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Carlos Velandia: “La lucha armada en Colombia es una estrategia agotada”

El ex comandante del Ejército Nacional de Liberación (ELN) analiza la situación actual del conflicto mientras Gobierno y delegados del grupo armado resuelven los pormenores para retomar las conversaciones de paz en Ecuador

Carlos Velandia: “La lucha armada en Colombia es una estrategia agotada”. - MARÍA RADO

PABLO RODERO 

BOGOTÁ.- Diez meses han transcurrido desde que negociadores del Gobierno colombiano y del Ejército Nacional de Liberación (ELN), anunciaran el inicio de la fase pública de las conversaciones para acabar con la guerra desde Caracas. Desde entonces, el proceso se ha encallado y, tras un intento fallido de iniciar las conversaciones en Ecuador a finales de octubre, no ha avanzado ni un solo paso. La piedra que se ha interpuesto en el camino de la negociación con el ELN ha sido el secuestro. Guerrilla y Gobierno se han echado un largo pulso cuyo último protagonista ha sido Odín Sánchez, un ex senador secuestrado por el grupo armado cuya liberación fue incluida a última hora como exigencia indiscutible por parte del Gobierno para instalar la mesa pública de negociación.

Ambas partes han vuelto a reunirse desde comienzos de año y el acuerdo para la liberación de Odín Sánchez y la instalación de la mesa parece finalmente cercano. Hablamos con Carlos Velandia, ex comandante del ELN y nombrado por el Gobierno como gestor de paz en el actual proceso, sobre su experiencia como guerrillero, los altibajos del proceso de paz y el futuro político del ELN y una Colombia sin guerrillas.

¿Cómo fue su decisión de entrar en la guerrilla y su experiencia en el monte?

Yo entré al ELN en los años 70. Vivíamos en aquella época tiempos de revolución en este país. Era algo casi natural, todos queríamos ir a la guerrilla. Primero fui combatiente urbano. Hacía la lucha revolucionaria, el trabajo político clandestino y la lucha armada dentro de la ciudad. Golpes de mano, incautar armas, un taquillazo en un banco para adquirir finanzas, asalto a una fábrica de ropas o una farmacia para tener medicinas y mandarlas para el monte, para adquirir logística, todo este tipo de cosas. También había enfrentamientos para adquirir armas, emboscadas urbanas… Allí aprendimos, pero luego el espacio urbano se agota porque se quema uno más fácilmente, era muy reconocible mi actividad anormal.

Cuando llegué al monte, era estudiante de medicina y con unos pocos semestres ya me convertí en el médico de la guerrilla. No se necesitaba haber terminado la carrera ni tener un título para ser reconocido como el médico de la guerrilla. Lo era porque no había más, algo así como en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Luego ya me ascendieron y me asignaron responsabilidades y llegué a ser miembro de la dirección nacional del ELN. A finales de los 80 experimentamos un crecimiento importante de la mano del auge que tuvo en Colombia la explotación petrolera. Se pudieron adquirir una gran cantidad de finanzas a fuerza de sabotear y secuestrar a los gerentes de las empresas multinacionales y cobrar altas sumas por los rescates.

¿Cómo se justifica éticamente un secuestro de alguien no combatiente?

Éticamente no tiene justificación, simplemente la razón pragmática de decir que la guerra revolucionaria la debe pagar el enemigo de clase, no solo el Estado. En este caso, las multinacionales que saquean los recursos de la nación, una forma de confrontarlas era secuestrando a sus dirigentes, a sus ejecutivos y cobrando un rescate por su libertad.

Pero éticamente no tiene ningún soporte ni humanitariamente tampoco. Pero en el discurso político encaja muy bien, aunque hoy por hoy esto está totalmente agotado y no hay manera de soportarlo. Esta ha sido una de las cosas que ha venido generando una gran dificultad a la hora de iniciar las negociaciones actuales.

¿Cómo fue su decisión de abandonar la lucha armada?

