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Trump propone al Congreso dejar de financiar a la disidencia cubana

El presupuesto federal de U$D 20 millones se envía cada año a grupos afines a Washington para provocar un “cambio de régimen” en el país

Gente esperando para entrar en la embajada de EEUU en La Habana, Cuba. REUTERS/Alexandre Meneghini

Fernando Ravsberg

El Presidente Donald Trump se propone dejar de financiar a la disidencia cubana, eliminando del proyecto de presupuesto federal los U$D 20 millones que esta recibía cada año. Lo mismo ocurre con la oposición venezolana, la cual pierde U$D 6,5 millones de financiamiento anual. La medida está “escondida” dentro de los recortes generales dedicados a la “ayuda al desarrollo” de América Latina, los cuales afectan desde el Cono Sur hasta México, país al que se le reducirá a la mitad.

La gran diferencia con el resto de Latinoamérica es que, en los casos de Cuba y Venezuela, esta supuesta “ayuda para el desarrollo” va directamente a manos de la oposición para financiar actividades “en favor de la democracia”. Dicho sin diplomacia, todos esos millones son enviados a grupos afines a Washington para provocar un “cambio de régimen” en los dos países. La eliminación de los fondos marcaría un cambio radical de política respecto a los últimos 60 años.

El Profesor cubano-americano Arturo Lopez-levy, conferencista en Mills College de California y Candidato a Doctor en la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad de Denver, hace notar que la visión del Presidente Trump se distancia del consenso intervencionista de post-guerra y por ende también de los gastos en la llamada "promoción de la democracia", para dedicarse a temas de seguridad más inmediato.

Sin embargo, advierte que se trata solo de una propuesta que aún tiene que ser aprobada por el Congreso, donde el tema Cuba será moneda de cambio de la Administración para negociar con los congresistas cubano-americanos. Agrega que quedan los fondos temáticos regionales de la USAID, desde donde seguramente se destinará algo a la “promoción de la democracia” en Cuba y Venezuela, y en esa agencia ya están posicionados representantes del anticastrismo más radical.

De todas formas, de seguir su curso la propuesta del Presidente Trump, la oposición cubana vería dramáticamente reducidos sus ingresos. Los anticastristas de los EEUU tendrían que luchar por un trozo del pastel de la USAID, la cual tiene un presupuesto mucho más limitado y debe utilizarlo para promover las estrategias estadounidenses en lugares de mucho interés geopolítico como Afganistán, Siria o Libia. Así que los disidentes recibirían muchísimo menos dinero pero todavía suficiente para seguir siendo acusados por el gobierno cubanos de ser “mercenarios al servicio de Washington”.

Capitolio de La Havana, Cuba. REUTERS/Alexandre Meneghini

Capitolio de La Havana, Cuba. REUTERS/Alexandre Meneghini

U$D 20 millones anuales puede parecer mucho dinero pero lo cierto es que a Cuba solo ingresaban unos U$D 4 millones, el resto desaparecía en los bolsillos de los grupos del exilio. Según Pepe Hernández, líder de la anticastrista Fundación Nacional Cubanoamericana, “el 83% del dinero designado para el apoyo a activistas democráticos en Cuba, han sido gastados en Miami o en países extranjeros”. Lo confirmo la Oficina de la Contraloría General (GAO) del Congreso de los EEUU, cuyos investigadores detectaron que una parte de ese dinero se utilizó en comprar en La Florida abrigos de cuero, bombones de las marcas más caras y hasta sierras eléctricas.

A pesar de la pérdida de U$D 16 millones, los 4 restantes siempre crearon gran expectativas entre los líderes de la oposición cubana. El exjefe diplomático de EEUU en la isla, Jonathan Farrar, decía en un cable secreto –revelado por Wikileaks- que la disidencia no trabaja para atraer a la gente, “su mayor esfuerzo se dirige a obtener suficientes recursos para mantener en vida de un día al otro a los principales organizadores y a sus principales seguidores” (1).

El intento del Presidente Trump de dejar a la disidencia cubana sin fondos es la mayor amenaza que esta ha recibido nunca de EEUU. Sin embargo, parece continuidad de la política de Obama, el cual apostó más por los emprendedores que por la oposición tradicional. Tras décadas de un apoyo económico millonario y de un respaldo político absoluto, el resultado es que la disidencia continúa aislada, sin la más mínima influencia social y totalmente paralizada, si descontamos la marcha dominical, de 4 o 5 cuadras, que hacen algunas decenas de Damas de Blanco.

Todavía es demasiado pronto para saber si ese presupuesto se aprobará pero seguramente el anticastrismo interno y externo debe estar preocupado, todas las organizaciones y muchos de los individuos que las integran viven y hacen política, en Cuba y en los EEUU, con esos U$D 20 millones. El gobierno cubano lo llama la “industria de la contrarrevolución” porque para muchos es una forma de vida.

Terminar con este apoyo financiero a la disidencia fue una de las exigencias del Presidente Raúl Castro a Barack Obama en el 2015, cuando reclamó que deben cesar todos “los programas de subversión y desestabilización contra Cuba”. Seguramente no imaginó que sería nada menos que Donald Trump el que propondría al Congreso conceder esa reivindicación de Cuba.

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