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Flako Auge y caída de un butronero

Apodado el Robin Hood de Vallecas, Flako fue el cabecilla de una banda que recorría las cloacas de la ciudad desde donde accedía a los bancos a través de la técnica del butrón. Un libro recupera ahora su doble vida como atracador y currela.

Flako, ex butronero y autor de 'Esa maldita pared', posa con el rostro tapado en la redacción de 'Público'.- JAIRO VARGAS

"La primera vez que vi a mi padre salir de una alcantarilla con 23 millones de pesetas supe que yo algún día también atracaría un banco". Al habla Flako, bautizado en su día como el Robin Hood de Vallecas, último eslabón de una estirpe de butroneros que convirtió las cloacas de Madrid en ese anhelado salvoconducto que les llevaría «de Vallekas al cielo», tal y como reza la dedicatoria de Esa maldita pared (Libros del K.O.). Un periplo que, sobra decir, no termina ahí. Consumado el asalto al cielo, con sus correspondientes festines y alborozos bajo fajos de billetes libres de impuestos, llegó también la cárcel y el aislamiento. La Policía le acusó de siete atracos. Cumplió condena por dos.

«En contra de lo que piensa la mayoría de la gente, bajo la ciudad no (solo) hay mierda. En las cloacas están las puertas secretas hacia el oro», sentencia Flako. En efecto, tras esa primera capa hecha de aguas fecales, restos de comida, preservativos, cucarachas campantes y ratas envalentonadas, se escondía Eldorado de Flako y su camarilla. Una metodología de expropiación bancaria que ya sintetizó en su día un tal Spaggiario (referente del butronismo galo) en una célebre pintada: «Sans arme, sans haine et sans violence» («Sin armas, sin odio y sin violencia»), lema que Flako seguiría a pies juntillas en sus expediciones subterráneas a los bancos del barrio de Salamanca.

"Me pongo la máscara y soy Flako, me la quito y voy a recoger a mi madre al Alcampo"

Un butrón no deja de ser un atraco original, algo que va más allá de irrumpir a gritos en una gasolinera con un machete, tiene un punto romántico…”, explica con media sonrisa el exconvicto. “Tiene algo gremial también —apostilla su editor, Emilio Sánchez—, implica el conocimiento de una serie de disciplinas que confluyen en lo que se podría llamar un oficio”. Una especie de Formación Profesional no reglamentada que Flako, siendo todavía un infante, recibió del tándem que su padre —el Peque de Vallecas— conformó junto a su inseparable compinche Ricardo a principios de los noventa. “Se complementaban muy bien, mi padre era impulsivo y echao pa’lante, Ricardo era el que ponía la técnica”.

Flako, durante la entrevista.- JAIRO VARGAS

Flako, durante la entrevista.- JAIRO VARGAS

Teoría y práctica del butrón

Conocimientos de mecánica, pocería, albañilería y dibujo, algo de cultura —callejero de Madrid y su historia— y mucha astucia. Un plan de estudios que Flako fue asimilando a marchas forzadas primero a modo de aprendiz —“empecé haciendo labores de vigilancia con apenas 15 años”—, más tarde como becario bajo la tutela de Ricardo tras el fallecimiento de su padre, para finalmente debutar comandando su primer golpe en una sucursal del Santander sita en el número 74 de la calle Alcalá. Años de teoría que desembocaron en esa epifanía inigualable, esa que te lleva a levantar una tapa desde las profundidades, asomar la cabeza y toparte cara a cara con el tremendo gepeto de Fernando Alonso anunciando un plan de ahorro libre de comisiones. «No me lo podía creer […] estábamos dentro del banco», relata Flako en Esa maldita pared.

“La clave de todo está en la tapa santa”, prosigue el exbutronero. “¿Te parece sencillo? —inquiere Flako al periodista— Busca una tapa en Madrid que sea discreta y esté lo suficientemente alejada del trasiego urbano como para poder entrar y salir sin que te vean, pero que a la vez te conecte con el meollo a través de las cloacas, búscala, a ver si encuentras una que cuando la levantes no tengas 18 metros de profundidad sin apenas escaleras”. Queda claro; antes que el objetivo a desvalijar, antes incluso que el itinerario a seguir, se ha de encontrar la puerta de entrada y salida. «Una tapa santa se respeta, no se hacen gilipolleces. Es más difícil encontrar una tapa que un banco. Bancos hay muchos, miles; tapas santas, pocas», dictamina en el libro.

