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Guillermo Fernández Guillermo Fernández: "El crecimiento de la extrema derecha se beneficia de la incomparecencia de la izquierda"

Politólogo y autor de Qué hacer con la extrema derecha en Europa, analiza el auge de las formaciones ultraderechistas y cómo la izquierda puede contrarrestarlo.

La batalla cultural de la extrema derecha contra Europa

Enric Bonet

¿Cómo frenar el auge de la ultraderecha? ¿Cómo la izquierda puede disputarles a los partidos ultra el monopolio del malestar? ¿Qué hacer con la extrema derecha en Europa? Son preguntas recurrentes que hacen correr ríos de tinta y alimentan acalorados debates en las redes sociales. Preguntas también presentes en la campaña de las elecciones del 10 de noviembre, en las que Vox amenaza con convertirse en su tapado. Según las estimaciones de Key Data para Público, el partido de Santiago Abascal lograría 28 diputados y superaría a Ciudadanos (27), además de asechar la tercera posición de Podemos (33).

Guillermo Fernández Vázquez (Madrid, 1985) es investigador en la Universidad Complutense de Madrid y se ha convertido en una de las voces autorizadas en el debate público español para analizar el auge ultraderechista. Ha publicado recientemente Qué hacer con la extrema derecha en Europa en la editorial CTXT-Lengua de Trapo. En lugar de condenar moralmente, en este libro describe la estrategia que permitió al Frente Nacional (FN) —ahora rebautizado Reagrupación Nacional (RN)— erigirse en uno de los partidos más votados en Francia y lograr el apoyo del 40% de los votantes obreros.

"La izquierda apenas ha analizado los motivos que han posibilitado el auge de la ultraderecha", asegura Fernández en esta entrevista a Público, en la que detalla las diferencias entre el electorado del partido de Marine Le Pen y Vox, los errores de la izquierda que favorecieron el crecimiento de la extrema derecha y apunta claves sobre cómo confrontarse a estas formaciones, entre ellas, el fértil terreno del ecologismo.

¿Hasta qué punto los errores de la izquierda han favorecido que la extrema derecha se convierta en Francia, Italia o incluso Alemania en la gran catalizadora del malestar?

No quiero caer en la autoflagelación, pero sí que creo que la izquierda ha tenido una mirada demasiado moralista respecto a la extrema derecha. En cierta forma, ha copiado el enfoque de muchos medios de comunicación mainstream, que básicamente lo que hacen es escandalizarse ante la ultraderecha. Un ejemplo de estas reacciones tuvo lugar en mayo de 2014 cuando movimientos de izquierdas organizaron en Francia una serie de pequeñas manifestaciones contra el "Fhaine" —un juego de palabras entre las siglas del FN y la expresión "frente del odio"—Básicamente querían demonizar a la extrema derecha.

El problema de esta reacción, que me parece muy sana desde un punto de vista moral, es que no aporta gran cosa a nivel político. La izquierda, en cambio, apenas ha analizado los motivos que han posibilitado el auge de la ultraderecha.

Los partidos ultras suelen sacar rédito de esta victimización…

Sí, les permite desplegar todo su victimismo. También defender la idea que el resto de los partidos y el conjunto del "establishment" se escandaliza con ellos, lo que demuestra que son la única fuerza que quiere cambiar realmente las cosas. Una frase que les gusta repetir a los dirigentes ultraderechistas es que las instituciones europeas temen más a Viktor Orban que a Alexis Tsipras.

A los dirigentes de Vox les encanta cuando la Sexta o militantes de izquierdas les llaman fachas. En cambio, quizás no les favorece tanto que se hable de algunas de sus propuestas programáticas, como la defensa de un plan hidrológico nacional, la liberalización del suelo o la privatización de las pensiones.

El partido de Marine Le Pen logró el apoyo del 40% de los votantes obreros que participaron en las elecciones europeas de mayo en Francia. ¿Cómo lo ha conseguido?

En los ochenta el electorado del FN estaba formado por votantes tradicionales de derechas descontentos con la derecha clásica. Pero a principios de los noventa empieza a lograr cierto apoyo de las clases populares. Aunque tuvo un ligero bajón en 2007, este volvió a aumentar a partir de 2012 con la llegada de Marine Le Pen a la presidencia del partido. Entonces, el FN cambió su estrategia y trató de alejarse de la etiqueta de extrema derecha situándose en un espacio nuevo en el paisaje político francés.

"El FN cambió su estrategia y trató de alejarse de la etiqueta de extrema derecha situándose en un espacio nuevo"

Entre 2012 y 2017 intentó de aprovecharse de la crisis económica, política y de la izquierda para constituirse en el partido transversal del descontento de los franceses. Incluso fue a buscar los votos de sectores que tradicionalmente habían sido muy reacios a votar por el FN, como los funcionarios o los homosexuales. Por ejemplo, intentó ganarse el apoyo de los profesores criticando la política de recortes de François Hollande, pero también pidiendo más autoridad en las aulas y denunciando los problemas de integración de las segundas y terceras generaciones de franceses de origen extranjero.

