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En el infierno de las cárceles sirias

Los jóvenes que han sobrevivido a los centros de detención del régimen de Asad batallan contra las secuelas de las torturas. Más de 60.000 personas han fallecido en prisión.

Presos tras los barrotes en la principal cárcel de Alepo. Fotografía de mayo de 2014.- / REUTERS

GAZIANTEP.- “Anoche sufrí un ataque de pánico. Así, de repente”, comenta unos días después de la entrevista. Mohammed Abdullah lleva meses fuera de Siria, pero el recuerdo de su detención por el régimen sirio de Bashar al Asad le persigue. Cuando se relaja, las torturas emergen de nuevo. Siguen allí, sin dar tregua. Quedan en el cuerpo. Una rodilla rota por un misil, los tres dientes que perdió durante las palizas recibidas, y el síndrome de trastorno postraumático. Ahora vive en Bélgica, pero su mente permanece en Siria.

“No olvido nada. Cada vez que veo una de mis fotos, lo revivo todo. Gente quemada, asesinada por las bombas diarias, los gritos de los detenidos... Para vosotros es sólo una foto de una guerra, pero yo conozco a la gente, es mi gente. Creo en mí, y haré frente a todo eso. Cuento en Bélgica nuestra revolución y lo que significa ser refugiado. Si la gente escucha mis charlas, ya es una victoria. Hago todo lo que puedo por integrarme. Soy un fotógrafo, un refugiado, un activista por los derechos humanos, y sí, un rockero también”.

"No olvido nada. Gente quemada, asesinada por las bombas diarias, los gritos de los detenidos... Para vosotros es sólo una foto de una guerra, pero yo conozco a la gente, es mi gente"

Cada vez que mira las fotos, se angustia pensando si los que aparecen en ellas estarán vivos o desaparecidos. “He usado la fotografía para enviaros nuestras vidas. He pasado semanas en la primera línea del frente. Quería ser parte de la revolución. Mi cámara ha sido el arma más pacífica ante los crímenes del régimen de Al Asad”. En Siria trabajó para l agencia Reuters, donde llegó de la mano del reconocido fotógrafo Goran Tomasevic.

Mohammed se unió a las protestas pacíficas de marzo de 2011. “Había una ley que prohibía la reunión en la calle de más de dos o tres personas. Pero escuchamos los rumores que corrían sobre Daraa, los niños que habían pintado eslóganes contra el régimen y estaban encarcelados, otro niño muerto… Y entonces nos movilizamos. Éramos tantos que realmente pensábamos que íbamos a conseguir la libertad. Después de pocas semanas, la Policía empezó a disparar y a matar a la gente.”, explica.

“Estaba colgado del techo y me golpeaban sin parar. Pero eso no es nada en comparación con lo que ocurrió un mes después del inicio de las protestas. Empezaron a usar las descargas eléctricas”

Tras comenzar las protestas pacíficas en su barrio, a las dos semanas Mohammed fue encarcelado. Lo habían grabado en una marcha: “Sólo llevábamos el ataúd de una persona muerta por los disparos de la Policía, pero nadie decía ni una palabra contra el régimen”. Al regresar de Guta y pasar un puesto de control del régimen, lo detuvieron: “Estaba en la lista de los buscados sólo porque salía en aquel vídeo. Siempre mostraba mi carnet de identidad en los puestos de control porque al ver mi identidad alauí, como la familia de Al Asad, nadie del régimen pensaba que podía estar contra ellos”. Aquella vez lo detuvieron y, en su primera semana en la cárcel, lo torturaron.

“Estaba colgado del techo y me golpeaban sin parar. Pero eso no es nada en comparación con lo que ocurrió un mes después del inicio de las protestas. Empezaron a usar las descargas eléctricas”. Mohammed relata la paliza que le propinó un policía que estaba fuera de sí: “Yo tenía los ojos vendados y empezó a pegarme sin parar. Entonces le dije: ‘¿por qué no me quitas las vendas y hablamos? ¿Qué he hecho?’ El tío se volvió loco. Me tiró junto con la silla a la que estaba atado, contra la pared y luego empezó a golpearme como un loco. Creo que era un tío inmenso, por los dedos con los que me reventaba. Otro policía vino e intentó calmarlo, pero este luego empezó a pegarme en la cara y a escupirme”.

Mohammed Abdullah, a la izquierda, durante una manifestación en 2011.

Mohammed Abdullah, a la izquierda, durante una manifestación en 2011.

Ataque químico a Guta

También fue sometido a un método de tortura que denominan la alfombra voladora: “El cuerpo se queda doblado, para doblarte la columna vertebral y causar el máximo dolor”. Después de una semana salió de la cárcel porque su padre sobornó a los policías con 60.000 liras sirias. Le hicieron firmar un papel para prometer que no se uniría a las protestas. “Pero, ¿cómo iba a parar? Regresé a las manifestaciones”. Participó en reuniones clandestinas con otros sirios que protestaban en Homs y Hama, y transportó medicinas a escondidas para los heridos de estas ciudades, protegido por su identidad alauí.

"Realmente en aquel momento pensé que Al Asad iba a irse, después de este crimen. Pero nada cambió, aunque se supo todo”

En agosto de 2013, fue testigo del ataque químico de Guta. “No soy capaz de hablar de eso. Había mucha gente en el suelo, gritando inconsciente. Estaban en shock. Al principio nadie sabía qué estaba pasando, sólo morían”, recuerda. “Muchos medios contactaron conmigo. La BBC y The New York Times tenían mi nombre porque publicaban mis fotos. Sabían que era un testigo, y que yo mismo me encontraba en estado de shock. Murieron más de 400 niños. Entonces dije a los medios: vamos a hablar de los muertos, pero me tienen que prometer que vamos a hablar de los vivos también, para salvarlos. Realmente en aquel momento pensé que Al Asad iba a irse, después de este crimen. Pero nada cambió, aunque se supo todo”.

