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Crisis de la rupia India, próxima estación hacia la futura crisis financiera

Los mercados emergentes siguen sometidos a alto voltaje por parte de los mercados. La debilidad de sus divisas ha puesto en el disparadero inversor primero a Argentina y luego a Turquía. La siguiente presa es la sexta economía global, India, con un PIB que duplica al español y la más dinámica, actualmente, del planeta. La crisis de la rupia “no ha hecho más que empezar” alertan los economistas.

Un hombre maneja un fajo de billetes de rupias, en la ciudad india de Kolkata. REUTERS/Rupak De Chowdhuri

DIEGO HERRANZ

De momento, la rupia ha perdido un 12% de su valor frente al dólar en lo que va de año. Lejos del 60% que se ha llegado a dejar la lira turca o de la cota similar, del 52%, que ha marcado el peso argentino. Pero es, con creces, la divisa asiática que peor se ha comportado respecto al billete verde, que continúa, con parones relevantes, eso sí, con su imparable revalorización, en sintonía con el retorno a la histórica política de un dólar fuerte.

Mandato expreso encargado por Donald Trump a su secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, jerarca de Goldman Sachs durante 17 años y millonario -se le atribuye un patrimonio superior a los 40 millones de dólares- en el gabinete más rico de la historia de EEUU, cuyos integrantes, una combinación de ex militares y empresarios y financieros multimillonarios que manejan una riqueza conjunta de más de 6.000 millones. Y una de las armas políticas que está detrás de la guerra comercial impulsada desde la Casa Blanca con China y sus aliados europeos y del Nafta.

La gestión partidista de la política económica y monetaria por parte de EEUU -con alzas de los tipos de interés sin vestigios claros de inflación y con un cambio ideológico al frente de la Reserva Federal, el del halcón Jerome Powell, por la persona que gestión la post-crisis con un precio del dinero próximo a cero, Janet Yellen- ha sido el principal detonante de las intensas convulsiones en los mercados cambiarios.

Desde la sucesión en la Fed, el dólar se ha revalorizado y el acceso a la financiación internacional se ha encarecido poniendo en jaque a empresas y estados, en su mayoría de latitudes emergentes, que han visto cómo sus niveles de endeudamientos -alto, en línea con sus competidores de las potencias industrializadas-, denominados en dólares, crecían sin remedio. Sin opción de reestructuración inmediata de sus compromisos de pagos o de sus plazos de vencimiento. Y con sus divisas nacionales en estado de extrema debilidad cambiaria.

En este contexto es en el que combate el valor de la rupia india. Al que hay que añadir la pérdida controlada de la cotización del yuan (rinminbi, en los mercados cambiarios) decretada por Pekín para hacer frente a las embestidas arancelarias de Trump. La última, sobre productos chinos de importación valorados en 200.000 millones de dólares, a los que la tarifa del 10% adicional que deberán pagar por acceder al mercado estadounidense les compensará la devaluación, del 6%, de la divisa china desde mediados de junio. Paul Gruenwald, economista jefe de S&P para ratings internacionales asegura sin tapujos que los inversores están empezando a retirar sus activos de los mercados emergentes, que sus plazas bursátiles “no son tan vulnerables desde 2013, cuando la Fed emitió sus primeras señales de normalización de la política monetaria” -alejamiento de los tipos de interés próximos a cero- y que “los mayores riesgos sistémicos en Asia se focalizan en India e Indonesia”. Naciones a las que les provocarán mayores daños colaterales la escalada de hostigamiento comercial entre EEUU y China.

Nueva Delhi juega, pues, entre dos aguas turbulentas. Las de la guerra comercial entre las dos mayores economías del planeta. La principal industrializada y la gran emergente. De ahí que, en el consenso del mercado se hable de que “lo peor de la crisis de la rupia está aún por llegar”. A juicio de los analistas, la declaración de las hostilidades sobre el libre comercio está íntimamente ligada a la debilidad de las monedas de los mercados emergentes. También de la rupia. Porque, en paralelo, se está fortaleciendo el dólar lo que, unido a la subida del precio del petróleo, en economías con altas tasas de dinamismo, un fuerte sector exterior y crudo-dependientes, como India, les conduce a desequilibrios flagrantes y fulgurante de sus déficits corrientes. Es decir, de sus necesidades imperiosas de financiación. “A medio plazo, el objetivo del banco central indio debe ser la sostenibilidad de su tipo de cambio, en torno a las 75 rupias por billete verde, aunque haya registrado algún salto de recuperación, como la jornada de mediados de septiembre en la que se apreció hasta los 71,6”, explican desde el servicio de estudios de RaboBank.

