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Al rescate de la memoria visual de la ciudad

El proyecto Paco Graco evita que se destruyan rótulos y luminosos que pueblan Madrid. Una misión que comparten con los vecinos que dan la voz de alarma. Su objetivo es “generar una conciencia de cuidado de los tejidos humanos de los barrios”. 

Instantánea de un derrumbe en la calle Rodas.- JUANJO LÓPEZ

Subraya Jacobo que esto no va de nostalgia, que ellos sólo buscan salvar un patrimonio que nos pertenece a todos. Pero lo cierto es que –siendo honestos– el proyecto rezuma nostalgia. No en vano bajo muchos de los rótulos y luminosos que ahora Jacobo y los suyos tratan de preservar a través del proyecto Paco Graco, nos hemos enamorado, comprado una bombilla, gestionado unos torreznos o bebido hasta perder –animosamente– los estribos.

Hablamos de esa sopa de letras que en su día fueron las ciudades, un despiporre tipográfico con fines comerciales del que apenas quedan vestigios. Hablamos de Fajas Manoli, de Almacenes Espartero, de Droguería Losa o Mercería Fuensanta. Epígrafes de un mundo que ya no es, cuyo lento declive viene patrocinado por cientos de franquicias y tiendas de multinacionales, auténticos catalizadores de una progresiva homogeneización del paisaje callejero. 

Imágen de la exposición que reúne una buena muestra de rótulos y luminosos Paco Graco en la Casa del Reloj de Madrid.- INTERMEDIAE

Imágen de la exposición que reúne una buena muestra de rótulos y luminosos Paco Graco en la Casa del Reloj de Madrid.- INTERMEDIAE

“Es inevitable caer en cierto romanticismo o en ese discurso que sitúa al pequeño comercio como los grandes perdedores de la modernidad. Y sí, en parte muchos de ellos sufrieron la llamada Ley Boyer, pero otros simplemente se han jubilado y nadie ha querido seguir con su oficio”, apunta Jacobo Cayetano, escenógrafo y miembro de esa joven expedición de ‘arqueólogos de la modernidad’ al rescate de la identidad histórica de la ciudad.

Jacobo es escenógrafo y pertenece a Zuloark, oficina abierta de Arquitectura y Urbanismo que junto a Basurama, colectivo de arquitectos díscolos con la ciudad y sus deshechos como principales preocupaciones, conforman la vanguardia de un proyecto que, en palabras de sus progenitores, busca “generar una conciencia de cuidado de los tejidos humanos de los barrios”.

El procedimiento es de lo más prosaico; escalera, destornilladores y el consentimiento del jefe de obra o del propietario del local en cuestión. La voz de alarma la da por lo general un vecino que intuye el desastre en cuanto quitan ese otro rótulo, mucho más pragmático, que dice aquello de se traspasa. Es entonces cuando entran en acción estos guardeses de rótulos y luminosos, a veces llegando a tiempo y otras, en cambio, demasiado tarde.

“En Madrid hemos perdido mucho –apunta Alberto Nanclares, miembro de Basurama y otra de las caras visibles de este proyecto–, me viene a la cabeza el rótulo de la perfumería Padilla de la calle Preciados o el de la tienda de prótesis que había en Carretas, por no hablar de la botella de Schweppes luminosa entre San Bernado y Gran Vía”.

Exposición en la Casa del Reloj de Madrid.- INTERMEDIAE

Exposición en la Casa del Reloj de Madrid.- INTERMEDIAE

En cualquier caso, y tal y como apunta este joven arquitecto, la tesis de Paco Graco no es tanto lamentarse por lo perdido –que también–, sino que cada cual “construya su patrimonio gráfico personal; aquella óptica, bodega, academia, tienda de decomisos o ultramarinos que forman parte de su imaginario personal”. O lo que es lo mismo, la memoria de lo perdido como antídoto para mantener un tejido social inseparable de su tejido comercial.

Nanclares achaca muchas de las pérdidas recientes a una normativa demasiado permisiva, pese a que tampoco es partidario de un “patrimonialismo congelador”. Según el arquitecto, “se podrían encontrar soluciones que protegieran el patrimonio gráfico, soluciones que permitieran a los nuevos dueños poner el nombre de su negocio y que el Estado se hiciera cargo del rótulo a preservar, solo así evitaríamos que se perdieran la gráfica de La Mallorquina o de las tiendas de sombreros de la Calle Mayor”.

“Nuestro proyecto asume el cambio e intenta que ese cambio no sea destructor”, zanja Jacobo. Con esa intención nace Paco Graco; salvar de la quema todo ese patrimonio gráfico comercial que integra nuestro imaginario, a sabiendas de que su desaparición va en detrimento de nuestra capacidad de entender el presente y el futuro de la urbe.

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