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"La destrucción de la sociedad civil es el resultado de más de treinta años de neoliberalismo, no de Internet"

Madrid, pionera en instaurar un sistema de votación online para que los ciudadanos decidan en qué se gastarán 60 millones de euros del presupuesto, contrasta con la ciudad brasileña de Porto Alegre, donde se llevan celebrando presupuestos participativos desde hace 27 años a base de asambleas y con presencia nula de las herramientas digitales. 

Según Pablo Soto, "el modelo de Decide Madrid podría funcionar muy bien en Porto Alegre" / MEDIALAB-PRADO

SARA CALVO TARANCÓN

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MADRID.— Tiene mucho de proceso revolucionario —siguiendo palabras de Fabricio Solagna, especialista en democracia digital y portoalegrense de nacimiento— organizar unos presupuestos participativos. Una definición más técnica lo relacionaría como un proceso de "democracia directa, voluntaria y universal, donde el pueblo puede discutir y decidir sobre el presupuesto y las políticas públicas", como explica Ubiratan de Souza, uno de los primeros responsables de los presupuesto participativo en Porto Alegre, la ciudad brasileña donde se celebraron por primera vez en 1989.

Madrid los ha inaugurado este pasado año: el ayuntamiento de Manuela Carmena destinó 60 millones de euros dedicados a una veintena de propuestas que recibieron el apoyo suficiente a través de la plataforma Decide Madrid, elaborada por el área de Participación Ciudadana, Transparecia, y Gobierno Abierto del consistorio madrileño. El software de la plataforma publica el código en abierto y lo van a replicar más de 30 instituciones de distintas ciudades españolas, colombianas y argentinas. 

Es la prueba de que el modelo pionero en el Estado se extiende. El responsable de esta concejalía, Pablo Soto, asegura que "Decide Madrid podría funcionar muy bien también en Porto Alegre", aunque de momento llevan 27 años en la ciudad brasileña implementando presupuestos participativos sin utilizar herramientas electrónicas, solo a base de participación presencial mediante asambleas por distritos, con un éxito notable.

Los presupuestos participados son conocidos por un 60% de la población portoalegrense, según una encuesta. En Madrid, solo un 25% de los ciudadanos conocen qué es y para qué sirve Decide Madrid. En el Estado de Rio Grande do Sul, la participación roza el 10%; en Madrid no llega al 2% en su primer año, cifra que se sitúa a los niveles de participación ciudadana de París, por ejemplo. Aunque en estos temas importa más lo cuantitativo: "Lo que demuestra la salud de la participación es la calidad de las propuestas", afirmaba Tarso Genro, exalcalde de Porto Alegre y Gobernador del Estado de Rio Grande do Sul, en entrevista con Público. 

El concejal de Participación Ciudadana, Pablo Soto / MEDIALAB-PRADO

Entre las más votadas de las propuestas en Madrid destaca la creación de más centros para mujeres maltratadas, un plan de reforestación para la ciudad o un proyecto de inclusión residencial para personas sin hogar. Aun así, a estos procesos se les cuestiona el supuesto peligro que entraña abrir y relanzar la voluntad popular: ¿qué pasaría si recaba los apoyos necesarios la idea de construir una plaza de toros en cada barrio madrileño? ¿o instaurar la pena de muerta? [si el ayuntamiento tuviera competencias para ello]. "Si la gente mayoritariamente quisiera poner una plaza de toros en cada barrio el problema no sería la democracia", argumenta Soto.

"La realidad es que ese otro tipo de propuestas siempre vienen de parte de los políticos y nunca son resultado de procesos de participación, donde las peticiones van directas a los cuidados y al respeto hacia las personas y al medio ambiente". Es algo que se ha visto en Madrid pero también en Barcelona, donde su Plan de Acción Municipal participado ha incluido entre las propuestas más votadas cuestiones como la remunicipalización del servicio de agua, implantar un tranvía en la Diagonal, crear más carriles bici o retirar las placas franquistas de la ciudad. 

Los límites a la participación

Donde sí se plantean problemas son en las consultas ciudadanas articuladas de arriba hacia abajo, como es el caso de plebiscitos como el Brexit o el referéndum sobre la paz en Colombia. Para Soto, "ahí se responde pensando si con esta respuesta o la otra se le va a poder atizar al Gobierno; además, las preguntas siempre son tendenciosas".

"La participación, si es de verdad, tiene que ser de todos, no solo de los que compartan las ideas con el partido que gobierna"

Esa gran duda sobre dónde se ponen los límites a la democracia directa la solventa Tarso Genro al establecer el techo en el programa electoral del gobierno que ha ganado la representación política. "La participación directa no puede ser un elemento de transformación del programa votado en las elecciones", dice el también exministro del gobierno de Lula da Silva. Algo a lo que se opone frontalmente el concejal madrileño: "La participación, si es de verdad, tiene que ser de todos, no solo los que compartan las ideas con el partido que gobierna". El programa electoral simplemente es vinculante para quien está obligado a cumplirlo, añade. Si ese fuera el techo a la participación, esta no existiría porque "se aprobarían cosas con las que el Gobierno está de acuerdo", zanja Soto.

Tecnología para ensanchar la democracia pero no como panacea

"Los modelos de participación dependen mucho de las condiciones sociales del lugar" lanza el sociólogo César Rendueles, quien piensa que herramientas digitales como la plataforma Decide Madrid pueden contribuir a ensanchar la democracia directa "pero no son imprescindibles". No solucionan el problema, principalmente porque "no construyen sociedad civil ni tejido asociativo". La tecnología digital "no creo que sea tan importante, para bien o para mal, pero pienso que la destrucción de la sociedad civil es el resultado de más de treinta años de neoliberalismo, no de Internet".

"Vemos la participación como una posibilidad más que como un compromiso u obligación colectiva, y eso una limitación que ninguna herramienta tecnológica va a solucionar"

El modelo de Catalunya le parece algo más adecuado puesto que se dan condiciones sociales más favorables gracias a que allí el tejido asociativo es mucho más rico que en Madrid, "pero creo que también está quedando limitado a las clases medias o a personas con cierto capital cultural y social, y eso no es una crítica", matiza. Estos procesos, pensados para hacerse en colectivo, chocan contra sociedades individualizadas como las nuestras, con niveles bajos de asociacionismo: "Vemos la participación como una posibilidad más que como un compromiso u obligación colectiva, y eso una limitación que ninguna herramienta tecnológica va a solucionar". 

Pablo Soto coincide en el plano filosófico con las palabras de Rendueles pero argumenta que, en términos cuantitativos, al juntar ambas herramientas se amplían las propuestas y opiniones. Además, las plataformas digitales permiten unas ventajas relacionadas con la cantidad de información que se puede procesar de las que carecen las dinámicas presenciales, donde solo puede hablar una persona cada vez. La realidad de Madrid es que se participa más a través de mecanismos online que offline. "Utilizamos herramientas para medir cuánto de deliberativo tienen las plataformas tecnológicas para hacer ese proceso más colectivo y que incluya muchas más aportaciones", justifica Soto. El modelo perfecto capaz de hibridar lo presencial con lo digital todavía anda en construcción por los alrededores de la Puerta del Sol.

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