaleros: de los conciertos masivos a los eventos de nicho

Desde que irrumpieran en nuestro país hace un par de décadas, los festivales de música se han ido reinventando y evolucionando. Nuevas formas de entender estas citas cohabitan con propuestas mucho más especializadas.

Un grupo de asistentes aguarda el inicio del concierto.- EP

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Dos décadas separan lo que fue el inicio de la cultura festivalera en nuestro país de la actual diversificación. Veinte años de pulseritas y colas interminables para hacerse con una birra mal tirada en un vaso de plástico. Veinte años también de evolución, de aciertos y errores que han ido configurando una oferta festivalera de lo más heterogénea. “Hay un festival en cada rincón de España”, comenta José Luis Morán, precursor junto a su hermano Miguel del Festival Internacional de Benicàssim (FIB). “Percibo una cierta reiteración del mismo concepto de festival, algo que se manifiesta incluso en los carteles que proponen, tendrá que ser el mercado el que determine el valor añadido de estos eventos”.

José Luis Morán: "Percibo una cierta reiteración del mismo concepto de festival"

Y el mercado, de momento, dictamina una suerte de convivencia entre el macroevento más tradicional y un sinfín de apuestas festivaleras en busca de nicho. Según Morán, todo responde a una cuestión de madurez por parte de la audiencia: “Cuando eres joven puedes aguantar afluencias masivas y esperas eternas para casi todo, con el tiempo comienzas a seleccionar y le pides otras cosas a un festival”. Una convivencia basada en ese difícil equilibrio que da cabida a titanes de la talla del BBK, Primavera, Benicàssim o Mad Cool, con propuestas que se salen de la norma y no responden a ese tridente de cachi, solana y masa.

La clave de esta cohabitación, en palabras de Julián Gómez, codirector junto a Luis Campos del Sinsal SON Estrella Galicia —cita viguesa que evidencia que otro tipo de festival es posible (y necesario)— reside en “la consolidación del conjunto de festivales de tamaño medio”, un afianzamiento que depende, a su vez, del creciente tirón de una generación de bandas nacionales. “No entro en valoraciones artísticas porque eso es algo muy subjetivo, pero de lo que no hay duda es que los Izal, Vetusta, Dorian, Lori Meyers, Love of lesbian… están sosteniendo esta industria, a fin de cuentas ¿qué artista extranjero de perfil medio puede reunir a 10.000 personas?”, añade Julián.

Julián Gómez: "Se han incorporado valores vinculados a la ecología, la diversidad y la igualdad"

Muy pocos o ninguno. Y junto a ese creciente interés para con las bandas autóctonas, emerge también un perfil hasta la fecha no tan definido, a saber; el público talludito que harto de muchedumbres quiere disfrutar de la música en vivo junto a sus hijos. “Vivimos en un país envejecido y con escasa natalidad, esto es algo que hay que tener en cuenta y es una de las razones que explican la pujanza de nuevas formas de entender los festivales”.

Y junto a la cuestión generacional subyace también un mayor interés por la gestión cultural, una preocupación que ha ido prendiendo en el ADN de muchos festivales de nuevo cuño. “Se han ido incorporando valores que tienen que ver con el medio ambiente, la diversidad, la igualdad y los públicos familiares”, apunta Julián. En esa misma línea se muestra José Luis Morán, al frente de nuevo —tras un tiempo alejado del mundanal ruido— de un festival a años luz en filosofía y capacidad del FIB; el Paraíso, un evento con la electrónica por bandera que indaga precisamente en nuevos modos de entender este tipo de eventos: “Huimos de esos carteles con tanta oferta que puede estresar al asistente, se trata de crear una cita premeditadamente pequeña que cuide los servicios y que evite las aglomeraciones”.

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