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El PCE celebra sus 30 años de libertad con nostalgia pero con ansias de dejar el segundo plano

MARTA HUALDE

'Camarada cubano, ¡media langosta!'. Los comunistas que ayer estaban de fiesta esperaban unos 40 minutos de cola para comer langosta cubana. El menú también ofrecía enchilada, rollito de primavera, tocino, sardinas, panceta o chistorra. Un menú variado, de distintas partes del mundo y regiones españolas con el que cientos de personas, desde niños hasta abuelos, llenaban sus estómagos para poder seguir el largo programa del segundo día de fiesta del PCE.

Este año cumple 30 años en la legalidad y se notaba el cumpleaños. Familias con niños, jóvenes entregados a la izquierda comunista o supervivientes del franquismo poblaron ayer la Casa de Campo madrileña para festejar que el ostracismo terminó hace ya tres décadas.

Luis Cepeda no se ha perdido una. Tiene 93 años y cada año acude puntualmente a la cita. No ha perdido la memoria. No ha olvidado sus ocho años de cárcel tras ser apresado en Alicante al finalizar la Guerra Civil. Juzgado y condenado por 'ser comunista, ir voluntario a la guerra y por rebelde'. Recuerda con nitidez fusilamientos y castraciones en la Plaza de Toros de Badajoz.

Indultado, se dedicó a ayudar a los guerrilleros, más que al PCE, donde milita desde su juventud. Este año a Luis le acompaña su hija, de 42 años, también militante. Cuando mira para atrás en su vieja memoria, al comparar esta fiesta con la de hace 30 años, le parece demasiado 'fina'. Nada que ver con la primera tras la clandestinidad: '¡Apoteósica!'.

Una ley de la memoria histórica que haga justicia

En honor a quienes sufrieron el franquismo, como Luis, el presidente ejecutivo del Comité Federal, Felipe Alcaraz, reclamó una ley de la memoria histórica que haga justicia. Alcaraz tachó de 'cobarde' al Gobierno por reblandecer el proyecto inicial de la Ley de Memoria Histórica. Reclamó que se anulen los juicios franquistas y exigió la reforma de la Ley Electoral para poder huir del bipartidismo.

Francisco Frutos: 'Tenemos que recuperar el sentido profundamente social y cultural de la República, no sólo contra la Monarquía'

El responsable ejecutivo también propuso mirar adelante. 'Tenemos que vivir una segunda legalización. Salir de esta especie de clandestinidad autoimpuesta y alumbrar de nuevo al partido que se apagó en su congreso de 1991 con el fin de fortalecer a IU. Ahora hay que hacer un PCE fuerte para tener una IU fuerte', aseguró Alcaraz.

Francisco Frutos, secretario general del PCE, salió a la palestra sobre las nueve de la noche. 'Tenemos que recuperar el sentido profundamente social y cultural de la República, no sólo contra la Monarquía', explicó ante los aplausos del público.

Hoy será el último día de esta gran fiesta que este año no ha contado con zona de acampada. Militantes, dirigentes y afines a la causa debatieron en coloquios y mesas redondas los ejes de la política y recordaron cómo fue el paso a la legalidad. También se detuvieron en reconocer los errores que han llevado a la democracia actual que definen como 'de baja intensidad'.

En medio del jolgorio, los nostálgicos de las viejas fiestas lamentaban que en el siglo XXI se ha perdido parte de su espíritu fiesta: 'Antiguamente era más sincera, más popular, nosotros nos veníamos toda la familia porque era la mayor fiesta de libertad de Madrid. Los jóvenes hoy se creen que todo es jauja y son poco reivindicativos', decía Rafael Martínez, de 93 años. Los jóvenes no llegaron hasta más tarde, justo a tiempo del concierto del grupo cubano Los Orishas.

Abogados de trabajo colectivo 

Coincidiendo con la salida del PCE de la clandestinidad, este año se conmemora la muerte de los cinco abogados laboralistas en un despacho de la madrileña calle Atocha. Uno de los supervivientes, Alejandro Carbonel, que recuerda la matanza 'con mucha nitidez', dejó entonces de ser militante del PCE porque tuvo que sobrevivir a su propia historia.

Pero trabaja por las ideas y los principios de izquierda. Por ello, impartió una conferencia en la fiesta del PCE. Su deseo es transmitir la lección de que el trabajo se puede compartir, como hacían los abogados de la calle Atocha. Ellos tuvieron, a su juicio, un papel clave en la transición. Eran jóvenes recién titulados que se decidieron a asesorar a los trabajadores. Recibían a más de 200 personas a la semana y todos se implicaban en los proyectos. Al juicio, podía ir cualquiera.

Resultaba más ágil para trabajar y no creaba diferencias. Se reflejaba en los sueldos, que eran iguales, incluso el de la señora de la limpieza. Sólo había un plus por hijos. 'Era un trabajo colectivo, no como en los despachos de ahora', dice Carbonell.

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