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Estreno fin de semana 'El Gordo y el Flaco': la risa de la pura felicidad

John C. Reilly y Steve Coogan recuperan a Oliver Hardy y Stan Laurel, ‘El Gordo y el Flaco’, en esta película homenaje al genial dúo de cómicos, una pareja que revolucionó el humor y conquistó al público con carcajadas de pura felicidad

John C. Reilly y Steve Coogan como El Gordo y el Flaco.

“El talento supremo para generar el tónico curativo de las risotadas se reserva solo a los grande payasos”. Estas palabras aparecieron en un recorte anónimo que aún se conserva en la Biblioteca Doheny de la Universidad de Southern California y que se escribió a la muerte de Oliver Hardy, la mitad de un dúo absolutamente genial, Stan & Ollie o, como siempre se les ha conocido en España, El Gordo y el Flaco. Una pareja que ha demostrado el valor eterno del humor.

Cien años después -101 exactamente- de que estos cómicos se conocieran, Steve Coogan y John C. Reilly les rinden un extraordinario homenaje, recuperándolos para el cine en El Gordo y el Flaco, un biopic sobre el ocaso de su carrera dirigido por Jon S. Baird. Emotivo relato de una hermosa amistad, el trabajo que hacen estos dos actores conmueve hasta la lágrima. La dedicación, el esfuerzo, la ternura y admiración que sienten por aquellos cómicos se advierte en cada gesto de Coogan y Reilly.

Dos auténticos gigantes

“Es una historia de amor entre dos hombres”, sentencia el guionista Jeff Poppe, que se crió viendo en la BBC las reposiciones de los cortometrajes de Stan & Ollie y que volvió a reírse a carcajadas con ellos hace unos años con Laurel y Hardy en el Oeste. Comenzó a investigar y descubrió el libro de A.J. Marriot sobre la gira que realizó el dúo a principio de los 50 por Reino Unido, Laurel & Hardy: The British Tours’

“Te encuentras con un retrato maravilloso de estos dos tipos, que han sido auténticos gigantes, alojándose en pequeñas pensiones, actuando en teatros minúsculos, sin darse cuenta de que lo hacían porque se adoraban el uno al otro–escribe en las notas de producción-. Eso fue lo que me inspiró a escribir la película”.

La dignidad artística

El Gordo y el Flaco se desarrolla en 1952 y narra la relación de Stan Laurel y Oliver Hardy durante esa gira de despedida, cuando las carreras de ambos y su salud habían ya comenzado a decaer. Imposible reprimir la risa casi cuando Steve Coogan y John C. Reilly reproducen los legendarios números de estos cómicos, tanto como intentar evitar la emoción y alguna lágrima en los momentos dramáticos de la historia.

La amistad y el cariño entre ellos, la preocupación del uno por el otro y, muy importante en la película, el esfuerzo, a veces titánico, de estos profesionales, admirablemente tenaces, para no defraudar y preservar la dignidad artística ablandarían al espectador más esquivo. Y, por supuesto y sobre todo, ¿para qué resistirse a este humor tan puro, inspirador, terapéutico y genial?

Una comedia eterna

“Solo éramos cómicos que hacíamos películas de dos rollos. Eso no es arte”, declaró hacia el final de su vida Stan Laurel, que, incluso después de 107 películas, cientos de miles de seguidores en todo el mundo, premios y reconocimientos de otros artistas y la entregada adoración del público, mantuvo la humildad de los grandes y la sencillez sobre las que él y Hardy crearon una comedia que ha resultado inmortal.

La comedia de El Gordo y el Flaco es insuperable 

“Nos ha dejado el invalorable legado de la ridiculización contundente –carente de malicia- frente a la pretensión, falso orgullo y engreimiento”, decía aquel recorte anónimo que se guarda en California y en el que se daba la clave del éxito imperecedero de este dúo de leyenda. No hay en los números de El Gordo y el Flaco ni asomo de presunción, todo es una especie de ‘astuta’ ingenuidad, si eso es posible, que emana de una armonía perfecta, de un sensacional trabajo físico y de la pura felicidad.

Con el mismo repertorio de siempre

“Es increíble el éxito que siguen teniendo con el mismo repertorio de siempre”, dicen a la pareja en un momento de la película. Ahora, 92 años después de que el británico Stan Laurel y el estadounidense Oliver Hardy debutaran como dúo cómico en The Second Hundred Years, habría que suprimir la palabra ‘increíble’, puesto que el “talento supremo” al que alguien aludió en 1957 explica cómo y por qué su maravilloso humor ha vencido y seguirá venciendo al tiempo.

Tal vez menos respetados que Buster Keaton, Harold Lloyd o Chaplin –aunque muy inmerecidamente-, la comedia de El Gordo y el Flaco es insuperable. La sonrisa inmediata que consiguieron con el baile de Laurel y Hardy en el Oeste en 1937 –dos tipos bailando de pura alegría- aparece igual hoy, los batacazos que se daban subiendo un piano por unas interminables escaleras en Haciendo de las suyas, el cortometraje de 1932 por el que ganaron el Oscar, son carcajada segura, su incapacidad para caminar por una calle normal en You’re Darn Tootin’ (1928), la célebre y grandiosa guerra de pasteles de La batalla del siglo (1927)… siguen y seguirán provocando las más divertidas y gozosas risas. La risa de la felicidad.

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