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Chalecos amarillos Usar o no la violencia: el debate sobre qué es más efectivo para el éxito de las protestas sociales

Catalunya, Hong Kong, Chile, chalecos amarillos en Francia… Las manifestaciones con disturbios se multiplican por el mundo ante el endurecimiento de la acción policial.

En el primer aniversario de la protesta de los chalecos amarillos en Francia, miembros de la Policía se enfrentan con manifestantes./ Stephane Mahe (REUTERS)- Nantes

Regresan las barricadas en París. Como si fuera un déjà vu de las manifestaciones del pasado diciembre, los disturbios y las confrontaciones entre policías y manifestantes acapararon la atención de las protestas del pasado sábado para conmemorar el primer aniversario de los chalecos amarillos. Un año después de la aparición –el 17 de noviembre de 2018– de este movimiento transversal contra la vida cara y la injusticia social, no sólo los motivos de la indignación se mantienen intactos en Francia, sino también las formas de protestar conflictivas de los chalecos amarillos se han dispersado por el mundo.

La Plaza de Urquinaona en Barcelona en llamas, barricadas en el Líbano, los militares en las calles de Santiago de Chile… Las manifestaciones con violencias materiales ya no son solo un patrimonio francés. Otros movimientos que desembocaron en disturbios, duramente reprimidos, también emergieron en los últimos meses en Hong Kong, Ecuador, Haití, Irak o Egipto. El malestar crece ante la falsa salida dada a la crisis de 2008, el aumento explosivo de las desigualdades y la sordera de buena parte de los dirigentes. Un contexto en el que regresa el tradicional debate de "violencia o no violencia" en el seno de los movimientos sociales.

La normalización de los disturbios entre los chalecos amarillos refleja "una cierta impotencia de la política, ante el sentimiento de que no se puede influir políticamente expresando solo su indignación de forma pacífica", asegura a Público Romain Huet, profesor en comunicación en la Universidad de Rennes y que publicó recientemente el libro Le vertige de l’emeute. De la Zad aux gilets jaunes (El vértigo del tumulto. De la Zad a los chalecos amarillos), en el que analiza la importancia de las violencias materiales en este movimiento que logró frenar la ofensiva neoliberal del presidente francés, Emmanuel Macron.

“Durante los sesenta y setenta, en las democracias occidentales la patronal hacía rápidamente concesiones. Pero esto cambió con la contrarrevolución neoliberal de los ochenta, cuando el capital dejó de buscar acuerdos", explica el politólogo Manuel Cervera-Marzal, especialista en la desobediencia civil y el populismo de izquierdas. Según este profesor en la Universidad Aix-Marseille, “en Francia hasta los noventa los movimientos estaban convencidos de que, si sacaban a un millón de personas a la calle, obtendrían alguna cosa". En 2010, sin embargo, en las protestas contra la reforma de las pensiones de Nicolas Sarkozy "se manifestaron más de 1,5 millones y no se logró ninguna concesión. Los chalecos amarillos fueron conscientes de que las manifestaciones tradicionales habían dejado de funcionar".

Un debate presente a lo largo de la historia

La acción violenta ahuyenta a las personas más pacíficas e impide manifestaciones masivas. Los disturbios favorecen la represión policial. Los incidentes distraen la atención de los medios que dejan de hablar de las reivindicaciones de la calle. Los altercados son cometidos por jóvenes sin ideología. La violencia solo genera más violencia. Eran argumentos que gozaban de gran consenso en las últimas décadas, pero que ahora se ven cuestionados.

"El debate entre no violencia o utilizar una dosis de violencia necesaria es una cuestión que aparece en prácticamente todos los movimientos políticos de la historia, desde los republicanos franceses de principios del siglo XIX hasta los movimientos obreros a principios del XX, pero también durante la década de los setenta", recuerda la historiadora Mathilde Larrère, experta en revoluciones y el mantenimiento del orden público. Según esta profesora en la Universidad Paris-Est-Marne-la-Vallée, "desde finales de los setenta se había producido una pacificación de los movimientos sociales".

Sin embargo, con el nacimiento del movimiento altermundialista a finales del siglo pasado surgieron los primeros grupos de black blocs. El 30 de noviembre de 1999, durante la manifestación contra una reunión de la Organización Mundial del Comercio en Seattle, apareció un grupo de manifestantes con la cara tapada, vestidos de negro y que provocaron destrozos en sucursales bancarias y tiendas de multinacionales. Durante las dos últimas décadas, estas acciones de los black blocs se reprodujeron en numerosos países, aunque no solían contar con el beneplácito del resto de manifestantes. Actuaban como una vanguardia contestataria. Una tendencia que cambió sensiblemente con los chalecos amarillos.

