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Abdelaziz Buteflika Argelia cumple un mes de protestas contra la corrupción de un régimen agotado

Las masivas manifestaciones contra Bouteflika y la sensación de que se está consiguiendo derribar el 'status quo' que hasta hace escasas semanas parecía firme se mezclan con las dudas de la población sobre el futuro del país. 

Protesta estudiantil contra Abdelaziz Buteflika en Argel (Argelia). - EFE

Javier Martín (EFE)

Argelia cumple este viernes un mes de protestas masivas en las calles, un movimiento que empezó exigiendo la renuncia del presidente, Abdelaziz Bouteflika, gravemente enfermo, y que ha devenido en una marea popular en contra de la corrupción de un sistema clientelar dominado por el Ejército.

Un descontento social que estalló primero en los estadios de la mano de las barras bravas más fanáticas y que saltó inesperadamente a esas calles el pasado 22 de febrero gracias a los mismos radicales y que en apenas cuatro semanas ha descompuesto un régimen agotado que se sostenía con endebles alfileres. "Estamos en un momento crucial para el futuro de Argelia. Todo el mundo es consciente de que la fractura en el poder que intuíamos es ahora evidente e irreparable. El problema es que no se atisba una solución a corto plazo", explica un diplomático europeo.

Abdelaziz Bouteflika, en una imagen de archivo de mayo de 2017. - REUTERS

Abdelaziz Bouteflika, en una imagen de archivo de mayo de 2017. - REUTERS

Una sensación, la de que se desmorona el status quo que hasta hace escasas semanas parecía firme, está muy presente entre la masa de argelinos que cada viernes desborda avenidas y plazas en ambiente festivo. Una masa que, sin embargo, duda y balbucea respuestas cuando se le pregunta sobre qué sistema o qué personas pueden liderar el renacer de un Estado anquilosado, gerontocrático, sumido en una aguda crisis económica y necesitado de una reforma profunda que ofrezca respuesta a una población cada vez más joven y vibrante.

"El problema no es Bouteflika, nunca ha sido Bouteflika", explica Ahmed, un estudiante de doctorado en ciencias políticas que como cada día desde hace un mes se ha acercado a las protestas en el centro de la capital. "La cuestión es cómo sustituir un régimen que lleva en el poder más de medio siglo, desde la independencia (en 1962). La oposición no es una alternativa porque repite las mismas prácticas. Tampoco el oficialismo, donde no hay nuevos líderes", lamenta el investigador, que trabaja para un conocido centro internacional de análisis.

Cómo han mutado en estas semanas las pancartas y los gritos de los manifestantes son síntomas de este desasosiego: en los primeros días se limitaban a exigir que Bouteflika, incapacitado desde que en 2013 sufriera un agudo derrame cerebral, renunciara a la reelección en las presidenciales de abril. "No al quinto mandato" o "Bouteflika vete ya" vertebraban un movimiento que con el discurrir de los días gana apoyos entre la población. Desde hace dos semanas, sin embargo, frases como "poder corrupto, poder asesino" o "el pueblo hará caer este régimen" dominan las protestas, cada vez más multitudinarias pese a que la renuncia oficial del mandatario, de 82 años, ya es un hecho.

Miles de personas durante una de las protestas de este último mes. - REUTERS

Miles de personas durante una de las protestas de este último mes. - REUTERS

El pasado 11 de marzo, tras dos semanas ingresado en un hospital de Suiza sin que se conociera cuál era su verdadero estado de salud, el entorno de Bouteflika difundió un mensaje a la nación en el que este posponía los comicios, y abría un periodo de transición y reforma. Un plan sostenido en la formación de un gobierno provisional de concertación nacional y articulado a través de la celebración de una "conferencia nacional inclusiva" que debe reformar la Constitución y convocar elecciones en un plazo no asignado.

Diez días después, los dos hombres del régimen designados para esta misión, el exministro de Interior y nuevo primer ministro, Nouredin Bedaui, y el excanciller y viceprimer ministro, Ramtam Lamamra, no solo no han logrado formar ese Ejecutivo, si no que han visto como tanto el oficialismo como la sociedad civil se han comenzado a desmarcar del "plan Bouteflika" y optado por sumarse a una protesta popular que a día de hoy carece aún de líderes visibles.

Una estudiante, durante una protesta en Algiers el pasado 11 de marzo. - REUTERS

Una estudiante, durante una protesta en Algiers el pasado 11 de marzo. - REUTERS

Este miércoles, tanto el Frente de Liberación Nacional (FLN), partido que lidera el propio Bouteflika y que gobierna desde la independencia, como la Reagrupación Nacional Democrática (RND), segunda fuerza en el Parlamento y socio de gobierno, anunciaron que se sumaban al movimiento de protesta. El primero a través de Moad Bouchareb, un diputado desconocido hasta el pasado noviembre y que en apenas tres semanas fue elevado a los cargos de secretario general del partido y presidente del Parlamento.

Y el segundo por medio de su portavoz, Seddik Chihab, quien criticó, además, en público al círculo de poder que rodea y protege al mandatario. "Hay fuerzas extra constitucionales que se han apoderado del poder en los últimos años y gestionado de los asuntos del Estado fuera de un marco jurídico", insistió Chihab, sin precisar a quienes se refería.

La defección del RND es especialmente significativa ya que su presidente es Ahmed Ouyahia, el principal fontanero político de Bouteflika, que le nombró en cuatro ocasiones jefe del Gobierno y en una jefe de su oficina. Ouyahia fue el primer y más visible damnificado del plan para aplacar las protestas, ya que minutos después de la renuncia del presidente fue despojado de su cargo y sustituido por la dupla Bedaui-Lammara.

Una caída que se suma a la de otros miembros del círculo político cerrado del presidente, como el también exprimer ministro Abdelmalel Sellal, que renunció a dirigir la campaña presidencial en medio de las protestas. Y que unida a las purgas realizadas durante el último año y medio en el Ejército y las Fuerzas de Seguridad ─verdadero poder fáctico en el país─ extienden la preocupación de un país considerado vital para la estabilidad del Mediterráneo.

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