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Silvio (y los otros) Paolo Sorrentino saca brillo a la orgía del mal gusto y la horterada

El cineasta napolitano retrata la decadencia de Silvio Berlusconi y la corrupción generalizada en ‘Silvio (y los otros)’, una farsa bufa adornada con tanta ordinariez, tanto machismo y tanto fraude político como con los que han acompañado siempre al líder conservador

Toni Servillo encarna a Berlusconi en la película 'Silvio (y los otros)', dirigida por Paolo Sorrentino.

Abominable, patético, maestro de trileros, rey de la horterada y del mal gusto, machista, homófobo, racista, xenófobo, admirador de Mussolini y de Aznar –“El líder indiscutible e indiscutido del centro derecha en Europa es Aznar”-, defraudador, amigo de la mafia, engreído y grosero. Silvio Berlusconi, el cavaliere de la vulgaridad, ha caído en manos de Paolo Sorrentino y de su cómplice Toni Servillo, que lo han manoseado y rebozado hasta empaparlo en su propia ordinariez.


Se ha afanado tanto Berlusconi en mutar en una deplorable caricatura viva que el cineasta napolitano despreció automáticamente exagerar aún más lo exagerado y concibió su película sobre Berlusconi, Silvio (y los otros), como una orgía de mal gusto y de horterada presidida por un personaje lastimoso, en decadencia, que ha perdido su poder político y su “90% de viagra en la sangre”. Un hombre al que se observa desde una posición a medio camino entre la compasión y la vergüenza.

"Todo documentado, todo arbitrario"

“No tiene sentido hacer una caricatura de Berlusconi”, explicó Toni Servillo en unas declaraciones en Ámsterdam, donde le describía con enorme precisión: “Silvio Berlusconi se ha calificado desde el principio como el gran seductor. Lo que agregó a esa imagen de sexo y poder es la lógica del priapismo, alguien en un estado permanente de excitación sexual, como un símbolo de masculinidad. Como si le debiera su autoridad política a elementos de la esfera erótica”. Insistir en lo evidente desde la parodia no ha sido, pues, la apuesta de Sorrentino, que ha derivado hacia la farsa bufa, eso sí, animada de tanta infecta realidad como la que ha construido a su alrededor el político y empresario.

Reinterpretación de la figura del hombre que fue todopoderoso en Italia durante más de dos decenios y que acaba de amenazar con su regreso, la película y sus creadores se curan en salud y advierten desde el comienzo: “Todo es verdadero, todo es falso. Cualquier similitud con personajes reales es pura coincidencia (…) Inspirado en hechos verídicos para mezclar personajes reales e imaginarios. Todo documentado, todo arbitrario”.

Paolo Sorrentino, durante el rodaje de 'Silvio (y los otros)'.

El director italiano Paolo Sorrentino, durante el rodaje de la película 'Silvio (y los otros)'.

Coca, dinero y velinas

Silvio (y los otros) –una película en dos partes en Italia que en España se ha reducido a un largometraje de 2 horas y media- es una inteligente jugada de Sorrentino, que ha repartido espléndidamente las cartas entre Berlusconi y los demás: los políticos conservadores que en su decadencia empiezan a abandonarle ansiosos por arrebatarle el puesto en el partido - “La gente hace un balance de todas las gilipolleces y resulta que al final está hasta los cojones”- y los políticos de la izquierda, atónitos o anestesiados, impasibles ante tanto desmán, tanta estafa y tamaña ridiculez –“vulgares parásitos de la política”-. También los hay de todos los colores, claro está, contagiados por la corrupción sin límites del cavaliere"

Y son estos los que abren la película. Servillo, soberbio como siempre, tarda 43 minutos en aparecer en pantalla. Hasta entonces, Sergio Morra, interpretado por el actor Riccardo Scamarcio, es el personaje principal. Un arribista que sueña con conocer a Berlusconi para dar el gran salto. Hombre de negocios en provincias, alquila la villa frente a la del empresario en Cerdeña y organiza una macro fiesta. Coca, MDMA, velinas, alcohol y sexo. No se resistirá.

Un fantoche acartonado

Uno espera impaciente la mirada lujuriosa del cavaliere, mientras éste lamenta la pérdida de poder y los desplantes de su esposa. Berlusconi se afana por reconquistar a su mujer, a la que acude después de sus interminables sesiones de maquillaje y peluquería. Él, un fantoche acartonado, ella, ofendida y con un libro en las manos. “¿Por qué no has hecho nunca un programa de cultura en tus televisiones?” le pregunta.

No alcanza este Berlusconi a comprender del todo la pregunta. Tampoco le importa. Al fin y al cabo, él no es más que un vendedor, un tipo que se pone a prueba en la mejor escena de toda la película. Tiene que comprobar si todavía conserva su talento para seducir y para ello coge el teléfono, elige un número al azar y en unos minutos consigue vender un piso a una mujer. “Yo conozco el guion de la vida”.

“Esta es una película sobre la ostentación. Sobre la vulgaridad que dominaba nuestra vida cotidiana y pública. Pero también sobre por qué es tan atractivo”, dijo Paolo Sorrentino recientemente en Polonia, donde subrayó el hecho de que la política se esté convirtiendo en un espectáculo de cinismo ante el que los cineastas de todo el mundo se rebelan.

“En tiempos difíciles, los cineastas son nuevamente necesarios para exponer la arrogancia del poder”, ha afirmado el napolitano que ya dejó muy alto hace diez años el nivel del nuevo cine político con Il divo, retrato acrobático y deslumbrante de la figura de Giulio Andreotti (también Toni Servillo), de sus juegos políticos y sus conexiones con la mafia.

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