Una mujer pasa junto a la sede del Banco de la Reserva de India, su banco centrall en Bombay.. REUTERS/Shailesh Andrade

Una mujer pasa junto a la sede del Banco de la Reserva de India, su banco centrall en Bombay. REUTERS/Shailesh Andrade

De momento, su titular de Finanzas, Arun Jaitley, no descarta subir aranceles a las importaciones, para corregir los desequilibrios de la balanza comercial y corriente; pese a que la medida contribuya también al proteccionismo propagado desde Washington. “El futuro inmediato va a ser complicado y preocupante”, admiten desde el área de inversiones del banco holandés, porque las tensiones globales por las barreras al libre comercio y el encarecimiento del crudo y del dólar “apuntan directamente a la sala de máquinas” de las autoridades monetarias indias.

Turbulencias en las potencias emergentes

Lo mismo que, en otras latitudes emergentes -resaltan sus expertos- les asaltan otros motivos de peligro: a Turquía, la independencia de su organismo regulador o las presiones inflacionistas, a Brasil, las elecciones de este año, a Sudáfrica el deterioro de la calidad de sus instituciones o a Argentina, sus bajos niveles de reserva de divisas, su inflación de dobles dígitos o su elevada deuda exterior. India es, si cabe, más vulnerable a la nueva coyuntura mundial de financiación cara, con endeudamientos denominados en dólares y altos precios de los carburantes. “En las últimas semanas, el banco central ha gastado más de 20.000 millones de dólares en su intento de sostener el cambio de su moneda” de una cesta que atesora 426.000 millones.

Desde las filas del nacionalista Bharatiya Janata, el Partido Popular del primer ministro, Narendra Modi, se apela a la fortaleza del cuadro macroeconómico indio y se recuerda que la debilidad de la rupia es, en el fondo, “una corrección global del dólar frente al resto de divisas” y que la moneda india “está menos expuesta que la lira turca o el peso argentino”, países con niveles de deuda más importantes. Un panorama que comparten desde el mercado, aunque les llame la atención los bajos registros inflacionistas de una economía que crece el 8,2%, la tasa más alta de entre las mayores economías del planeta. Pero se desmarcan del componente demagógico y nacionalista de un gobierno que se prepara para los comicios generales del próximo año. “No es sensato deslizar la consigna de que no pasa nada; India está en una encrucijada incómoda”, se advierte. Aunque la velocidad de crucero de su economía -y la de otros mercados emergentes-, supere todavía las previsiones más optimistas.

“El futuro inmediato de India es complejo y preocupante”, dicen los expertos, que suman a Indonesia al escenario de riesgo monetario

La última institución multilateral en admitir la relación directa entre la guerra comercial y el PIB mundial ha sido la OCDE. En las fechas anteriores a que la cumbre otoñal del FMI constate esa misma evidencia, en línea con sus más recientes diagnósticos. El club de los países ricos reduce levemente el crecimiento global, este año y el siguiente, al 3,7%. A siete décimas de los que los analistas consideran un dinamismo plano, y a tiro del 2,5% que marcaría la entrada en recesión. Después de que la OMC avanzara un aumento de los intercambios de mercancías para este año del 4,4%, en abril pasado, justo antes de las órdenes ejecutivas de Trump contra México, Canadá, Europa y China, principalmente, que contenían subidas substanciales de aranceles. Otro dato que se sitúan en la antesala de un parón de actividad. O de que la Unctad, la agencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, haya apreciado un descenso del 23% en las inversiones extranjeras directas del pasado ejercicio, en el que los flujos de capitales entre países cayeron, cuantitativamente, desde los 1,87 billones de dólares de 2016 hasta los 1,43 billones. Todo un signo de debilidad del ciclo de negocios que se inició tras los rescates financieros y los programas de estímulo que siguieron a la crisis de 2008.

Trump mete a India en su guerra comercial

India, de hecho, es el último de los objetivos incorporados por la Administración Trump a su política coercitiva contra aquellas economías que, a su juicio, contribuyen al empeoramiento del déficit comercial estadounidense. Desde junio pasado, Modi decidió contrarrestar las subidas de la Casa Blanca sobre el acero y el aluminio y estableció barreras sobre 29 productos made in US por valor de 241 millones de dólares. Reacción que irritó sobremanera al líder republicano.

