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Los refugiados sirios ante uno de los peores inviernos en Líbano: "Nadie ha venido a ayudarnos"

Las lluvias y la nieve han llegado con fuerza a Líbano, provocando el caos en el país y afectando gravemente a miles de sirios que viven en asentamientos informales en el país. Los refugiados se quejan de la falta de previsión y asistencia. Este domingo comienza un nuevo temporal.

Una mujer camina por una carretera en Bar Elias, en el valle de la Bekaa./Andrea Olea

Un sol radiante iluminó el sábado las montañas nevadas que rodean el valle de la Bekaa, al este de Líbano, dando un respiro a los refugiados sirios que viven repartidos en cientos en asentamientos informales en la zona. El temporal Norma azotó con fuerza esta semana, inundando o cubriendo de nieve buena parte del país mediterráneo. Desde uno de los campamentos en la localidad de Bar Elias, Maryam Mohammed invita a ver el interior de su tienda, donde ropa, mantas y colchones permanecen suspendidos en alto a la espera de secarse. “Logramos achicar, pero todo sigue mojado”, lamenta Maryam, señalando una franja oscura en la pared que marca el nivel que alcanzó el agua.

Su vivienda no es la única: el campamento, situado junto al río, quedó completamente anegado cuando el afluente se desbordó. Ella, su marido y sus hijos, originarios de Ain Tarma, en la Ghuta Oriental, llevan 5 años en Líbano, pero este invierno está siendo especialmente duro, asegura. Ajeno al desastre y equipado con unas botas de plástico rojo, su benjamín de 9 años, Joseph, se entretiene saltando en los lagos formados por el torrencial en los alrededores del asentamiento.

Según cifras de Acnur, la Agencia de la ONU para los refugiados, 361 asentamientos en todo el país y más de 11.000 sirios se han visto afectados por el fenómeno atmosférico que comenzó el pasado domingo, destruyendo infraestructuras y provocando cortes de electricidad en todo el país. Una niña de 8 años siria murió el martes tras ser arrastrada por la corriente en la región norteña de Minyeh.

La violencia del temporal hizo que la carretera que une la capital Beirut con el valle de la Bekaa quedase cortada los primeros días, retrasando la llegada de ayuda a las zonas afectadas. En Arsal, en el norte de la Bekaa, las intensas nevadas dejaron medio metro de nieve y numerosos asentamientos permanecieron incomunicados durante días, sin acceso a comida, mantas o medicinas. En este momento, unos 70.000 refugiados (más de la mitad menores) y un total de 850 campamentos informales siguen en riesgo, según el Norwegian Refugee Council (NRC). Este domingo se espera el inicio de una nueva racha de lluvias e intensas nevadas.

Niños juegan en los charcos dejados por las fuertes lluvias./Andrea Olea

Niños juegan en los charcos dejados por las fuertes lluvias./Andrea Olea

Solidaridad entre sirios

Centros comunitarios, gimnasios, mezquita o escuelas han cedido sus instalaciones esta semana para convertirse en albergues temporales para los afectados por la tormenta. Desde el pasado lunes, Ayal Mhamed El Hayil, procedente de Alepo, se aloja junto a su madre, tres de sus hijas y su pequeño Majid, de ocho meses, en la sede de la organización local Sawa for Aid & Development. Su marido y otra hija que sufre epilepsia se han quedado en el asentamiento donde reside la familia para recoger las ayudas que llegan con cuentagotas, explica la mujer. “Ni el Gobierno ni Acnur, nadie ha venido a ayudarnos”.

Ante una respuesta tardía o inexistente por parte de las autoridades libanesas, la población refugiada ha sido la primera en responder a la demanda de auxilio de sus compatriotas. Los refugiados que viven en núcleos urbanos en la Bekaa, ha acogido a afectados en sus casas y las ONGs locales (la inmensa mayoría sirias), trabajan a destajo desde hace días para poner a salvo a quienes han visto inundadas sus viviendas. "Trabajamos en 42 asentamientos, reparando desperfectos, achicando agua, llevando provisiones... Ahora nos estamos preparando para el nuevo temporal, que podría traer más nieve y más frío”, explica Mashaal Hammoud, responsable de operaciones de Sawa.

Ahmad Al Sheikh, de 23 años, lleva varios días durmiendo 3 o 4 horas. Este joven se despierta a las 6 de la mañana y hace viajes de ida y vuelta durante toda la jornada, trasladando a otros voluntarios o repartiendo provisiones. “Estoy aquí como todo el mundo, para ayudar”, afirma desde el centro de la ONG, donde una veintena de personas ordenan las donaciones de ropa y abrigo que han recibido estos días, la mayoría provenientes de particulares.

