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Netflix 'Narcos: México', la misma historia de siempre contada con menos chispa

Netflix estrena este viernes la cuarta temporada de 'Narcos'. Cambia de país, de personajes, pero la historia que cuenta no deja de ser la misma con personajes con menos chispa que sus predecesores. Aún así, goza de algunos destellos que captan la atención de manera intermitente.

'Narcos: México', la misma historia de siempre contada con menos chispa.

MARÍA JOSÉ ARIAS

Misma fórmula, diferente resultado. Narcos: México se reinicia en cuanto a localizaciones y personajes y hace las maletas para mudarse a una Guadalajara corrupta en la que un hombre con una ambición desmesurada y una visión empresarial diferente revoluciona el complejo entramado de la distribución de la droga en el país. La cuarta temporada de una de las series más populares de Netflix arranca en los ochenta, en los primeros compases de lo que sería el imperio de la droga de Miguel Ángel Félix Gallardo (Diego Luna), conocido por, entre otros motes, El Padrino. Y como tal actúa. O, al menos, lo intenta. Solo un pequeño grupo de agentes no corruptos encabezado por el inmaculado Kiki Camarena (Michael Peña) parece querer frenarle los pies. En el mundo de la droga la ley no se hizo para cumplirla y en Narcos saben cómo explotar esa idea.

Los responsables de esta producción siempre han defendido que su serie no era solo Pablo Escobar. De hecho, el nombre, genérico, se lo pusieron por eso, para poder abarcar un abanico de personajes, localizaciones y cárteles mucho más allá del de Medellín. Con Escobar muerto y Wagner Moura fuera del reparto por razones obvias, la tercera temporada se centró en el cártel de Cali. Aunque su verdadero protagonista y quien la salvó del fantasma de un personaje que se convirtió en icónico con sus frases, su bigote y su sudaderas fue el agente Javi Peña. A Pedro Pascal se echó el peso de la serie sobre sus hombros y salió airoso del atolladero.

Sin embargo, no hay más Escobar ni más Peña. Le han pasado el testigo a otros, a Gallardo y a Camarena. Dos hombres llenos de ambición, con un código ético bien distinto y que siguen caminos totalmente opuestos para conseguir sus objetivos. Comparten que son hombres de familia. Eso y que los dos buscan reconocimiento. La diferencia en este sentido es que uno de ellos también quiere poder y dinero y eso, como policía, no lo tenía. Porque el personaje interpretado por Diego Luna es un antiguo agente que quiere parte del pastel. Escoltado por su primo es capaz de plantarse en Guadalajara con un plan sangriento en la cabeza, ejecutarlo para eliminar a la competencia y terciar entre los señores de la droga del país para establecer un monopolio que vende como beneficioso para todos. En especial, claro, para él. Su ascenso es casi meteórico.

Todo un empresario del crimen al que no le resulta fácil ganarse el respeto de los demás. Su historia no es como la de Escobar, considerado un héroe por el pueblo y un ejemplo a seguir por muchos en su comunidad, que lo veían como un tipo de éxito que cuidaba de los suyos. Gallardo no es el patrón. Y quizá ese sea el problema. Ese halo de mito que desprendía Moura en la piel de Escobar no lo tiene su sustituto en la serie. Y todo pese a que es más que posible -con la mitad de la temporada vista antes de su estreno- que el personaje de Diego Luna esté mejor construido y tenga una dimensión diferente a la de sus predecesores. Eso sí, en este caso, al acento del protagonista -aspecto que tanto se criticó en la primera temporada- no hay nada que reprocharle. Ser mexicano como ayuda, y mucho.

En el lado de la DEA pasa algo similar. No se trata de comparar por comparar, es que en una serie como esta y con sus antecedentes resulta inevitable. Se echa en falta al agente Peña y a su carisma arrollador. Su sustituto no tiene nada que ver con él. Es casi su antítesis: un hombre de familia, recto, que lo único que quiere es hacer bien su trabajo aunque ello implique infiltrarse sin decírselo a nadie y trabajar como jornalero recogiendo maría para recopilar información. El agente Kiki Camarena es, sin embargo, uno de los aspectos más positivos de esta cuarta temporada de Narcos. A Michael Peña le va a la perfección ese arquetipo de tipo justo con la ley por delante, cabezota a más no poder y capaz de ir por libre, pero respetando las normas, si cree que con ello puede cumplir mejor con su trabajo. Para su misión solo cuenta con la ayuda de un superior y dos compañeros que quieren demostrar que son más listos que los narcos y sus jefes, a los que los criminales tienen comprados. Quieren un poco de gloria y reconocimiento para ellos mismos y sentir que hacen algo útil, no solo cubrir el expediente trucado que les han dado los de arriba.

Como era de esperar, la violencia está muy presente. El sexo, también. Quizá incluso más incluso que antes. A su favor, Narcos: México cuenta con secuencias de buen ritmo que manejan bien los tiempos de la acción, sin que haya demasiada en lo ya visto. La de Camarena infiltrado como jornalero consigue transmitir la tensión y la importancia que pretende gracias a la actuación de Peña. Alguna de Luna, realmente tensas, también. En otras, el resultado es casi el de un videoclip ochentero con una música muy de la época. Y luego están las cargadas con diálogos que carecen de interés. Algo de lo que también adolecían las temporadas precedentes. Para los nostálgicos y quienes echen en falta a los antiguos narcos, existe cierta conexión entre ambas historias que se establece a partir del capítulo cinco. Y hasta aquí se puede contar.

En esta reinvención de Narcos no hay lugar a la sorpresa en cuanto al formato, al tono y al estilo narrativo. Se enmarca dentro de las guías marcadas por la original e intenta no salirse de ellas. Si funcionó durante tres temporadas, ¿para qué cambiar? Da igual que el guion a veces se les fuese de las manos. Aunque hay que reconocerle a la cuarta el atrevimiento de introducir algunos juegos con la cámara y la música, la historia no deja de ser la de unos traficantes malos malísimos y unos policías que no son tan buenos salvo contadas excepciones. ¿Cuánto tardará Kiki Camarena en corromperse o en darse cuenta, como Murphy y Peña, que con la rectitud moral no le puede ganar la partida a su rival? Que sea más de lo mismo es bueno y malo al mismo tiempo. Los asiduos al universo Narcos saben a qué atenerse y encontrarán lo que buscan. Los que no, también.

Una temporada sobre la ambición, lícita o no, y el empeño de un hombre por poner orden en el caos de la distribución de la droga haciendo remar a todos en la misma dirección y bajo su batuta mientras otro intenta impedírselo más con inteligencia y tenacidad que con medios y colaboración. Lo que sí hay en el caso de Narcos: México es más lugar a la sorpresa en la trama. El hecho de que Gallardo y su historia no sean tan conocidos como lo eran Escobar y la suya deja más margen a la incertidumbre. Con el ‘patrón’ se sabía que acabaría muerto en algún momento. En el caso de su sucesor, su biografía no es tan mainstream, por decirlo así. La otra sorpresa que aguarda al espectador es la duración de los capítulos. Lo mismo son de unos 50 minutos que se acercan a los 70. Un clásico de las series de Netflix, por otra parte.

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