La OCDE, además, habla de los “efectos perversos” de las batallas comerciales iniciadas por la Casa Blanca sobre las economías, las inversiones y los empleos y señala indirectamente a Trump y sus políticas económicas y diplomáticas como causa sine qua non de la debacle en los mercados emergentes. Sus expertos pronostican una recesión del 1,9% del PIB argentino este año y, pese a que a Turquía le otorga un alza del 3,2% en 2018 (casi dos puntos menos de sus cálculos de la pasada primavera, donde situaba a la economía otomana entre las locomotoras de las grandes potencias en desarrollo), apenas le concede medio punto de crecimiento el próximo ejercicio. A India, le siguen adjudicando un dinamismo del 8%, aunque a un ritmo más lento que el de los dos trimestres precedentes. Eso sí, aún por encima del PIB chino. Estas “restricciones” al tráfico de mercancías y servicios que también perjudican al consumidor americano, que ya paga bienes elaborados con acero y aluminio -emblemas de las subidas de tarifas a la importación- bastante más caros. Como los electrodomésticos.

Bobinas de acerp em el astillero del puerto de Bombay. REUTERS/Shailesh Andrade

Bobinas de acero en el astillero del puerto de Bombay. REUTERS/Shailesh Andrade

La OCDE habla de efectos perversos de la guerra comercial desatada por Trump, cuando el PIB, el comercio y las inversiones dan muestras de suma debilidad

La pinza monetaria sobre la rupia ha contraído la liquidez y elevado las condiciones prestamistas a las empresas. En paralelo al encarecimiento del crudo en un país que importa el 80% de sus necesidades petrolíferas, de las que más de la mitad obtiene de Irán, la nación a la que EEUU, para más inri, acaba de imponer sanciones unilaterales, en contra de Europa, que podrían elevar el barril por encima de los 80 dólares este año. En India, la tributación sobre los carburantes es, además, especialmente dura. Del 100% sobre la gasolina y entre el 60% y el 70% sobre el gasoil. Lo que significa que cualquier alza del crudo es un doble repunte inflacionista. Por un lado, por el pago adicional del barril y, por otro, porque su coste se realiza en dólares, lo que supone que la merma cambiaria se traslada al mercado energético. De hecho, en los meses de verano, en los que se han dejado sentir los efectos del encarecimiento del crudo, la factura adicional de la energía importada a la balanza de pagos india ha oscilado entre los 16.000 y los 18.000 millones de dólares mensuales.

El economista Roubini y JP Morgan coinciden en situar la próxima crisis global en 2020, con turbulencias previas en los mercados emergentes

No por casualidad, el delicado escenario sobre los emergentes y el de India en particular está en el decálogo de riesgos latentes que el economista Nouriel Roubini, que se jacta de haber sido el único en predecir el credit-crunch propiciado por la quiebra de Lehman Brothers, y JP Morgan coinciden en señalar como preludio de lo que, anticipan, será una nueva crisis, en 2020. Con los grandes mercados en desarrollo como primer foco de nubarrones. Justo al conmemorarse los diez años de la crisis y cuando el contagio cambiario -o, para ser más exactos, las inevitables carreras competitivas por la vía de las divisas- han tocado, también, suelo anglosajón. Australia y Nueva Zelanda, sus respectivos dólares, están bajo el radar del billete verde americano. Al fin y al cabo, ambas economías mantienen un alto poder de intercambio comercial e inversor con sus vecinos asiáticos y con India y China en particular. Desde JP Morgan se advierte que, además de los perjuicios en el coste de la energía, los países que caen en este círculo vicioso deben pagar sobrecostes por los vencimientos de deuda inmediatos -obviamente, también sus empresas- o por los mayores costes fiscales asociados a sus mercados de bonos. Por no hablar de la presión inflacionista adicional que repercute en la cesta de la compra el consumo de carburantes.