Entonces, el crecimiento de la ultraderecha se benefició de la incomparecencia de la izquierda, tanto del Partido Socialista de Hollande, considerado una izquierda traidora en el poder, como de la izquierda radical, que solo lograba seducir a los más convencidos. A partir de ello el FN intentó crecer hacia aquellos sectores que, sin ser militantes, sintieron en el pasado cierta simpatía por la izquierda.

¿Dio resultados esta estrategia?

Me llamó la atención que en varios reportajes televisivos cuando entrevistaban a votantes del FN, estos respondían: "Yo siempre he votado a la izquierda o mis padres y mis abuelos eran de izquierdas, pero el FN representa ahora lo que era en el pasado la izquierda". Esto favoreció la llegada de un nuevo perfil de votantes hacia el FN, más femenino y precario.

En lugar del hombre tradicional herido por la guerra de Argelia, el nuevo rostro del electorado de la extrema derecha francesa es el de una cajera de supermercado, harta de tener un salario reducido, pero también de la presencia de comida halal y de otros supuestos problemas ocasionados por el multiculturalismo.

A diferencia del FN, el electorado de Vox resulta más bien similar al del PP, con respaldos electorales más importantes en barrios acomodados como el de Salamanca en lugar de Vallecas o zonas periurbanas y rurales. ¿Por qué?

Vox también intenta en España implantarse electoralmente en las zonas rurales y periurbanas. Pero lo hace de forma muy distinta a cómo lo hizo el FN en Francia. Mientras que Vox se dedica a apelar a valores tradicionales, como la caza; el FN habla de la falta de servicios públicos, critica que en los pequeños municipios se cierren las oficinas de correos y sucursales bancarias y denuncia la falta de médicos que quieran trabajar en estos lugares. Es decir, el partido de Le Pen intenta aprovecharse del sentimiento de decadencia que existe en estas zonas.

El politólogo Guillermo Fernández Vázquez, autor del libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa.

El politólogo Guillermo Fernández Vázquez, autor del libro "Qué hacer con la extrema derecha en Europa".

En cambio, una vez un militante del partido de Abascal me dijo: "la apelación de Vox a los valores tradicionales y al voto rural es propia de un dominguero". Y no le faltaba razón. Se trata del típico discurso del hombre de ciudad al que le gusta ir al campo a pasearse, a cazar o ir a caballo.

En realidad, estas no son las reivindicaciones de las personas que trabajan o viven en el campo. Teniendo en cuenta que la escasez de agua será uno de los principales problemas en las zonas interiores en España, resulta sorprendente que Vox apueste por un plan hidrológico nacional. Una medida que seguramente indignaría a los campesinos manchegos o castellano-leoneses.

Una de las tesis originales de tu libro es que el auge electoral de la extrema derecha francesa no se debe solo a su carácter anti-establishment, sino al "haberse lanzado a conquistar un sentido común que antes le estaba vetado"

Durante los ochenta y noventa, el FN se erigió en el principal partido en contra de los consensos de la Quinta República. Esto le permitió un apoyo electoral considerable e incluso llegar a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002. Pero entonces Jean-Marie Le Pen fue directamente vapuleado por Jacques Chirac, con más del 80% de los votos.

La mayoría de los franceses odiaban al FN. Esto empezó a cambiar con la llegada de Marine Le Pen al frente de esta formación. Desde entonces, la RN trata de disputar la idea de que no es un partido anti-régimen y se presenta como la verdadera defensora de los pilares de la Quinta República, como el laicismo, la igualdad entre el hombre y la mujer, la conservación de servicios públicos de calidad, etc; que considera que el resto de partidos han traicionado. Así desarrollaron una oferta política que compaginaba seguridad identitaria y material, algo muy tentador para millones de electores.

Ante el auge ultraderechista, ¿qué deben hacer las fuerzas de izquierdas?

Dándole la vuelta a lo que hizo el FN en Francia fagocitando algunas ideas de la izquierda, deberíamos analizar si la izquierda española puede apropiarse de algunos valores de consenso en España, pero que suelen ser reivindicados por la derecha, como la familia.

"No puede ser que los partidos que hagan más hincapié en las políticas de natalidad sean el PP, Ciudadanos o Vox"

La extrema derecha se ha aprovechado de algunos de los malestares de nuestra época, pero esto también podrían hacerlo las fuerzas progresistas. No consistiría en disputarle a la derecha su visión identitaria y esencialista de la nación, sino la idea de seguridad. Es decir, tener certezas en la vida y que todo no sea permanentemente inestable.

