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México Las dificultades de López Obrador para frenar la violencia en México

Dos masacres y un operativo fallido contra el hijo del Chapo Guzmán son el símbolo de una semana que marcará un antes y un después en la gestión de la seguridad en México.

01/11/2019.- El presidente de México, Andrés Manuel López Obrado. EFE/ Mario Guzmán

“Se les hizo facilita se metieron con la familia Guzmán,
Se les apareció el diablo, el mismo infierno aquí en Culiacán,
Las calles teñidas de rojo pareciera que andaban allá por Irak,
Caos y zona de guerra solo se veían por toda la ciudad”

Los versos están extraídos de un narcocorrido aparecido en México el fin de semana del 18 de octubre, un día después del fallido operativo para capturar a Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín El Chapo Guzmán, narcotraficante sentenciado a cadena perpetua en Estados Unidos.

El intento de arresto se ha convertido en la primera gran crisis en términos de seguridad del presidente, Andrés Manuel López Obrador. El viernes 17, un destacamento de militares llegados desde la Ciudad de México trató de arrestar al hijo del Chapo en una casa de Culiacán, en Sinaloa, feudo del cartel fundado por su padre y convertido en una de las mayores organizaciones criminales del mundo. En un vídeo hecho público por la presidencia de México, se observa cómo Ovidio cae en manos de los uniformados. Sin embargo, la reacción del cartel fue brutal. En apenas doce minutos, según fuentes de la Secretaría de Seguridad, los narcos tomaron Culiacán, bloquearon las entradas, atacaron con armas de grueso calibre y secuestraron a oficiales y soldados mexicanos. El propio Ovidio trató de hablar con su hermano, Iván Archivaldo, para detener la violencia. Fue en vano. Los narcos estaban al mando y fueron capaces hasta de desarmar a soldados equipados con arsenal de guerra.

Para evitar un mayor derramamiento de sangre, el gobierno ordenó que el hijo del Chapo fuese liberado. A pesar de ello, 14 personas perdieron la vida durante una tarde en la que Culiacán se convirtió en una zona en la que el Estado no era la fuerza más poderosa.

Hasta agosto, el número de muertes violentas superaba las 28,000

Uno de los retos de López Obrador cuando alcanzó la presidencia fue reducir el número de homicidios. Por el momento, se trata de un objetivo inalcanzado.
Solo hasta agosto, el número de muertes violentas superaba las 28.000, lo que apunta a que 2019 puede ser el año más violento desde que se tienen registros. En 2018 más de 34 mil mexicanos fueron asesinados. Y el salto global de la denominada “guerra contra el narcotráfico”, iniciada en 2006 por el presidente Felipe Calderón, es desoladora: al menos 200.000 muertos y cerca de 40.000 desaparecidos.

La inercia de violencia en la que está sumida México es, por ahora, imparable.
El fallido intento de detener a Ovidio Guzmán fue interpretado por los partidarios del “manodurismo” como una muestra de debilidad. López Obrador argumenta que, por primera vez, el gobierno mexicano piensa en evitar muertes y no en mostrarse implacable.

Lo que el operativo demostró fue el poder de un cartel como el de Sinaloa, al que se presumía debilitado tras la detención y extradición del Chapo Guzmán en 2016 y las luchas por el poder mantenidas por quienes aspiran a conservar el poder de la organización: Ismael Mayo Zambada, compadre del Chapo; los “chapitos”, que es como se conoce a sus hijos; y Dámaso López, conocido como El Licenciado y actualmente preso en Estados Unidos.

Cómo parar a Ovidio

El operativo contra Ovidio ha generado una fuerte crisis. En primer lugar, por las sospechas de la injerencia de Estados Unidos, ya que el hijo del Chapo iba a ser arrestado por una orden de extradición emitida desde Washington. En segundo, por la falta de explicaciones sobre quién decidió lanzar la operación y por qué no estaba bien planificada. Por último, por la reacción de López Obrador contra la prensa. El presidente aprovechó su conferencia de prensa mañanera, que ofrece todos los días a las 6, para cargar contra los medios y su cobertura.

14 policías fueron asesinados en una emboscada en Aguilillas

El fallido intento de arrestar a uno de los líderes del cartel de Sinaloa fue el final de una semana que simboliza la brutalidad de la violencia desatada en México.
El 14 de octubre, tres días antes del despliegue militar en Culiacán, 14 policías fueron asesinados en una emboscada perpetrada en Aguilillas, Michoacán. El estado se encuentra en el centro de una violenta disputa entre carteles. Por un lado, el Cartel Jalisco Nueva Generación, una organización que se desgajó de Sinaloa y que ahora es considerada una de las principales estructuras en México. Por otro, Los Viagras, un grupo criminal escindido de lo que antes se conoció como Los Caballeros Templarios. En medio, las conocidas como “autodefensas”, que surgieron en 2013 para hacer frente a la violencia del narco pero que terminaron creando un universo de grupúsculos armados en el que uno nunca sabía si estaba con vecinos armados para protegerse o en extensiones de un cartel que quería desplazar a otro.

Un día después, el 15 de octubre, en Tepochica, estado de Guerrero, un supuesto enfrentamiento dejó 15 muertos. Según la versión ofrecida por las autoridades, 14 de ellos eran integrantes de algún grupo delictivo. Sin embargo, las imágenes ofrecidas por los medios parecían, al menos, sospechosas. En ellas se ve un camión con varios de los cuerpos apilados uno encima del otro, lo que evidencia que no fueron así como murieron.

México tiene un amplio historial de ejecuciones extrajudiciales a manos de grupos criminales. Sin ir más lejos, una organización de Derechos Humanos de Tamaulipas, en la frontera con Estados Unidos, denunció en septiembre que seis personas fueron asesinadas por elementos policiales y, posteriormente, “sembradas” con armas para que pareciese un enfrentamiento.

La estrategia del "descabezamiento" solo dio como resultado una fragmentación de los grupos criminales

Dos masacres y un intento fallido de detención en menos de una semana son el símbolo de un México ahogado en violencia. Para Guillermo Valdés Castellanos, exdirector del Cisen (Centro de Investigación y Seguridad Nacional, los servicios secretos mexicanos), los últimos episodios muestran la “falta de estrategia” por parte del gobierno de López Obrador.

El ejecutivo, sin embargo, defiende un cambio profundo en la forma de hacer las cosas. Abandonar la estrategia de guerra y confiar en un incremento de los programas sociales que hagan que los jóvenes, especialmente los de bajos recursos, no vean atractivo sumarse a las filas del narco.

Martín Barrón, crominólogo del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), también se abona a la idea de que el actual gobierno carece de un plan para poner fin a la violencia. Aunque matiza que las estrategias pasadas, como la de “descabezamiento”, basada en arrestar o matar a los principales líderes de los cárteles, solo dio como resultado una fragmentación de los grupos criminales. A principios de siglo, seis organizaciones (Sinaloa, Tijuana o Arellano Félix, Juárez, Golfo, Familia Michoacana y Beltrán Leyva) controlaban las plazas. Ahora son más de 200. Todo un reto para un López Obrador que, por el momento, puede argumentar que la violencia forma parte de la inercia de administraciones anteriores. Que ganó crédito en Culiacán tras su decisión de retirarse. Pero que tiene un gran problema entre manos: los muertos no dejan de aumentar.

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