En 1994 fui detenido y estuve 10 años preso. Desde prisión, mantuve el contacto permanente con la organización y me asignaron la responsabilidad de representar al ELN en diálogos de paz. Pero al salir abandono la lucha armada y tomo la decisión de no disparar. Lo que me hace cambiar de idea es la constatación de que por la vía armada ya no tomamos el poder y reconocer que el país y el ELN, las guerrillas, estamos entrampados en una guerra de la que no sabemos cómo salir. Que no es incrementando la guerra como vamos a salir, sino buscando camino a la solución política.

¿Cuáles son las grandes diferencias ideológicas y organizativas de las FARC y el ELN?

Ambas organizaciones nacen en 1964. Acababa de triunfar la revolución cubana y es el faro que alumbra al mundo entero. Es posible hacer revoluciones en las mismas narices del imperialismo, a 90 millas del continente. Esto es clamoroso. Pero, mientras que las FARC surgen como el alzamiento de un movimiento campesino que se alza en armas para defenderse del Estado, el ELN se alza en armas para derrotar al Estado y arrebatarle el poder.

El uno nace para defenderse del poder y el otro para hacerse con el poder. Los unos son campesinos y los otros son estudiantes, algunos sindicalistas, algunos intelectuales. Estos son los surgimientos. Pero después, en el desarrollo, las líneas se cruzan. Las FARC terminan definiendo que van a por el poder y el ELN ya no quiere el poder, ya lucha por democracia. El objetivo del ELN ya no es la toma del poder.

¿Por qué ese cambio de táctica?

Porque se ve que nuestros objetivos ya no es posible alcanzarlos. Se da un proceso de adaptación de medios y de fines. Obviamente el ELN sigue en la lucha por el socialismo, pero el socialismo ya no tan a la vuelta de la esquina y donde la toma del poder ya no es el objetivo estratégico. Para las FARC sí. Para el ELN es mucho más importante construir poder más que tomarlo. Estas son diferencias bastante marcadas.

El ELN está apostando por la participación activa de la sociedad en el proceso de paz, ¿cómo puede llevarse esto a cabo?

Esta es la parte más difícil, sobre todo porque hoy por hoy no lo sabe nadie. Ni el Gobierno, ni el ELN ni la sociedad. Pero hay una cosa que hay que entender. Hay tres tipos de diálogos, uno el diálogo que es útil para acabar la guerra, otro el diálogo que es útil para construir la paz y el tercero es el diálogo que es útil para que la sociedad transforme el país. Los tres ocurren en momentos distintos.

Hay que entender que el diálogo o la negociación para buscar la paz no hace parte de la paz, hace parte de la guerra. Estamos en la guerra y la guerra termina en el momento en el que se pacta el armisticio. Que a partir de ahí se abra un espacio de construcción de paz es otra cosa. Entonces, será la sociedad, ya no nosotros, la que empiece a construir la paz y la justicia social en los territorios.

¿Anuncian las resistencias a la liberación de Odín Sánchez un mayor riesgo de disidencias en el ELN al final de este proceso de paz que en el de las FARC?

Yo no lo descarto. Las disidencias son una circunstancia que se dan en todos los procesos de paz de conflicto armados internos del mundo, ese tipo de disensiones, ese tipo de salidas, de fugas, de rupturas y aquí en Colombia se ha dado con todas las organizaciones. Ahora, este proceso con las FARC ha tenido unos niveles de solidez insólitos. Realmente la deserción y la ausencia en el momento de cumplir los pactos de paz son muy reducidos. Este proceso ha sido muy excepcional. La unidad ha sido muy completa, yo creo que con el ELN pueden darse más disensiones.

¿Qué es lo que podría hacer que sectores del ELN se quedaran fuera del proceso?

Creo que pueden ser una conjugación de varias circunstancias, pero en el caso de El Chocó (departamento de la costa Pacífica donde se encuentra retenido Odín Sánchez), es que la guerra se ha convertido en un negocio. En un buen negocio. El Chocó tiene una importancia en la guerra por ser un corredor, pero lo tiene absolutamente para los narcotraficantes, los que ejercen la trata de personas e incluso para la minería ilegal.