Muzna Al Zouhouri, de la Asociación de Estudiantes Universitarios y responsable de coordinar a los voluntarios, se queja de la escasa presencia en el terreno de organismos internacionales como Acnur. “Vinieron a hacer fotos el lunes por la tarde y poco más; apenas los hemos visto”, afirma. En 2018, la financiación necesaria para los refugiados sirios en Líbano, estimada por la ONU en 2.300 millones de dólares, se cubrió solo en un tercio, y el descenso de las ayudas se notan más que nunca en situaciones como esta.

La Cruz Roja tampoco ha estado a la altura, juzga el doctor Firas Alghadban, que recorre con su furgoneta Bar Elias y sus alrededores desde que estalló el temporal. Asegura que el suyo es el único servicio de urgencias en la zona. “Estoy atendiendo a unos 70 pacientes al día. Tenemos numerosos casos de bronquitis, neumonía y enfermedades infecciosas por culpa del agua contaminada procedente del río desbordado”, explica, recordando que los medicamentos escasean mientras la necesidad aumenta.

Las ONGs locales se quejan de que la asistencia llega tarde y mal. “Tenemos la impresión de que nadie se da cuenta de las proporciones del desastre”, afirma Fatima Alhaji, periodista y activista siria.

Niños desplazados se albergan en containers alquilados por la ONG Sawa a la espera de poder regresar a su campamento./Andrea Olea

Niños desplazados se albergan en containers alquilados por la ONG Sawa a la espera de poder regresar a su campamento./Andrea Olea

¿La culpa de quién?

Con más de un millón y medio de sirios en su territorio, Líbano es el país con más población refugiada per cápita de todo el mundo y la cuarta mayor en términos absolutos. El 40 % se concentra en el valle de la Bekaa, sometido a un clima extremo tanto en verano como en invierno, por lo que aunque este año el clima esté siendo particularmente inclemente, la situación no es nueva.

A diferencia de otros países receptores, en Líbano el Gobierno no ha permitido la creación de campos de refugiados oficiales, por miedo a que los sirios se queden de forma permanente como ya hicieron los palestinos tras su llegada al país en 1948. La ley impone fuertes restricciones en los materiales de construcción de las tiendas, ubicadas generalmente en tierras de cultivo alquiladas a propietarios privados. Más allá de las pésimas condiciones de higiene o la falta de servicios de los asentamientos, las tiendas no tienen calefacción, y sus precarias estructuras sufren con frecuencia incendios y otros accidentes. En situaciones de emergencia como la actual, repartir las ayudas se dificulta por las reducidas dimensiones y dispersión de los campamentos.

Según el último informe anual de Vulnerabilidad de los Refugiados Sirios en Líbano elaborado de forma conjunta por varias agencias de la ONU, las condiciones de vivienda de esta población han empeorado ostensiblemente en el último año: frente al 26 % que vivía en estructuras no permanentes (como asentamientos, garajes, etc.) en 2017, el porcentaje ascendió al 34 % en 2018.

La hostilidad hacia los refugiados es cada vez mayor, tanto en la arena política como entre la sociedad libanesa. El miércoles, cuando las lluvias torrenciales aún se abatían sobre buena parte del país, el presidente Michel Aoun, llamaba una vez más a los sirios a regresar a su país para que pudieran “vivir con dignidad”. Para muchos como Muzna Aljouhouri, la falta de asistencia lanza un mensaje es claro: “quieren echarnos por todos los medios”, asegura.

De acuerdo con Acnur, unos 9.000 refugiados retornaron a Siria desde Líbano el pasado año, aunque aún no se dan las condiciones de seguridad necesarias, según los criterios de la propia agencia de Naciones Unidas, que calcula que otros 250.000 refugiados podrían emprender el camino de vuelta a su hogar este año desde ese y otros países de la región.

Con un endeudamiento creciente y unas condiciones de vida cada vez más difíciles (el 69% vive por debajo del umbral de la pobreza), muchos anhelan regresar, pero saben que lo que les espera no es mejor. “¿Volver a qué?”, se preguntaba Yuri Sleiman, originaria de Alepo y madre de 8, desde otro campamento al que ha sido evacuada junto a su prole. “Nuestra casa fue arrasada. Si regresamos a Siria sería para seguir viviendo en tiendas de campaña y sentimos que allí nuestros hijos no están seguros”.

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