Un hombre carga con su bebé en una mochila mientras que hace la compra en un supermercado de un centro comercial de la ciudad india de Calcuta. REUTERS/Rupak De Chowdhuri

Un hombre carga con su bebé en una mochila mientras que hace la compra en un supermercado de un centro comercial de la ciudad india de Calcuta. REUTERS/Rupak De Chowdhuri

Por si fuera poco, el sistema bancario indio está sometido a un especial test de resistencia. Hasta el punto de que el gobierno se plantea crear un banco malo en el que acumular los depósitos de alta toxicidad que se han propagado por la estructura financiera, aunque dos terceras partes de la misma sean ya de titularidad estatal. El capital inicial del banco malo sería de 1 billón de rupias -unos 14.500 millones de dólares-, según cálculos del mercado.

La compleja agenda diplomática de Dheli

La política de Modi en el área internacional también se ha visto modificada por los virajes hacia el nuevo orden global que está configurando la Administración estadounidense. Un cambio de rumbo notable es el que Delhi ha protagonizado con Pekín. Modi y el presidente chino Xi Jinping han encontrado líneas de entendimiento en torno a la Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road) en la que pasaría a jugar un papel trascendental el llamado Plan de Infraestructuras Euroasia en el que India, país con un déficit evidente de conexiones rodadas y con una vetusta red ferroviaria, ha depositado grandes esperanzas en la modernización de sus instalaciones. El capital público y privado que movería tal proyecto, con el respaldo entusiasta de Japón, ayudaría a superar gran parte de las críticas ciudadanas hacia el partido nacionalista de Modi, centradas en la pérdida de competitividad con la que las empresas indias del sector agroalimentario e industrial, sobre todo, deben lidiar para abordar los mercados asiáticos vecinos. Incluido el de China, país con el que el primer ministro indio parece haber dejado atrás décadas de confrontación a cuenta de reivindicaciones territoriales. India, como China, deben avanzar en las iniciativas de integración económica regional que se presenten si quieren mantener su estatus de potencias regionales y generar el suficiente nivel de empleo y de prosperidad para satisfacer sus enormes poblaciones.

Un trabajador, en una construcción de viviendas en Bombay. REUTERS/Francis Mascarenhas

Un trabajador, en una construcción de viviendas en Bombay. REUTERS/Francis Mascarenhas

De ahí que la Casa Blanca debería calcular mejor sus embestidas comerciales -y diplomáticas, que suelen ir de la mano- con el Gobierno de Modi, al que se unen lazos geoestratégicos de alta intensidad en materia de Seguridad y Defensa y lucha contra el terrorismo de corte islamista. En una potencia nuclear y enemigo irreconciliable de Pakistán, hospicio de jerarcas de Al Qaeda y de otros grupos armados. También en asuntos relacionados con la ciberseguridad. Washington recibió la cooperación activa de Delhi en el asunto que más preocupa a los directivos de firmas multinacionales norteamericanas con intereses en Asia -y que señalan directamente a China y su poderosa división militar de ciber-espionaje como causa de los sabotajes o de la adquisición de información sensibles sobre sus cadenas de valor- a cambio del apoyo de EEUU para que India forme parte, como miembro permanente, del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

EEUU teme que India vire su diplomacia hacia China y pueda instaurar en Asia un G-2 que conduzca a una Guerra Fría en la región hacia sus intereses

Sin mencionar sus fructíferos y pragmáticos acuerdos en materia militar, que operan desde hace más de quince años, cuando Delhi adquirió el reconocimiento de potencia nuclear, y que han sido determinantes en la vigilancia naval del Índico, en la persecución de la piratería o en la seguridad de las rutas comerciales. Cualquier maniobra no calculada sobre restricciones al libre comercio entre ambas naciones -y el dedo tweetero de Trump sigue siendo demasiado ligero para los observadores internacionales- puede poner en riesgo negocios bilaterales por valor de 240.000 millones de dólares, según el sector privado americano.

Es lo que han tratado de reforzar ambas partes en las reuniones 2+2 (los jefes de la diplomacia y del Pentágono de EEUU e India) a comienzos de junio. La vuelta “al diálogo fructífero”, Después de un verano tenso a cuenta de la guerra comercial. En el que también ha estado sobre la mesa de negociación las ventas de armas indias a Rusia o su excesiva dependencia del crudo iraní. Y en el que la Casa Blanca, que mantiene una “relación estratégica del máximo nivel” con India desde el doble mandato de Bill Clinton, teme que se instaure un G-2 (India y China) que potencie la visión de los dos gigantes asiáticos en todo el ámbito continental y no descarta que, en bajo tales directrices, se instale una especie de Guerra Fría para los intereses estadounidenses en la región.

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