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Benjamín Naishtat Benjamín Naishtat: "Argentina es un país profundamente reaccionario"

El cineasta argentino denuncia la complicidad silenciosa de los ciudadanos ante la barbarie de los gobiernos en 'Rojo', ganadora de los Premios a Mejor Dirección, Actor y Fotografía en San Sebastián. Cine político revestido de 'noir' que funciona como crónica social.

Alfredo Castro y Darío Grandinetti, en la película

BEGOÑA PIÑA

La bofetada se siente nada más comenzar y tardas un rato en averiguar de dónde ha venido. Una nube negrísima de vergüenza te asalta en los primeros minutos de Rojo, la nueva película de Benjamín Naishtat, un noir extraño que funciona perfectamente como crónica social y que nos señala con el dedo a todos. Potentísima, impactante, la película es una denuncia de la complicidad silenciosa que sirve para la Argentina de los 70 lo mismo que para los crímenes franquistas o la infame política europea y de EE.UU. con emigrantes y refugiados.

Ganadora de los Premios a Mejor Director, Actor (Darío Grandinetti) y Fotografía (Pedro Sotero) en el Festival de Cine de San Sebastián, la historia acompaña a Claudio, un ilustre abogado de una ciudad de provincias en un oscuro camino de muerte y de silencios. La acción se sitúa en la Argentina de mediados de los setenta, cuando se sumaban día a día los asesinatos y desapariciones. Darío Grandinetti, brillante en este trabajo, es el protagonista.

El arranque de la película es muy tenso y muestra una situación muy incómoda. Es un preludio que sirve de metáfora a toda la historia, pero ¿es también una declaración de intenciones por su parte?

Ciertamente en los primeros minutos se intenta establecer no solo el contexto histórico sino también advertir al espectador: no todo es lo que parece. Además en el inicio desplegamos toda una serie de propuestas visuales que marcan la personalidad de la película.

Usted muestra cómo la gente ve lo que ocurre pero no hace nada. Me temo que su película resuena demasiado en la actualidad. Hoy también vemos todo lo que pasa, por ejemplo, con los refugiados, los gobiernos de ultra derecha, los abusos de EE.UU… ¿Usted lo cree así?

Si la película tiene alguna pertinencia respecto del momento presente, ésta pasa por la sorprendente capacidad de naturalización de la que hoy se hace gala. Anteriormente se nos proponía que a cambio de aceptar el consenso liberal de los años 90, al menos quedaban establecidos principios relativos a Derechos Humanos e institucionalidad. Hoy vemos, en el mundo, que por ejemplo en la penalización de migrantes en EE.UU. los Derechos Humanos son cosa del pasado. En América Latina, vemos en Brasil y en Argentina una justicia que interfiere permanentemente en el desarrollo democrático. La mayor parte de la sociedad va aceptando la pérdida de calidad moral del mundo en el que vive, mientras que no le toque a ellos.

Hay en Rojo casi una radiografía de los miserables y ruines que podemos ser los seres humanos, ¿así lo siente usted?

La película plantea que permanentemente se nos abre la posibilidad de la ventaja personal a través de una decisión miserable. En esa disyuntiva se pone al protagonista, y se busca que la duda alcance al espectador, ¿qué haría yo?, es la pregunta que invitamos a hacerse.

¿Se puede ver la película como una alegoría de todo el país? ¿Complicidad con la barbarie de la dictadura? ¿Complicidad ciudadana con el terrorismo de Estado?

El espectador sacará sus conclusiones. Pero ciertamente está la tesis de que no hay barbarie sin mayoría silenciosa, y que la omisión es complicidad activa.

Un momento del inicio de la película

Un momento del inicio de la película

¿Qué consecuencias ha tenido en Argentina ese silencio y esa complicidad?

En la Argentina de los 70 el alto costo de la complicidad civil con un gobierno asesino fue el de perder una generación entera de líderes sindicales, sociales, culturales y políticos. Es odioso entrar en razonamientos contrafácticos, pero intuyo que de contar con esa gente al día de hoy la Argentina sería un poco menos mediocre en su presente. Es un país profundamente reaccionario, enfrascado en debates estériles impuestos por las élites agrarias y financieras que controlan unos pocos monopolios donde se concentra más de medio PBI, y los medios de comunicación. Hay hoy gente que pierde su trabajo por cerrar negocios y fábricas y que es capaz de decir que no hay que estimular el mercado interno. Es decir que la batalla por la subjetividad está ganada por gente cuyo pensamiento económico y político es el mismo de quienes aniquilaban jóvenes en los 70.

En el fondo, ¿no está hablando en su película de la responsabilidad individual y colectiva ante las atrocidades políticas y militares de los gobiernos?

Es interesante la pregunta. La responsabilidad individual es siempre un argumento que puede ser de doble filo por cuanto puede exculpar a las instituciones y a los colectivos. Pero es indudable que ante una disyuntiva moral, aunque sea parte de la coyuntura, hay un plano que es individual. ¿Qué hice yo mientras desaparecía gente? Es una pregunta tremenda por los efectos que puede tener, pero es necesaria. Es necesario asumir un rol individual en la historia, tanto como un rol colectivo.

El personaje de Alfredo Castro se parece mucho a los ultraderechistas de hoy en América y en Europa. ¿Siguen encubriéndose unos a otros?