El dolor de su rodilla no cesa, y necesita que la operen para volver a caminar: “Antes leía un libro al día para olvidarlo.” En Bélgica participa en la campaña Break the Siege, donde informa sobre la vida de los civiles que viven cercados, sin medicinas y sin comida desde hace más de cuatro años. Acaban de publicar un informe en el que explican la falta de imparcialidad de las Naciones Unidas en sus intervenciones en Siria, muchas veces la ayuda no llega a los civiles por la prohibición del régimen: “La mayoría de los medios hablan del DAESH, de los grupos armados y se olvidan de los civiles. Estoy cada día en contacto con la gente que está sitiada. Daraya ha estado sitiada durante más de cuatro años. Cuando las Naciones Unidas entraron allí, lo hicieron con las manos vacías. Los civiles llevaban cuatro años esperando ayuda humanitaria. Trae algo de pan, de comida. No llevaron absolutamente nada".

La prisión de la muerte

Yasmeen Benshi, periodista contraria al régimen y abogada conocida por denunciar sus abusos, fue detenida en 2013. “Fueron a arrestarme a casa. Había sacado fotos de las manifestaciones y las había colgado en internet. Por eso el régimen me acusaba de terrorista. Llegaron unos quince soldados y me llevaron a una sede de los mukhabarat, donde me sometieron a interrogatorios durante dos meses. No ves la luz del día y casi no hay comida. Luego nos trasladaron a Damasco, a la prisión 215, la llamada prisión de la muerte, porque muchos han muerto allí. Allí estuve 20 días, y luego en Adra, donde había más de 800 mujeres”.

Un hombre enseña las heridas de las supuestas torturas sufridas en una prisión del régimen sirio al norte de Alepo en 2012. - AFP

Los interrogatorios forman parte de sus pesadillas. “Me pegaban en la cara, pero no me torturaron tanto”. Vio a la gente muerta en los pasillos. Una de sus amigas, la activista Rihab Allawi, de 24 años, murió en la cárcel. “Se la llevaron a las tres de la mañana de la celda. Después supe que había muerto torturada. Creo que su madre se volvió loca tras saberlo”.

Yasmeen se despierta y se acuesta con la angustia de no saber qué le ha ocurrido a su hermano o a las mujeres con las que compartió cárcel. Hace años que su hermano pequeño, Ashral Benshi ha desaparecido detenido por el régimen. Desconoce si está vivo o muerto: “En Adra hay mujeres y niños. He visto a tres mujeres que dieron a luz allí, en la prisión. Conozco a otra familia de Latakia: la mujer, el marido y los cinco niños llevan años desaparecidos en la cárcel. Nadie sabe si siguen con vida o no. Muchos desaparecen y muchos son niños. Yo soy una su mujer fuerte, aunque haya pasado por la cárcel, y quiero ayudar a las otras mujeres que han sobrevivido a la prisión”. Según la Red siria para los Derechos Humanos, SNHR y el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, 60.000 personas han fallecido en las prisiones del régimen bajo tortura directa o por la falta de acceso a la comida y a las medicinas.

Noura Aljizawi estuvo siete meses detenida. Es miembro del Comité político de la Coalición Nacional Siria que lucha por la liberación de los presos. Aclara a Público que “muchos ni se imaginan cómo la policía del régimen detiene a la gente. Son secuestros, sin ningún documento judicial y sin informar a los familiares sobre su paradero. Desde el primer momento, el detenido se convierte en desaparecido. Después de este paso, las fuerzas del régimen cometen todo tipo de atrocidades contra los detenidos. Han torturado a miles de personas hasta la muerte: hombres, mujeres y niños. También usan la violencia sexual".

"La liberación de los detenidos no es un asunto que sea negociable. El régimen debe liberar a los detenidos, revelar dónde están los desaparecidos y las fosas comunes"

Afirma que en las conversaciones de Ginebra siempre han luchado por llevar a la agenda política la puesta en libertad de los detenidos, como prioridad para el inicio de cualquier proceso político. "Pero cada asunto relacionado con la liberación de los detenidos se ha encontrado con el rechazo de Rusia y de Irán. Nosotros no pararemos hasta que no liberen a todos los detenidos.” Explica que a cambio de la libertad, el régimen pide a los detenidos políticos alistarse en el Ejército: “Ocurre en todas las ciudades, incluso en lugares como Deer AlZour, sometido a un doble cerco, por parte del DAESH y de las fuerzas de Al Asad. La liberación de los detenidos no es un asunto que sea negociable. El régimen debe liberar a los detenidos, revelar dónde están los desaparecidos y las fosas comunes”.

Muchos de los que estuvieron presos y que ahora se encuentran en Europa sienten culpabilidad cuando piensan en la gente que dejaron en Siria amenazados a diario por las bombas. Algunos quieren regresar. Mohammed lo haría si su rodilla le dejara caminar: “Sí, echo de menos mi casa. Quiero ayudar a los civiles que conviven allí con la muerte a diario. La única ayuda que necesitamos es que paren esta guerra, con los crímenes del régimen de Al Asad y del DAESH. Acabando con todo eso ayudáis a los refugiados”, concluye.

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