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Portugal y su milagro económico alternativo, el espejo en el que el Gobierno de PSOE y Podemos puede reflejarse

La economía portuguesa ha despegado bajo la gestión de un gobierno de coalición de izquierda. No sólo ha dejado atrás la crisis y su doloroso rescate europeo, sino que ha ajustado su cuadro macroeconómico, reducido su déficit, su desempleo y su deuda, y recibido elogios de Bruselas … y de Berlín.

António Costa, en diciembre en Bruselas. REUTERS/Christian Hartmann

DIEGO HERRANZ

Dicen desde Europa que la trayectoria gubernamental António Costa en Portugal representa el renacimiento tranquilo de la socialdemocracia en el Viejo Continente. El detonante de que en la UE ésta ideología enrocada en la construcción de la UE, que parecía moribunda desde la crisis de 2008, haya arraigado de nuevo con gabinetes de este tinte político en el club comunitario. En España, donde se teje el primer Ejecutivo de coalición de su historia democrática reciente entre el dirigente del PSOE y vencedor en los dobles comicios de este año, Pedro Sánchez, y el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, que asumirá la vicepresidencia de Asuntos Sociales.

Al igual que en Suecia, Dinamarca y Finlandia. Tres nórdicos que recuperan las tradicionales esencias de este perfil político, especialmente asentado en el tiempo en Escandinavia. E, incluso, en Italia, donde la entente cordiale de emergencia entre el Partido Demócrata (ahora Alianza Viva) del ex primer ministro Matteo Renzi -hasta no hace mucho, la gran esperanza socialdemócrata europea- y el Movimiento Cinco Estrellas dio al traste con la intención del ultraderechista Matteo Salvini y su Liga Norte de convocar anticipadamente comicios legislativos en el país trasalpino.

La Portugal de Costa deja numerosos acuses de recibo a La Moncloa. Un sónar continuado que, a buen seguro, han escuchado tanto Sánchez como Iglesias; especialmente, en los últimos y más que convulsos años electorales en España. Pero, quizás, por encima de cualquier otra, las voces que han reverberado con mayor intensidad desde Lisboa han sido dos. Porque el país occidental de la península Ibérica se ha erigido en el adalid de la lucha contra la austeridad impuesta por la canciller Angela Merkel a los socios sometidos a rescate financiero. Y, pese a los negros augurios que desde los contribuyentes netos de la Unión vaticinaban a su estrategia, a la que llegaron a tildar de suicida por su propensión al gasto social, porque se ha acabado convirtiendo en uno de los motores económicos de la segunda mitad del ciclo de negocios surgido del credit-crunch.

El gabinete de Costa es monocolor. Surgió de una moción de censura contra el gabinete de centro derecha de Pedro Passos Coelho, en 2015. Idea que sedujo a Sánchez y por la que apostó durante el pasado verano, en el que no podía dormir pensando en un gabinete con ministros de Podemos y precipitó los segundos comicios del pasado año. Como Costa, que ha recibido el apoyo de tres partidos -el comunista, el Bloco do Esquerda y el Ecologista PEV-, el presidente español pretendía forjar un lazo sin fisuras con las formaciones progresistas del Congreso.

España, ahora, configura un gabinete coaligado. En el que tanto Sánchez como Iglesias deberían olvidarse de las fórmulas de entendimiento para centrarse en los efectos dinamizadores del estilo Costa. En sus soluciones políticas. Es decir, en su jeringonza (o geringonça, en portugués). El secreto que se esconde tras el milagro económico portugués.

