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Un nuevo 8 de marzo

BEATRIZ GIMENO*

Diputada y Responsable del Área de Igualdad de la Comunidad de Madrid
Otro 8 de marzo, y cada uno de ellos es distinto. Cada 8 de marzo las mujeres tenemos la ocasión de pensar en cómo estamos, hacia dónde vamos, a qué velocidad avanzamos y qué obstáculos nos encontramos en el camino. Todas las mujeres feministas del mundo tenemos nuestra propia historia qué recordar alrededor de este día. Un 8 de marzo nunca es igual a otro y, por supuesto, tampoco es igual en cada parte del mundo. En cada manifestación o acto celebrado alrededor de este día las mujeres hacemos un recordatorio de nuestra propia situación, pero además es imposible no acordarse de la situación de las demás mujeres en otros lugares sabiendo que nuestra suerte, la de unas y otras, está entrelazada. Ninguna mujer del mundo podrá considerarse completamente igual y completamente a salvo mientras existan mujeres, en cualquier otro lugar, cuyas vidas valgan menos que las de sus hermanos.
Todas nosotras, mayores y jóvenes, hemos vivido Ochos de marzo de emergencia; hemos salido a la calle indignadas exigiendo derechos básicos sin los que vivir es muy difícil. Yo he salido a la calle, cuando era muy joven, clamando por el derecho al divorcio, por derechos para las mujeres dentro de la familia, exigiendo algo tan elemental como que los cónyuges fueran iguales en el matrimonio y en lo que respecta a los hijos e hijas. Y hemos salido pidiendo estos derechos básicos en España cuando nuestras hermanas europeas disfrutaban ya de ellos hacía mucho. Ahora todo eso parece muy lejano, como si fuera otra vida, y sin embargo fue la vida de mis abuelas y una gran parte de la vida de mi madre. Y cuando salgamos a la calle este mismo día 8 en todas las ciudades de España no deberíamos olvidar que para muchas mujeres del mundo eso que nosotras conseguimos hace décadas, hace medio siglo, es aun un horizonte lejano.
Hay derechos tan fundamentales que nunca parecen asentados definitivamente, que nunca son pacíficos, como el derecho al aborto. Si la importancia de un derecho, si su capacidad de cambiar las cosas de verdad, puede medirse por la oposición que despierta…el aborto es sin duda un ejemplo clave. Derecho fundamental a nuestro propio cuerpo permanentemente contestado en todo el mundo, surge y se apacigua según en qué lugares y según en qué ciclo histórico nos encontremos. Derecho al aborto que ha sido protagonista absoluto de muchos Ocho de marzo de mi vida y que, quién me lo iba a decir, volvió a serlo décadas después cuando el PP quiso imponer un fuerte retroceso al que las mujeres nos resistimos y conseguimos parar en gran parte. Aun así este es un derecho del que carecen una gran parte de las mujeres del mundo; del que carecen incluso en lugares en los que las mujeres gozan de derechos. Sea donde sea el aborto sigue movilizando a todos aquellos que se oponen a la igualdad, que son muchos y tienen, además, muchos recursos.
La violencia machista, que está con nosotras desde siempre, no ha sido nunca tan claramente definida, mostrada y contestada como ahora. A pesar de que las feministas la conocemos de siempre, en los últimos años hemos conseguido convertirla en un tema político y sacarla del ámbito de lo privado. Las mujeres del mundo gritamos cada 8 de marzo contra las violencias que padecemos, que convierten las vidas de muchas de nosotras en un infierno, y que hace que muchas otras la pierdan. Violencia sexual, malos tratos en la familia, mutilaciones genitales, acoso en todos los ámbitos, violencia económica, asesinatos, feminicidio…Queremos ganar el derecho a una vida libre de violencia para todas las mujeres del mundo. Y el 8 de marzo, quienes podemos vivir nuestra vida con una cierta seguridad tenemos la obligación de recordar a aquellas cuyas vidas están marcadas desde el nacimiento a la muerte por la violencia patriarcal en cualquiera de sus variantes.
Y hemos salido a la calle exigiendo ganar lo mismo que los hombres, y aun tenemos que salir por eso, porque trabajamos lo mismo, o más, y no hay un solo país del mundo en el que ganemos el mismo salario que los hombres. Y hemos salido y seguimos saliendo para solidarizarnos con aquellas que están en los márgenes, por las mujeres lesbianas, por las mujeres gitanas, por las mujeres inmigrantes, por las mujeres con diversidad funcional, por las mujeres en cuyos cuerpos se dan cita múltiples factores de discriminación. Cómo no acordarnos este año de las refugiadas a las que vemos atravesar Europa, huyendo de las guerras, y de las que sabemos que están expuestas a todo tipo de violencias en esa huida.
Nos acordamos de todas las mujeres y niñas esclavizadas, millones, víctimas de mafias, de cárteles, de negocios que operan a la luz del día en nuestros países y en nuestras calles sin que parezca que existe una verdadera voluntad política de terminar con esa situación. Y sabemos también que la subordinación de las mujeres y su extrema desigualdad no condiciona la política exterior ni genera preocupación alguna en nuestros gobernantes. Cada 8 de marzo salimos a la calle sabiendo, siendo conscientes, de que nuestras sociedades democráticas, formalmente igualitarias, no están aun en el camino de declarar la guerra a la desigualdad entre mujeres y hombres; que vamos despacio o más despacio de lo que nos gustaría y que, en ocasiones, retrocedemos.
El 8 de marzo salimos a la calle por nosotras, por nuestro futuro, nuestras vidas y por el futuro de nuestras hijas. Pero salimos también por la memoria de nuestras madres y abuelas, por las mujeres que nos cuidaron, por las que han cuidado de todos y de todas y han recibido tan poco a cambio. Para que el bienestar de unos no se construya sobre el sacrificio de tantas. Para que, en realidad, ninguna mujer tenga que sacrificar nada, sino que cada una de ellas, de nosotras, tenga todas las oportunidades para vivir una vida digna, una vida en igualdad, una vida con todas las posibilidades de felicidad posibles.

*Diputada y Responsable del Área de Igualdad de la Comunidad de Madrid

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