"Una represión muy severa"

"La mayoría de estos movimientos (chalecos amarillos, Hong Kong, independentismo catalán...) empezaron a protestar de forma pacífica", defiende Larrère. “Pero el hecho de enfrentarse a una represión muy severa favoreció los disturbios urbanos”, lamenta este historiadora, quien considera que “se está produciendo un endurecimiento a nivel mundial del mantenimiento del orden público”. Policías y militares dispararon con balas reales contra manifestantes en Chile, Irak —con más de 319 muertos— o más recientemente en Bolivia en las protestas contra el golpe de estado a Evo Morales. Pero también resulta inédito desde el Mayo del 68 el balance de la violencia policial en los últimos doce meses en Francia: 2 muertos, 2.448 heridos, 315 manifestantes con heridas en la cabeza, 24 que perdieron un ojo, 5 que se quedaron sin una mano… 

"Todas estas manifestaciones comparten el hacer frente a un poder muy fuerte”, afirma Huet. Pese a sus especificidades nacionales, estos movimientos se observan entre ellos. "En Hong Kong se hicieron grafitis en homenaje a los chalecos amarillos, también en Chile", explica Larrère, quien considera que existe una "circulación de tácticas de guerrilla urbana de unos espacios a otros". En el caso de Catalunya, la ocupación del Aeropuerto del Prat se inspiró en el mismo tipo de protesta en la megalópolis del sur de China.

De hecho, una de las claves de las protestas en Hong Kong es la alianza entre manifestantes violentos y pacíficos. También en Líbano, aunque se produjeron incidentes, no dejó de aumentar el número de personas en la calle. Esto reforzó el discurso de aquellos que critican la superioridad moral de las formas de contestación no violentas. Resulta significativo el éxito que ha tenido en sectores de la izquierda francesa el libro El fracaso de la no violencia, de Peter Gelderloos. Este filósofo anarquista estadounidense critica que la definición de la violencia “está dictada por los medios y el Gobierno, hasta el punto que aquellos basan su lucha en evitar la violencia se ven obligados a seguir a los poderosos y obedecerlos".

¿Las protestas no violentas son más eficaces?

"Cuando los CDR en Catalunya organizan cortes de carreteras y levantan peajes, entonces muchos medios se preguntan si cualquier acto que no acate la ley es violento”, asegura el experto en movimientos sociales Jordi Mir, quien recuerda que desobedecer la ley no es violencia y que esta debería definirse en función de aquellas acciones que generan dolor. Según este integrante del Centro de estudios en movimientos sociales de la Universidad Pompeu Fabra, "las protestas no violentas han provocado grandes cambios, pero estas requieren movilizaciones durante un largo periodo de tiempo". Como ejemplo, cita el paradigma del feminismo: "En lugar de la confrontación, lo ha hecho a través del convencimiento, que el conjunto de la sociedad acepte que es lo más deseable".

En un ensayo citado a menudo por los partidarios de la no violencia, Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict, las politólogas Maria J. Stephan y Erica Chenoweth estudian más de 300 movimientos de contestación, distinguiendo entre violentos y no violentos. Estas dos autoras estadounidenses llegan a la conclusión de que la no violencia es mucho más eficaz, puesto que consigue sus objetivos el doble de veces. No obstante, resulta peculiar la manera en que determinan si una forma de lucha es violenta. Se fundamentan en una lista de conflictos bélicos que ocasionaron más de 1.000 muertos. Un criterio que haría estallar la cabeza a más de un magistrado del Tribunal Supremo.

La tesis de este estudio no genera consenso. “Cuando observamos los movimientos no violentos que lograron avances significativos, vemos que estos no estuvieron muy alejados de otras formas de protesta violentas. No se puede entender el éxito de Martin Luther King y el movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos sin la resistencia violenta de las panteras negras”, defiende Larrère. "Es una estrategia habitual de los poderes establecidos de contraponer los violentos con los no violentos, Martin Luther King contra Malcom X”, precisa Cervera-Marzal. Pero en realidad ambos líderes de la contestación afroamericana "estaban en contacto y se elogiaban mutuamente". "Buena parte de las protestas son no violentas y violentas al mismo tiempo", sostiene este politólogo.

Según Larrère, en determinados momentos de la historia las luchas sociales legitiman "un determinado uso de la violencia para lograr sus objetivos". Un ejemplo paradigmático es Francia, cuya modernidad política se fundamenta "en episodios ensangrentados como la toma de la Bastilla o la marcha de las mujeres en Versalles en octubre de 1789". Nadie desea la violencia, pero representa uno de los motores de la historia.

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