La socialdemocracia europea recupera el aliento. Con la coalición en España son ya seis los socios con este tinte político: Portugal, Suecia, Dinamarca, Finlandia e Italia

Este término hace referencia al lenguaje alambicado, rebuscado y, en ocasiones, brusco, que ha dejado entrever fisuras y diferencias de criterios entre los cuatro partidos de izquierdas lusos, pero que, a la postre, ha limado todo tipo de asperezas durante la pasada legislatura. Y, a buen seguro, en la actual, porque Costa revalidó en octubre en las urnas su cargo de primer ministro con un margen suficiente para no depender del apoyo de sus, hasta ahora, socios de izquierda. Porque en un Parlamento de 230 diputados, al PS, que obtuvo el 36,6% de los votos y logró 106 escaños (frente a los 86 de 2015), le basta con el respaldo de uno de ellos para alcanzar los 116 que le otorgan la mayoría del hemiciclo. El centroderecha del PSD se quedó en 77, el Bloco recabó 19 diputados -igual que en la cita electoral precedente- y el PC, 12, cinco menos.

El salto hacia la prosperidad

La gestión de Costa ha sido brillante. Lo admiten en Bruselas. Y ha recibido halagos de ideólogos y políticos como Peter Mandelson, impulsor de la llamada Tercera Vía del laborismo británico a la que se sumó su mentor, Tony Blair. Salvo que ahora elogia al primer ministro luso por haber descubierto la Cuarta Vía con su pócima que mezcla a la izquierda moderada y a la reivindicativa en una causa común: pasar la página de la austeridad en Europa. Frente a gabinetes socialistas, como los de Francia e Italia, que claudicaron en su intento de aplicar rigor presupuestario en los años que siguieron a la quiebra de Lehman Brothers, dejando unas economías más débiles y una sociedad sumida en la desigualdad.

Costa, sin embargo, levantó a Portugal del rescate y de la troika de Bruselas, que arrodilló al país y le obligó a tomar píldoras económicas y financieras de dudoso efecto y ajustes sociales de calado. Pidió un receso a Europa. Activó recetas expansivas y exhibió ante sus homólogos del Consejo Europeo una carta de presentación sublime. La tasa de paro se redujo hasta el 6,7% y Portugal logró al final de 2018 eliminar su déficit por primera vez en 40 años. En buena lid, el artífice de este desafío consumado ha sido Mário Centeno, el ministro de Finanzas y, desde finales de 2017, el flamante presidente del Eurogrupo. Un reconocimiento en toda regla a su labor hacia quien, inicialmente, puso contra las cuerdas a Bruselas por sus prisas por que Lisboa cumpliera con la consolidación fiscal. Fue Centeno quien consiguió los permisos en el tiempo para que su país se saltase las férreas reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

En una época en la que Syriza, en Grecia, luchaba contra sus esencias insistiendo en la austeridad que le exigían la UE y el FMI, pese a haber recibido el mandato popular, en referéndum, para ir en sentido contrario. “La gente era muy escéptica sobre nuestras políticas económicas, pero se han revelado como idóneas para elevar las rentas, aumentar la inversión privada y recortar los índices de desempleo sin distorsionar las cuentas públicas”, explicaba Costa hace unas semanas a Financial Times. Desde el Eurogrupo, Centeno reclama la conveniencia de hacer menos rígidas y complejas las reglas presupuestarias.

Europa y, por ende, España, vislumbran una alternativa a los periodos de crisis con mecanismos que no destruyan empleos ni minimicen los estándares de vida. “Con hechos, no con discusión política”, matiza Costa. Con esos datos, conviene reconocer que la fase de esplendor portuguesa vino en medio de una recuperación global -y de la UE-, con caída del petróleo, un boom turístico en el país y unas condiciones financieras laxas para reducir la deuda por el programa de estímulo de casi un cuatrienio del BCE. O que se han sucedido manifestaciones laborales de trabajadores públicos, desde enfermeras a policías y personal sanitario. Pero pocos portugueses consideran que aún están peor que antes de la crisis.