Bueno, quizás se le parece en el discurso, pero las cosas son muy distintas. La derecha latinoamericana de entonces abiertamente defendía los intereses de las élites, bajo el paraguas de clases medias aspiracionales que se identificaban a las élites. Hoy es más complejo, hay una derecha tipo Bolsonaro que se dice anti-sistema y logra interpelar con éxito a la fibra popular, llegando a un sujeto muy decepcionado y con poco tiempo para entender en profundidad qué está votando. Porque en rigor las derechas anti-sistema que aparecen son muy pro-sistema y poco están haciendo por mejorar la calidad de vida de la clase trabajadora, más bien lo contrario. Entonces el encubrimiento de hoy está más bien a nivel mediático. Medios que son parte de grupos económicos confabulan para mantener en la oscuridad a un electorado desesperado por no perder lo poco que tiene en una economía que cambia a velocidad de la luz.

Rojo es una película de duelos entre machos. Eso apunta hacia el machismo en los 70, ¿la situación en Argentina cómo es hoy?

En la película se ve un mundo de hombres, donde las mujeres son sometidas y eligen callar y no ver lo que hacen sus hombres. La Argentina ha sido y sigue siendo un país machista, y resulta lógico en un retrato de la sociedad de los 70 presentar ciertos arquetipos conservadores en ese sentido. Hoy sin embargo asistimos a una gran novedad política y social que es el movimiento de mujeres. Es un movimiento transversal, que rompe con los esquemas partidarios o ideológicos tradicionales, y la cuestión del aborto (aún sigue siendo ilegal en la Argentina) logró movilizar a la población como pocas veces ha pasado en la historia. Esto genera esperanza y permite oxigenar las formas de participación política, abriendo verdaderos horizontes especialmente para las juventudes.

Una película del silencio y complicidad de los ciudadanos seguro que no cae especialmente bien. ¿Cómo se ha recibido Rojo en Argentina?

Rojo puede compararse con películas o historias que aborden la complicidad con quien ejerce un genuino poder. Poder es control territorial e institucional, hegemonía de la fuerza. Yo hablo de complicidad por omisión. Ahí está la clave. La complicidad de los españoles con los crímenes políticos durante el franquismo podría ser atinada, como la de los franceses con la ocupación nazi. Rojo tuvo lo que considero un buen recibimiento en Argentina, llegando a tener sus 40.000 espectadores y generalmente buena prensa.

Contar lo que se estaba preparando en los 70 en Argentina y la complicidad de algunos ciudadanos a través del género, ¿por qué?

El género tiene vocación popular. Presenta al espectador un imaginario conocido, que abre sus puertas al gran público. Durante los años 70 en particular existió un cine de género que tenía grandes ambiciones de problematizar candentes cuestiones políticas. Sidney Lumet, Coppola, Robert Altman, luego Costa Gavras, y otros tantos lograban crear películas de gran masividad que sin embargo interpelaban al espectador a partir de problemas eminentemente políticos. En Rojo me propuse entonces abordar un tema muy tratado en el cine argentino (el horror de los 70) desde una propuesta de género, que acaso combina el thriller con algo de noir y de de cierto humor absurdo.

Replica el glorioso cine de los 70. ¿Qué echa de menos de aquel cine hoy?

Los 70 fueron una época donde había una gran dosis de riesgo por parte tanto de los cineastas como de los productores. El lenguaje cinematográfico crecía y cambiaba, y el espectador acompañaba. Hoy hay una ola de conservadurismo rancio en cuanto a las formas: todo se parece demasiado, las mismas conversaciones pueden tenerse de mil series distintas. Faltan voces personales, y faltan oportunidades para quienes quieren salirse de los moldes.

Hay una combinación de géneros en la película: thriller, comedia negra, western… ¿cómo decidió el equilibrio entre ellos?

Un poco lo hallamos en el rodaje, otro poco en el montaje. Hay escenas cuya comicidad fue ciento por ciento inesperada, pero una vez que apareció, fuimos a favor de eso. Uno va descubriendo su guion al rodarlo y lo filmado en la edición, y en última instancia la armonía -o lo que más se le parezca- emerge de un profundo sinceramiento de las contradicciones de la obra, que el espectador festejará o no.

Los premios en San Sebastián ¿facilitan la financiación de su siguiente proyecto? ¿se está cuidando como se debe la Cultura en Argentina hoy?

Lamentablemente, hoy no hay premio -sacando quizás el Oscar- que asegure financiación a nadie. Lo único que ayuda es lograr que otros crean que el proyecto tendrá algún aspecto más o menos comercial, lo cual generalmente no es cierto. En la Argentina de hoy la Cultura no se está cuidando en absoluto. El Ministerio de Cultura dejó de existir bajo el actual gobierno. Becas y subsidios fueron congelados (con una inflación de más del 50% anual), cuando no directamente recortados, eliminados. Tanto el ex ministro, que indignamente siguió bajo el cargo de secretario, como sus funcionarios más prominentes, son gente no idónea, con escasa formación y experiencia, de manifiesta incapacidad para gestionar lo que supo ser un vibrante tejido de industrias culturales. No logran ver la capacidad de generar empleo que la Cultura puede tener, ni lo esencial que es para constituir una sociedad genuinamente rica.

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