Entonces allí para poder sobrevivir o subsistir cada una de estas partes han hecho una especia de acuerdo de modus vivendi, es decir, “no nos peleemos nosotros, ustedes sigan en su negocio y yo en el mío, yo estoy aquí por otras razones”. A mí me cuesta un poco de trabajo reconocer qué es lo ‘eleno’ en el Chocó, lo que si veo es que por allí fluye mucho dinero y muchos recursos.

Desde Ecuador ambas partes anuncian que la fase pública de negociaciones podría emprezar pronto ¿Cuáles son los grandes riesgos para este proceso?

Yo creo que las partes tienen que entender que a la mayor brevedad tienen que iniciar una actividad de desescalamiento. No tiene sentido hoy que se estén dando estos hechos de guerra. Se entiende en el sentido de que no hay acuerdo y se hace en medio de la confrontación, pero la sociedad hoy por hoy no lo admite por una razón.

El estado de no guerra se ha instalado en el país y, sobre todo en las zonas más impactadas por el conflicto, se siente como un gran alivio. Aquí a los jóvenes y las personas que viven en las grandes ciudades ni les va ni les viene, porque están muy lejos del conflicto, pero las gentes que viven allí, que fueron machacadas por los bombardeos, las razias del paramilitarismo, las ofensivas y el desplazamiento, piensan que hay que mantenerlo.

¿Hasta qué punto están afectado la última oleada de asesinatos de líderes sociales en las reticencias de algunas facciones del ELN a dejar las armas?

Esto hace las cosas mucho más complejas. La arremetida tiene por un lado ese propósito de frenar el avance de la paz. Hay fuerzas que se resisten a que se modifique el statu quo de la guerra. En esas condiciones de guerra prosperan la corrupción, las bandas criminales, el paramilitarismo, el narcotráfico y políticos regionales coludidos con esas formas criminales que tienen mucho poder. Con la paz pierden, ven la paz como una amenaza.

De allí provienen una gran parte de esta hostilidad y esta acción contra la paz afectando la parte más vulnerable, los que no están armados, que son los líderes sociales territoriales. Pero igual, esta situación no puede detener las posibilidades de la paz. Tenemos que salir de una guerra, que se ha convertido en un pretexto para muchas cosas. Aquí tenemos la presencia de los gringos porque tenemos un conflicto, aquí es necesario mano dura porque hay un conflicto armado, aquí se restringe la democracia por lo mismo.

El ELN tuvo en sus inicios una vocación más ofensiva, pensando en la toma del poder, una posición más guevarista por así decirlo. Visto en perspectiva, ¿esa estrategia ha sido un fracaso por parte del movimiento social que la tomó en los años 60?

Yo creo que no. Obviamente la guerra en Colombia se agotó, y se agotó para los revolucionarios que creímos que mediante la lucha armada podíamos acceder al poder. Se demostró aquí en Colombia, a día de hoy, que por esa vía no llegamos a la toma del poder, pero no significa que no debamos insistir en llegar al poder.

La lucha armada no es el camino, por eso yo insisto mucho en que los revolucionarios no nos hicimos revolucionarios para hacer guerras, nos hicimos revolucionarios para hacer grandes transformaciones a las sociedades y si no nos funciona a través de un método (porque la guerra es un camino, un método), tenemos que buscar otros caminos distintos. Esa es la obligación de un revolucionario y de un revolucionario marxista.

¿Cuál es esa otra vía ahora?

La vía es la de crear condiciones para hacer lucha política sin armas, y para eso se necesitan garantías. El ELN tiene una lectura distinta a las FARC. Mientras que ellos quieren conformar un movimiento quizás tipo partido, el ELN se fundirá, se escurrirá, se chorreará dentro del movimiento político y social ya existente en el país. Al ELN no le interesa llegar al congreso.

Fundamentalmente, la guerra la dejamos a cambio de garantías para la lucha política sin armas, eso es lo fundamental. Date cuenta de que los acuerdos de las FARC con el Gobierno no transforman la sociedad, no transforman el país, no transforman la economía, pero sí crean unas condiciones mucho más positivas para la lucha política sin armas, eso es en lo fundamental, la paz posible, no la paz que se desea.

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