No puede ser que los partidos que hagan más hincapié en las políticas de natalidad sean el PP, Ciudadanos o Vox. Existe un malestar creciente entre las mujeres por el deseo de querer ser madres y no poder serlo por la imposibilidad económica vital. La izquierda también debe disputar a los partidos conservadores la idea de familias.

También apuntas en tu libro que las fuerzas progresistas deberían dirigirse a aquellas personas que viven en territorios donde la izquierda estuvo históricamente menos presente, como las zonas rurales o periurbanas, convertidas en grandes caladeros de votos de la extrema derecha. ¿Cómo pueden lograrlo?

Una buena manera para dirigirse a los habitantes de estas zonas es denunciando la falta de servicios públicos. Apelar a todos aquellos ciudadanos olvidados que se sienten españoles de segunda, hablándoles de las dificultades para acceder a servicios educativos y sanitarios o los problemas que comporta el cierre de sucursales bancarias. Pero sobre todo hace falta articular una respuesta política a un sentimiento de decadencia evidente en algunas zonas del interior de España.

Para la campaña de las elecciones del 10-N, no solo los partidos de derechas, sino también el PSOE o incluso Más País abrazan el patriotismo español. ¿Ha llegado el momento en que la izquierda española se reapropie de la rojigualda?

No creo que solo se trate de ondear banderas. Pero teniendo en cuenta que la derecha española saca un gran rédito electoral de la inseguridad identitaria, la izquierda debería dejar de rehuir esta cuestión. Como la cohesión nacional divide, prefieren hablar de otra cosa. Pero la crisis territorial y el debate sobre el independentismo catalán seguirán estando ahí.

"La derecha española saca un gran rédito electoral de la inseguridad identitaria"

Las formaciones progresistas deben asumir el debate sobre la identidad española y elaborar un nuevo modelo de organización territorial. A partir de esto ya podrán adornar sus mítines con los símbolos que quieran, como la rojigualda.

De hecho, la alergia de la izquierda española por los símbolos nacionales no es ninguna excepción europea. En Italia, Alemania o Reino Unido, la izquierda también es muy reacia a ello. En Francia fue casi un hito que en 2017 la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon lograra llenar sus mítines de banderas francesas y cantara la Marsellesa.

¿La extrema derecha debe ser el adversario predilecto de la izquierda? ¿O bien debe combatirla con sus mismos códigos y en sus terrenos electorales (clases obreras y populares)?

En los últimos meses hubo un acalorado debate en las redes sociales en España sobre las tesis del pensador rojipardo italiano Diego Fusaro. Creo evidentemente que los partidos de izquierdas no deben imitar a la extrema derecha. Tampoco pienso que sea un acierto señalar a las formaciones ultraderechistas y confrontarse con ellas como si no hubiera otros adversarios, como predica la estrategia antifascista.

Las fuerzas progresistas deben tener su propio proyecto, pero sí que pueden resignificar y disputarle a la extrema derecha algunos de los significantes más interesantes que vehicula, como la identidad o la estabilidad.

Sin embargo, uno de los motivos del éxito de los partidos verdes en el norte de Europa ha sido su habilidad por presentarse como la antítesis de la extrema derecha. ¿El ecologismo es una buena herramienta para combatir a los partidos ultra?

El ecologismo, y también el feminismo, permiten plantear un modelo de sociedad alternativo en que prime la calidad de vida. No solo comer o respirar mejor, sino también disponer de unos mejores servicios públicos o relaciones sociales. Promueven un modelo de sociedad más respetuoso y cuidadoso. Si los partidos verdes, u otras formaciones progresistas, logran articular un proyecto que combine la defensa del medio ambiente con la idea de cuidado, calidad de vida y protección social, esto representaría un terreno muy fértil para la izquierda.

La ultraderecha se opone, por ahora, a la lucha contra el cambio climático…

Sí, la extrema derecha ha decidido que no quiere dar esta batalla y prefiere adoptar posiciones más bien anacrónicas. Tanto en el caso de Vox, pero también en otras formaciones ultraderechistas, han escogido la cuestión medioambiental para confrontarse con la izquierda. En lugar de seguir el ejemplo de Marine Le Pen que apuesta por un modelo "localista" para defender el medio ambiente, la mayoría de los partidos de extrema derecha critican la lucha contra el cambio climático.

Un eurodiputado de Alternativa para Alemania me dijo que los verdes eran el mundialismo disfrazado y que ellos solo podían confrontarse directamente con ellos. Lo mismo sucede con Vox que en verano generó grandes polémicas por las reacciones institucionales tras los incendios en las islas Canarias. La extrema derecha actúa de forma muy torpe ante la urgencia ecológica.

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