El primer ministro se muestra contundente al valorar estos episodios: “Un buen gobierno es el que gestiona las necesidades del Estado de bienestar y mantiene los derechos adquiridos con su capacidad fiscal y sus prioridades económicas”. Y a lo largo de los últimos tres años contabilizados, después de una revisión estadística al alza, el PIB luso -que creció un 3,5%- rebasó el dinamismo español en siete décimas en 2017 e igualó la tasa de 2018, situada en ambos casos en el 2,4%.

Con déficit cero el pasado ejercicio, mientras Italia lucha con su nuevo Ejecutivo por bajarlo del 2% del PIB. Tras registrar un agujero del 11,2% en 2011 y del 4,5% en 2014, el ejercicio que precedió a la primera victoria electoral de Costa que se ha propuesto, además, reducir la deuda por debajo del 100% del PIB, cuando se la encontró en el 130,6%. Y con una tasa de desempleo, propiciada por la recesión más drástica del país en 40 años, por encima del 17% con más del 40% de la población menor de 25 años en paro y varios cientos de miles de jóvenes y trabajadores cualificados que emigraron de Portugal, más del 4% de los ciudadanos en edad activa.

António Costa: “Un buen gobierno es el que gestiona las necesidades del Estado de bienestar y mantiene los derechos adquiridos con su capacidad fiscal y sus prioridades económicas”

Sin embargo, Centeno, desde su autoridad económica en la zona del euro, ha dejado un matiz importante. Un aviso a navegantes. A cuenta de los intentos de Salvini de sortear el límite de déficit europeo, situado en el 0,8%, y mantener el desequilibrio italiano por encima del 2%: “No hay margen de maniobra para facilitar soluciones populistas”. No sólo de los socios monetarios. También era un recado a la crítica que, desde el Bloco, se hizo durante la campaña electoral, en la que se acusó al Partido Socialista luso de no haber invertido 4.000 millones de euros más en servicios públicos desde 2015, sin atentar contra las normas de la UE. En una época en la que Lisboa ha tenido que hacer frente al coste de rescates bancarios como el de Banif, Caixa Geral de Depósitos o el colapso de Espírito Santo, con capitalizaciones milmillonarias.

Costa, con Merkel y el presidente rumano, Klaus Iohannis. REUTERS/Yves Herman

Costa, con Merkel y el presidente rumano, Klaus Iohannis. REUTERS/Yves Herman

Logros sociales al alza

Portugal también puso en liza, con la llegada al poder del gobierno de izquierdas de Costa, todo un dique de contención contra la concepción germana de la economía. Con éxito. Merkel, que no suele admitir errores, acabó asumiendo su metedura de pata con Lisboa. Mientras su halcón financiero, Wolfgang Schäuble, llegó a reconocer a Centeno, un verso suelto del PS que se educó en Harvard, como el Cristiano Ronaldo de las cuentas públicas europeas. Y la UE, desde Bruselas, se autoinculpaba por esos días, a finales de 2018, por el dolor social que sus exigencias fiscales y sus reformas estructurales habían causado a la población de Grecia.

Portugal recibió 78.000 millones de euros de rescate. Con vencimientos de devolución al BCE, al FMI y a la Comisión con escasos márgenes temporales. Hasta consumar, el pasado año, el último pago, de 4.700 millones de dólares, al Fondo Monetario. Losas que no fueron óbice para elevar la renta per cápita y tener la inflación bajo control. Tampoco para elevar el salario mínimo, las pensiones y los beneficios sociales. Si bien adolece de tener el menor nivel de inversión pública de la eurozona, según datos de Eurostat de 2018, lo que ha dejado varios puntos débiles. En concreto, en las universidades, que sufren recortes de calado; el sistema sanitario, saturado y con ratios de financiación todavía por debajo de sus necesidades, y unas redes ferroviarias que, por lo general, están en bastante mal estado.

