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Una fecha, un espíritu, un símbolo

El universo simbólico de la dictadura se construyó sobre el 18 de julio

RICARD VINYES*

* Catedrático de Historia Contemporánea en la Universitat de Barcelona

La dictadura regida por el general Franco tomó como referente fundacional la fecha del golpe de Estado militar contra la democracia republicana: 18 de julio de 1936. Había otras posibilidades en competencia, por ejemplo, el primero de abril de 1939, fecha de la victoria de sus tropas. Y lo cierto es que la expresión 'Victoria' fue primordial en el lenguaje simbólico del régimen; incluso el paso del tiempo comenzó a ser medido con relación a ella como el comienzo de una nueva era (Primer Año de la Victoria, Segundo Año, etc.). Habían puesto el marcador a cero, un acto simbólico que cuajó en no pocos lugares; por ejemplo, el periódico La Vanguardia reinició su numeración justo en el número en que había aparecido aquel 18 de julio, como si los dos años largos de guerra en los que el diario informó cotidianamente a sus lectores no hubiesen existido.

Sin embargo, esa fecha del primero de abril -'en el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo'- no consiguió la categoría de evento fundacional. Al fin y al cabo la victoria había sido fraccionada, se había producido por etapas a lo largo del territorio tras los casi tres años de guerra civil. En cambio, el 18 de julio no sólo era universal -se produjo, con diferencia de horas, en todas partes, con independencia de su fracaso o su éxito según el lugar-.

El 18 de julio era algo más, era el acto que expresaba la voluntad de rebelarse contra la democracia para fundar no sólo otro régimen político, sino otro modo de ser y existir inspirado en el catolicismo y en el fascismo, que había nacido y crecido en Europa desde el cierre en falso de la Primera Guerra Mundial. Más que una fecha, el 18 de julio devino 'un valor', 'un halo', 'un espíritu' -los hombres de la dictadura hablaron y hablan del 'espíritu del 18 de julio'-, un 'espíritu' de los 'españoles' (no había ciudadanos en aquel tiempo, sólo 'españoles', lo mismo que hoy para Mariano Rajoy y su entorno) que debía ser apreciado y socializado para no olvidar jamás ni el origen del Estado ni su naturaleza violenta, puesto que de ambos se sintieron siempre orgullosos sus promotores, defensores y gestores, desde entonces hasta hoy mismo.

El universo simbólico de la dictadura se construyó sobre el 18 de julioPor esa razón, la totalidad del universo simbólico franquista se construyó sobre la piedra angular del 18 de julio, bautizado como 'Glorioso Alzamiento Nacional', expresión que substantivó la vulgar objetividad de una fecha de calendario. Un universo simbólico es un sistema de comunicación de principios y valores y está constituido por expresiones destinadas a articular un relato político, histórico y moral que debe actuar como tótem ético para la sociedad y re-unirla en esos valores. Los símbolos que constituyen ese universo poseen todo tipo de formas para contar y significar los valores que promueven -en este caso la muerte, la rebelión y la violencia, lo católico y lo 'español'-: esculturas, monumentos, subvenciones, conmemoraciones y condecoraciones, calendarios y lápidas, escritos, edificios...

La dictadura dio todas las formas posibles al 18 de julio, nominó avenidas, levantó monolitos y señaló hasta el ridículo -como el monumento constituido por la huella de los pies de Franco esculpida en la piedra del Monte Hacho- todo aquello que tenía relación con la rebelión de julio. Estableció la festividad de la fecha y la engordó con todo tipo de actos públicos, la dio forma de dinero -la paga del 18 de julio-, designó centros de salud y grupos escolares con su nombre e hizo de la fecha un grito de combate en defensa de lo que podía desaparecer. España era, sin más, el 18 de julio, su obra y sus pompas. Si desaparecía el 18 de julio, desaparecía España. Y viceversa.

Llama la atención el largo tiempo que ha transcurrido para liquidar sus restosSin embargo, cuando el relato que sustenta cualquier universo simbólico desaparece, el sentido de ese universo desaparece también y lo que queda son despojos, ruinas sin semántica tan sólo reconocibles por iniciados. El universo simbólico del franquismo ha desaparecido, mucho más tardíamente que su relato, pero ha desaparecido. Lo que pueda quedar expresado en el nombre de algunas calles apelando a fechas, a militares que humillaron pueblos y ciudades, a fascistas reconocidos o a eclesiásticos entusiastas de la dictadura, yugos, flechas o águilas de San Juan en alguna fachada, es residual. Está claro que los restos del cadáver deben retirarse o reutilizarse para que no corrompan el aire, y la aplicación de la Ley 52/2007 de 26 de diciembre ha facilitado la retirada de la simbología de la dictadura.

Pero lo que llama la atención es el largo tiempo que ha transcurrido para liquidar esos restos, la lentitud de las actuaciones y el aire de secreto que en muchos casos ha rodeado la retirada de monumentos o el cambio de nombre de una calle, que sin la presión ejercida por diversos colectivos todavía seguirían identificando los lugares que habitamos. Los historiadores pueden dar un tipo de explicaciones relativas a contextos, pero quienes deben dar la explicación de por qué actuaron con indolencia son los gobernantes de todos los niveles de la Administración, porque en su mano estaba -y en sus manos sigue- la decisión de mantener tantos y tantos años los símbolos muertos del franquismo. Deben contarlo porque nos merecemos saberlo con sus palabras. Y, si un día lo hacen, confío -aún- en que no mientan. ¿Fue por temor? ¿Acaso porque sentían en aquellos símbolos la tradición política a la que pertenecían pero no se atrevían a proclamar? ¿O tal vez porque carecieron de escrúpulos ante la humillación sufrida por millones de sus conciudadanos? Tan sólo pido que lo cuenten.

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