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Opinión Traicionar a los muertos

ANA PARDO DE VERA

Cientos de personas durante una concentración convocada por el Ayuntamiento de Almería en duelo por la muerte de Gabriel Cruz. / EFE

La estrategia del PP con la cadena perpetua encubierta o prisión permanente revisable no es nueva: estampar en la cara de la oposición a las víctimas o a sus familias es un viejo recurso de la derecha sin escrúpulos, sobre todo, cuando se encuentra en horas bajas o busca reafirmarse, llámese corrupción en los/as de Rajoy o dígasele oportunismo en el lado de Rivera, cuyos principios le permiten estar en contra de la "demogagia punitiva" o estar a favor, según soplen los vientos de las encuestas.

"Usted traiciona a los muertos y ha revigorizado a una ETA moribunda", dijo un opositor Rajoy al presidente Zapatero en 2005, apenas un año después del atentado del 11-M (cuando el PP, y Aznar y Rajoy sobre todo, intentaron hacer creer al mundo que eran los terroristas vascos los artífices de la matanza de Atocha) y de quedar noqueado el Partido Popular en las generales del 14 de marzo pese a disponer de una mayoría absoluta de ventaja.

Las víctimas y su gente necesitan todo el apoyo del Estado y la garantía de un Derecho Penal democrático

Rajoy escupió hace 13 años esa frase cargada de ensañamiento en el Congreso de los Diputados para seguir después con gestos igualmente duros, como el de acompañar a las asociaciones de víctimas de ETA en varias manifestaciones contra el Ejecutivo socialista. Víctimas que, por cierto y poco después de llegar Rajoy a La Moncloa, le echaron en cara haberlas abandonado con la libertad condicional por enfermedad del etarra Bolinaga, condenado por el secuestro del funcionario de prisiones Ortega Lara.

Se puede estar a favor o en contra de la cadena perpetua, pese a que todos los datos y estudios -en España, Europa y EEUU, con pena de muerte- certifican que el endurecimiento de penas no garantiza mayor seguridad y sí atenta salvajemente contra el pacto social que todos/as los españoles nos hemos dado apostando por una reinserción cuyos datos positivos no salen en la prensa y son muchos más que los de reincidencia, que sí salen, y así lo han denunciado estos días juristas y penalistas contrarios a la cadena perpetua.

Lo que no se puede es utilizar obscenamente el dolor de víctimas golpeadas con el asesinato salvaje de un niño o una adolescente, invitarlas a una sesión parlamentaria donde los diputados se arrojan los cadáveres de sus seres queridos a la cara y utilizarlas en los discursos como si fueran signos de puntuación para ignorarlas cuando el viento electoral sopla a favor, como hizo Rajoy con las víctimas de ETA que se quejaron amargamente de la excarcelación de Bolinaga y así lo contaron: "Y la de votos que le dimos...", señalaban llorosas y apoyadas en el hombro de un Aznar siempre receptivo a las críticas a su sucesor.

Las víctimas y su gente necesitan todo el apoyo del Estado y la garantía de un Derecho Penal democrático que cumple su función: la de ser justo, no vengativo. Pero las víctimas y la empatía que sentimos por ellas no pueden dictar el camino de las leyes por el mero hecho de ser víctimas, y porque, pese a la crudeza del argumento, el dolor transforma la realidad en una masa amorfa donde las perspectivas se distorsionan y los sentimientos esconden a la razón yendo siempre por delante. No hay consuelo en la pérdida de un hijo/a, supongo; solo un tiempo que pasa y ayuda (no siempre) a convivir con la pena y el vacío.

El dolor transforma la realidad en una masa amorfa donde las perspectivas se distorsionan

Hace dos días pregunté a una política por este asunto; tiene niños pequeños y es contraria a la cadena perpetua:
- ¿Y si fueran tus hijos? ¿Cómo se mantienen los mismos principios del sí a la reinserción si matan a tu hijo?
- Lo he pensado mucho; es en lo que más pienso estos días... No puedo garantizar cómo sería mi reacción, pero ahora creo con ese dolor inimaginable, me volvería loca e intentaría matar al asesino o asesina y me iría yo a la cárcel, pero no comprometería a una sociedad entera.

Más allá de cada caso particular, de enfermedades, trastornos, traumas... la maldad existe y es inevitable. Crímenes atroces e inexplicables seguirá habiendo mientras el ser humano exista. La cadena perpetua, que lleva en vigor desde 2015, no evitó el asesinato de Diana Quer ni de Gabriel ni de otras pequeñas víctimas cuyos casos espeluznantes no merecieron -al parecer- la presencia del Gobierno en su funeral, que nos sonrojó a tantos ciudadanos/as.

La pequeña Naiara (8 años), torturada a manos de su 'tiastro' y las hijas de éste en 2017, pasó sin reivindicaciones ni alharacas políticas. "Vinieron cuatro personas al entierro: la madre con su pareja, la abuela y el cura", recuerda el enterrador. "Fila nueve, nicho 5". El más alto. "El que tiene un centro de claveles blancos y una placa dorada sin nombre", señala (El País, 15 de julio de 2017). Rajoy no veía peligrar su cadena perpetua entonces.

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