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América Latina Ideologías antagónicas resquebrajan América Latina por la mitad

La región se desangra entre la desigualdad, el racismo y la lucha de clases. En el ojo del huracán, la posición de la Organización de Estados Americanos respecto a Bolivia y Venezuela.

Altercados en Santiago de Chile entre manifestantes y las Fuerzas Especiales./ CARLOS VERA/ COLECTIVO 2+. 11/11/19

víctor  david López

Las posiciones ideológicas se distancian cada día un metro más en América Latina. Sucede a nivel interno en gran parte de los países, y también en el ámbito regional, con dos bloques evidentes, casi sin posibilidad de entendimiento. Los debates políticos comienzan a ser muros infranqueables, asentados sobre altas dosis de violencia e intolerancia.

El golpe de Estado en Bolivia –Juan Guaidó sugiere el mismo sistema para Venezuela–; el retorno del Kirchnerismo en Argentina –y todos los enemigos que fabricaron durante años–; la liberación de Lula da Silva –dispuesto a organizar la verdadera oposición frente al ultraderechista Jair Bolsonaro–; las protestas sociales en Chile y Ecuador y los escándalos en el Parlamento peruano, sintetizan las últimas semanas en la región. Una región necesitada de progreso, cooperación y compromiso.

La izquierda latinoamericana, con el motor mexicano a pleno funcionamiento pero a punto de perder su bastión uruguayo, continúa apiñándose en torno al Foro de São Paulo, o a su heredero más actual, el Grupo de Puebla.

La derecha, en todas sus escalas, con ansias acumuladas tras lustros de oposición, lleva todo el año alzando la voz desde el Grupo de Lima, tratando de acelerar la caída de Nicolás Maduro en Venezuela. No han dudado algunos de los dirigentes conservadores en emplear la mano dura, el fundamentalismo religioso o el militarismo para conseguir sus objetivos.

El expresidente brasileño Lula da Silva, recién liberado, en un acto en su honor celebrado en Recife (Pernambuco)./ RICARDO STUCKERT (INSTITUTO-LULA). 17/11/19.

El expresidente brasileño Lula da Silva, recién liberado, en un acto en su honor celebrado en Recife (Pernambuco)./ RICARDO STUCKERT (INSTITUTO-LULA). 17/11/19.

La dudosa actuación de la OEA

En el ojo del huracán sobresale en los últimos tiempos la figura del uruguayo Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), con sede en Washington. El que fuera ministro de exteriores de José Mujica, ha ido mutando durante los últimos años hasta ser expulsado de su partido, el progresista Frente Amplio, por sus inclinaciones bélicas: “En cuanto a la intervención militar para derrocar al régimen de Nicolás Maduro, creo que no debemos descartar ninguna opción”, declaró, ya al frente de la OEA.

Fue precisamente la OEA de Luis Almagro la que terminó por dinamitar el laberinto boliviano con su informe sobre los comicios del pasado mes de octubre: “El equipo auditor no puede validar los resultados de la presente elección, por lo que se recomienda otro proceso electoral”, concluía el documento. Era el principio del fin. Sus atrevidos apuntes han sido desmentidos por estamentos como el Center for Economic and Policy Research (CERP), que asegura que lo que la OEA no analizó los votos oficiales, sino el recuento rápido alternativo. “El recuento de votos oficiales legalmente vinculantes no se detuvo durante ningún período significativo”, indica el estudio del CERP, “y la tendencia en los resultados en el recuento oficial es muy similar a la tendencia en los resultados del conteo rápido. Las tendencias en ambos recuentos reflejan patrones de votación ampliamente conocidos, los que ocurren de acuerdo a la geografía” [primero se afronta el recuento de las zonas urbanas, dejando para el final el de las zonas rurales].

La verdadera desestabilización de Bolivia, la que preparó el terreno para el golpe de estado, surgió del guion de Luis Almagro. “Está claro que estas inusuales declaraciones—a pesar de que la OEA hasta el día de hoy no ha presentado ninguna evidencia que las apoyen—han tenido una influencia significativa en la cobertura de los medios y, por lo tanto, en la opinión pública”, recapitulaban los analistas del CERP.

Para el progresismo latinoamericano, estos movimientos que viene realizando el uruguayo desde la OEA reflejan bien a las claras que su cercanía con la Casa Blanca no se limita a los diez minutos a pie que separan su oficina central y la de Donald Trump. Estados Unidos carga con la mayor parte del peso de la OEA, y Almagro cumple con las expectativas del despacho oval.

La eterna sombra de Estados Unidos

Las cartas del Gobierno estadounidense están perfectamente definidas, y su influencia va, a su vez, situando a cada país en el mapa ideológico de la región. En cuanto se confirmó el apagón de la era Evo Morales, Trump felicitó a la población boliviana “por exigir libertad” y a las Fuerzas Armadas sublevadas “por cumplir su juramento de proteger no solo a una persona, sino a la Constitución de Bolivia”. Periódicamente, además, renueva y fortalece su posición frente a Maduro, en Venezuela. “Permaneceremos junto al pueblo venezolano cada día hasta que finalmente se liberen de esta horrible y brutal opresión”, aseguró el neoyorquino en un encuentro multilateral celebrado a finales de septiembre en su ciudad natal.

El ideario de los Estados Unidos ha llegado incluso a arrastrar a Brasil, por primera vez en la historia, a votar a favor de la prolongación del embargo económico a Cuba –también Israel apoya–. Porque Cuba nunca ha dejado de ser pieza clave en el continente. Las brigadas médicas cubanas, sin ir más lejos, han sido otras de las víctimas colaterales de los nuevos tiempos en Bolivia, Ecuador y Brasil. Apoyaban, en los tres casos, la deficitaria atención sanitaria de estos tres países, pero comenzaron a sufrir insultos, ataques y menosprecios con los cambios de timón de los respectivos Ejecutivos. El Gobierno cubano terminó retirando a los profesionales ante las situaciones irrespirables creadas por la autroproclamada presidenta boliviana Jeanine Añez, el ecuatoriano Lenín Moreno y por el que comenzó la ofensiva el año pasado: Jair Bolsonaro.

Jeanine Añez, en una de sus primeras intervenciones tras autoproclamarse presidenta provisional boliviana./ DIEGO VALERO (FOTOS PÚBLICAS). 13/11/19

Jeanine Añez, en una de sus primeras intervenciones tras autoproclamarse presidenta provisional boliviana./ DIEGO VALERO (FOTOS PÚBLICAS). 13/11/19

Retomando la perenne presencia de los Estados Unidos, en el recuerdo retumba, aún, el apoyo logístico estadounidense a la Operación Cóndor, la sucesión de dictaduras militares que cubrió buena parte de Suramérica durante la segunda mitad del siglo XX. Aquellos regímenes despiertan todavía la nostalgia de algunos, nunca se fueron del todo. Los generales dieron, en el mejor de los casos, un paso hacia el costado.

Su disciplina castrense, su amenaza perpetua a los derechos humanos, condenaron sobremanera, entre otros, a los pueblos originarios, que ya venían penalizados de serie. América Latina se desangra entre la desigualdad social, el racismo y la lucha de clases. Hoy las comunidades indígenas trabajan para organizarse en colectivos eficaces que presionen a los respectivos gobiernos –su éxito más reciente lo han sellado en Ecuador– mientras luchan contra la rutina diaria de las amenazas de muerte. A nivel presidencial, únicamente suman dos resarcimientos en la historia moderna: los casi catorce años de mandato de Evo Morales –de origen aymara–, abruptamente concluidos, y el lejano pero inmortal legado del mexicano Benito Juárez –de origen zapoteca–.

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