Flako, exbutronero y autor de del libro de memorias 'Esa maldita pared', posa con el rostro tapado en la redacción de 'Público'.- JAIRO VARGAS

Una máscara separa al exconvicto del padre familia.- JAIRO VARGAS

Héroe del proletariado o bandido

El apodo le vino impuesto. La imaginativa de algún plumilla le convirtió en el Robin Hood de Vallecas. Un par de referencias a Bárcenas y Botín durante las refriegas con los empleados menos diligentes le valió un sobrenombre que, en palabras de su editor, conviene relativizar: “No, Flako no es el bandido de los pobres, vender algo así sería dar una explicación demasiado sofisticada, creo que conviene desromantizar su figura. Flako se gasta su botín en irse a cenar, darse un capricho o pagarse un viaje”.

“Yo soy un mileurista, ahora mismo vengo de trabajar, mis manos huelen todavía a resina”, apunta Flako. “Lo que pasa es que siempre me ha gustado esa doble vida; durante un tiempo, cuando trapicheaba, iba a trabajar como administrativo con mis dockers, mis náuticos, mi polo de marca y en la mochila llevaba 50 gramos de cocaína para vender”. Duras declaraciones que su agente tiene a bien sintetizar: “Repartidor de pescado por el día y atracador por la tarde, Flako juega mucho con esa idea”. Un Doctor Jekyll y Mr Hyde en clave suburbana, dos caras de una misma moneda que Flako conmuta a su antojo sirviéndose de una máscara blanca a medio camino entre El fantasma de la ópera y la fototerapia antiacné. “Me pongo la máscara y soy Flako, me la quito y voy a recoger a mi madre al Alcampo donde está comprando zumos para mi hijo”.

En el presidio con Txeroki

A Flako y su banda los sorprenden en plena fuga tras irrumpir en la oficina de Bankia de la calle Marcelo Usera de Madrid y emprender la huida con un pillaje que alcanzaba los 66.300 euros. Aquel sería su último golpe. Apenas un par de días después nacería su hijo Danilo. Flako recibe la noticia en un calabozo de Cuatro Caminos, tiene la boca cosida y la cabeza abierta fruto de la detención, huele a mierda de alcantarillado y a sudor. La derrota se había consumado. Su paso por el presidio estaba garantizado y, debido al revuelo mediático que suscitó la denominada “banda de las alcantarillas”, su cabecilla debía recibir un castigo ejemplar. Así fue. Le aplicaron un régimen de primer grado y el FIES (fichero de internos de especial seguimiento).

«Ya no podría despertarme a mitad de la noche, ir a la nevera, coger un tetrabrik de leche fresca o beber un vaso de agua o comer, de pie, iluminado por las luces del frigorífico, una loncha de embutido». Con estas palabras describe Flako el fin de su libertad; prosaico hasta decir basta, certero y sin artificios. Una voz narrativa que se fue curtiendo entre rejas a base de lecturas recomendadas. Como la que en su día le brindó Mikel Garikoitz, jefe de ETA en 2008 y más conocido como Txeroki: “Me prestó Al pie de la escalera, de Lorrie Moore, me llamaba Flakito y me ayudaba siempre que podía, solía preguntarme por mis correrías; me cago en la hostia Flakito, pero cómo hacías eso, decía”.

"Iba a trabajar como administrativo y en la mochila llevaba 50 gramos de cocaína para vender"

Otras recomendaciones literarias vendrían de la mano de Elías León Siminiani, realizador cántabro con quien Flako fue tejiendo una amistad desde la cárcel que desembocaría en Apuntes para una película de atracos, cinta nominada a Mejor documental en la presente edición de los premios Goya. Una aproximación a la figura de Flako cuyo germen lo encontramos en aquellas cuartillas que este empezó a rellenar de forma compulsiva desde su módulo de aislamiento: «Escribía con rabia […] Escribía sin pensar en que algún día todo esto pudiera salir a la luz, me desahogaba de una forma brutal e intentaba darle forma a una escritura que no había por donde coger».

Esa maldita pared, la misma que Bambino ansiaba echar abajo en aquella célebre tonada que amenizó los subidones post-atraco de la “banda de las alcantarillas”, da título ahora a las memorias de un butronero que encontró en la palabra su segunda oportunidad. “Siempre diré que mi reinserción ha sido mi hijo, el documental y este libro”, confiesa Flako. Contarse a uno mismo a modo de redención y, de paso, brindar al personal un texto sin clichés ni artificios, escrito con la urgencia de un atraco y el ansia de un recluso.

La máscara de Flako, durante la entrevista.- JAIRO VARGAS

La máscara de Flako, durante la entrevista.- JAIRO VARGAS

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