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Irán - EEUU La hostilidad contra Irán abre la posibilidad de un conflicto con fuerzas desiguales

Las protestas estudiantiles contra el Gobierno iraní tienen por ahora un alcance limitado. Aunque el objetivo de cambiar el régimen no parece asumible a corto o medio plazo, la creciente presión militar y económica sobre Teherán puede activar a los grupos afines que Irán financia en Oriente Próximo creando un conflicto asimétrico pocos meses antes de las elecciones estadounidenses.

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Activistas protestan en Berlín (Alemania) contra el conflicto entre Irán y Estados Unidos. / EFE - OMER MESSINGER

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Internacional

Las protestas contra el régimen han vuelto a las calles en Teherán y en otras ciudades del país. Los millares de personas, estudiantes en su inmensa mayoría, que exigen la caída del ayatolá Ali Jamenei y un cambio de régimen, cuentan con el apoyo explícito de Estados Unidos e Israel. El presidente Donald Trump ha dicho que está siguiendo de cerca lo que ocurre y ha advertido a las fuerzas de seguridad que no se excedan en la represión.

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La naturaleza de las protestas, originadas esta vez al calor del avión ucraniano derribado la semana pasada, está clara. Los manifestantes han coreado consignas diciendo que el enemigo no es Estados Unidos sino el régimen islámico. Los canales de la televisión hebrea se han regodeado pasando imágenes de los estudiantes que evitaban pisar las banderas de Estados Unido e Israel colocadas en el firme de las calles.

Precisamente, Estados Unidos e Israel fueron el principal sostén del sha hasta su derrumbe con la revolución de 1979. Los guiños hacia esos dos países muestran con claridad que los estudiantes son contrarrevolucionarios y cuentan con apoyo extranjero. La presencia del embajador del Reino Unido en las protestas confirma que los aliados impulsan la revuelta.

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Los líderes estadounidenses e israelíes afirman que los iraníes aspiran a la libertad, una indicación bastante curiosa que las dos potencias no aplican a las protestas contra gobiernos afines y dóciles como los de Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos o Egipto. Una vez más estamos ante el doble y cínico rasero de las potencias hegemónicas.

Trump ha advertido a las fuerzas de seguridad que no se excedan en la represión

Aunque las protestas constituyen una incomodidad para el gobierno, hay que ponerlas en perspectiva y aclarar que de momento no representan una amenaza inmediata para el régimen. Dos datos que lo confirman esta opinión son que estamos ante unas protestas limitadas, aunque puedan parecer espectaculares en la televisión, y, sobre todo, que pese a las duras condiciones de vida debidas a las sanciones, no se están registrando grandes huelgas como las que condujeron a la caída del sha.

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Si las protestas continúan y se extienden, es muy posible que las fuerzas de seguridad opten por la mano dura para acabar con ellas y que intervengan con energía. Esto no quita que los iraníes vean con preocupación que su nivel de vida va cayendo poco a poco debido a las sanciones, ni que vean que algunos otros países de la región, como es el caso de Turquía, viven mucho mejor. Podría decirse que una parte de la población desconfía de la gestión económica, pero esto no significa necesariamente que la mayoría esté contra el régimen.

Conforme la presión aumenta, en los medios de comunicación se comenta la posibilidad de que Estados Unidos e Irán caigan en la trampa de una guerra “asimétrica” o “no convencional”. De hecho, puede decirse que ya nos encontramos en esta situación, aunque evidentemente podría agravarse rápidamente si Teherán decide defenderse con más energía de las agresiones políticas y económicas que sufre.

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Mientras Estados Unidos dispone de las armas más punteras y poderosas del planeta, como Trump recordó el domingo, Irán ha dado muestras de dominar los recursos de la guerra no convencional. Teherán sabe que no puede ganar una guerra convencional, de manera que intentará evitarla por todos los medios. En cambio, sí que puede ponerle las cosas muy difíciles a Trump de cara a su reelección en noviembre.

La estrategia de Trump a medio plazo es un verdadero enigma. Por un lado, ha dado muestras de querer destrozar Irán por medio de sanciones. Ciertamente, ha hablado de “diálogo”, pero es evidente que lo que puede entender por diálogo pasa necesariamente por el desmantelamiento del régimen que persigue Israel. En este sentido, Trump ha dado innumerables muestras de que su política en Oriente Próximo está dictada por el primer ministro Benjamín Netanyahu.

Un posible escenario que contemplan algunos analistas es que Teherán active a los grupos chiíes afines en la región. Por ejemplo en Irak, donde puede experimentarse un crecimiento significativo de las hostilidades contra los 5.200 soldados americanos allí desplegados hasta forzar su retirada. La presencia americana resulta inaceptable para una considerable parte de la población y la semana pasada el parlamento de Bagdad pidió la evacuación de las tropas estadounidenses.

Si la situación se deteriora más gravemente, otra posibilidad pasaría por reactivar Hizbolá. El líder del grupo chií libanés, Hassan Nasrallah, amenazó el domingo con entrar en acción si la presión sobre Irán continúa creciendo. Hizbolá cuenta con poderosas armas iraníes que apuntan a Israel y que podrían causar un considerable estropicio en el estado judío.

La estrategia de Trump a medio plazo es un verdadero enigma

Por supuesto, tanto Israel como Arabia Saudí querrían un enfrentamiento directo y convencional entre las tropas americanas e iraníes. El mismo Trump ha declarado al canal Fox News que el despliegue adicional de efectivos americanos en Oriente Próximo de los últimos días está siendo financiado por Riad, que, en palabras del presidente, ya habría depositado 1.000 millones de dólares para financiarlo.

Aunque es evidente que Trump no prefiere esta opción, el desarrollo de los acontecimientos, especialmente si se tiene en cuenta la aproximación a las elecciones a la Casa Blanca, puede desviarse de sus intenciones. Pero buscar un cambio de régimen es un objetivo que parece imposible de alcanzar, y el mero hecho de intentarlo podría crear más inestabilidad en la región sin solucionar los problemas de fondo.

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