Costa se ha comprometido en esta legislatura a atender estas deficiencias. Formarán parte de su agenda reformista para los próximos cuatro años. En la que también tendrá cabida un mayor control sobre la creciente especulación inmobiliaria. Mediante medidas que eleven el escaso 2% del total del stock de viviendas que se destina a protección social. Será -asegura- uno de sus planes estelares. Bajo su gobierno socialista, no obstante, han seguido las privatizaciones. No al ritmo rampante de su antecesor, Passos Coelho, pero han vendido varias compañías estatales a fondos y compradores foráneos, preferentemente inversores chinos. Otro aspecto que le han criticado sus socios legislativos ha sido su programa de golden visa, por el que los extranjeros que han acudido al reclamo de sus ventajas fiscales a las grandes fortunas -entre las que figura Marcos de Quinto, el diputado de Cs y exdirectivo de Coca Cola- se han saltado los trámites migratorios para obtener la residencia oficial.

Multilateralista, digital, igualitario y ecológico

Entre las medidas criticadas por la izquierda destaca la continuidad, en mucha menor escala, de las privatizaciones

Susi Dennison, analista senior en el European Council on Foreign Relations (ECFR) escribía hace unas fechas que otro de los atractivos que se aprecia en la gestión del exalcalde de Lisboa al frente del Ejecutivo luso es su fervor multilateralista. “Ha combatido el cambio climático en los foros globales y revertido los intentos de reducir la libertad de movimientos de personas en la UE”. Buena prueba de ello es que en la primavera de 2018 -en concreto, en marzo-, certificó que el 100% de su electricidad procedió de energías renovables, lo que le valió ser, junto a Noruega y Costa Rica, los primeros países en lograr cubrir sus demandas energéticas de fuentes limpias. Hito histórico. Y un acicate a las políticas de transición ecológica que prometen poner en marcha Sánchez e Iglesias.

Otro rasgo que debería concitar el interés del futuro gobierno de coalición español es el perfil cada vez más innovador de Portugal para abordar mercados globales. Más digitalización. Tal y como ha hecho el ICEX luso haya lanzado una plataforma de innovación para facilitar el tránsito al exterior de las firmas internacionales del país bajo un aterrizaje aún por determinar en las economías internacional y europea. Se trata de una plataforma de inteligencia artificial (IA) que incluye planes académicos y técnico-profesionales sistematizados de machine learning (ML) o aprendizaje automatizado y que incorpora métodos de big data y estrategias de cambios en el proceso productivo para sumar a las cadenas de valor del tejido empresarial luso los diseños y las aplicaciones de alta tecnología que precisan para acceder a las grandes plataformas globales de negocios online y, así, ampliar y diversificar sus catálogos de ventas a otros mercados.

El reto es expandir productos y servicios made in Portugal a miles de corporaciones internacionales para su masiva comercialización. “Portugal se abrirá a un nuevo mundo, facilitará la competitividad de las firmas exportadoras y nos permitirá catapultar a muchas más compañías hacia el desafío de la internacionalización”, opina Luis Castro Henriques, presidente de la AICEP, su agencia de promoción exterior, sobre esta iniciativa. Con este instrumento de IA, las compañías lusas de toda dimensión -dice- “serán mejores y más productivas”.

También en políticas de igualdad Portugal ha evolucionado. Aunque el matrimonio homosexual se aprobó en 2010, bajo la presidencia del conservador Aníbal Cavaco Silva, que recurrió la ley ante la Corte Constitucional, cuyos magistrados la declararon “ajustada a los preceptos” de la Carta Magna lusa, se han consolidado las uniones legales entre personas del mismo género. En este sentido, durante el mandato de Costa, certificó un significativo, pero aún insuficiente, paso hacia la igualdad entre hombres y mujeres. El último ranking del Instituto Europeo de Igualdad de Género (EIGE, según sus siglas en inglés), sitúa a Portugal en el decimosexto peldaño de socios de la UE, con 59,9 puntos sobre 100. Si bien el informe valora el salto de 3,9 puntos desde 2015 y resalta “el progreso hacia mayores cotas de igualdad de manera más intensa que otros países europeos” en los últimos años.

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