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Urania Mella: ilustrada, feminista y defensora de la República Condenada a muerte por "mala madre" y por combatir contra las tropas de Franco

Urania Mella sufrió la cárcel por su militancia antifascista y por intentar frenar el alzamiento rebelde en Vigo. Un tribunal le echó en cara "desobedecer" y radicalizar a su marido, quien sería ejecutado. En realidad, fue una mujer ejemplar adelantada a su tiempo.

Urania Mella y su hijo, Raúl Solleiro Mella. / NOMES E VOCES
Urania Mella y su hijo Raúl. / ARCHIVO DE RAÚL SOLLEIRO MELLA

Fue una mujer ilustrada y adelantada a su tiempo, comprometida con la lucha antifascista y defensora de los derechos de sus coetáneas. Condenada a muerte por un delito de rebelión, sorprenden los otros motivos expuestos por el tribunal en su contra: una "persona de moralidad que deja bastante que desear" por regresar tarde a casa "de alguna reunión de carácter extremista", que "tenía completamente abandonados a sus hijos y sentía por ellos poco afecto".

Por si no bastase, la causa militar señalaba que su marido era "un sujeto de carácter apacible y poco enérgico" que "se dejó influir" por ella, quien además de desobedecerlo le inoculó "ideas de extrema izquierda" que terminaron radicalizándolo. Urania Mella Serrano (Vigo, 1899) fue considerada por el consejo de guerra, además, como "la mujer que con más exaltación ha propagado las doctrinas comunistas en los últimos tiempos del Frente Popular".

Su pertenencia a Socorro Rojo Internacional y a la agrupación Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, junto a la defensa organizada en el barrio del Calvario para impedir el paso de las tropas rebeldes, eran argumentos suficientes en aquella farsa de juicio para imponerle la pena capital, pero quienes la juzgaron no pudieron evitar ajustarle las cuentas del rosario nacional-católico: le enseñaba a sus críos las "doctrinas marxistas" y su marido debía esperarla "hasta altas horas de la madrugada" cuando venía de reuniones socialistas. ¡Qué mala esposa y qué peor madre a ojos de los fascistas!

Julio Prada, editor del libro Franquismo y represión de género en Galicia (Catarata), señala que el caso de Urania resulta singular por varios motivos. "Es uno de los pocos ejemplos de represaliadas que tuvieron un protagonismo directo en el intento de frenar el golpe, una acción que se uniría a su compromiso político y social anterior, por lo que tenía todas las papeletas para ser condenada a muerte por un consejo de guerra", explica el historiador.

Otra peculiaridad es que los motivos expuestos en la sentencia quiebran los prejuicios de género, que sí se manifestarán cuando Urania vea conmutada la pena de muerte por la cadena perpetua, reducida luego a doce años de cárcel. "Mientras que los tribunales consideraban que la mujer no era un sujeto que pudiese pensar ni actuar políticamente por sí misma, alegando que no tenía carácter y que se había dejado llevar por su padre o su marido, a Urania la demonizan. En su caso, la lectura es inversa, pues ella estaba comprometida políticamente y según las autoridades desobedecía a su esposo, algo que llamaba la atención por infrecuente", añade Prada.

"Era inasumible para la sociedad que una esposa tuviese descuidada su casa por dedicarse a la política o que fuera vista a deshoras, pues el ideal establecía que debía estar haciendo la cena y acostando a sus hijos. Poco importa que ya lo hubiese hecho antes o que esa construcción no responda a la realidad: ella estaba en un espacio que no le correspondía como mujer, por lo que transgredía los roles de género establecidos", razona el historiador, quien también ha abordado esta temática en un capítulo de Mujer, franquismo y represión: una deuda histórica (Sanz y Torres).

De hecho, su hijo Raúl Solleiro Mella recuerda, a sus noventa y dos años, que era cariñosa y trabajadora: "Una madre de familia normal que iba con su marido a reuniones antifascistas, pero que nunca nos dejó solos, pues nos quedábamos en casa con una muchacha que nos atendía. Luego vino la guerra y empezaron los líos, porque la buscaban a ella, aunque lo mataron a él. Así es la vida...". Él era su padre, Humberto Solleiro Rivera, un socialista que trabajaba en Tranvías Eléctricos de Vigo y pertenecía al Consejo Sindical Ferroviario de UGT, además de presidir el Ateneo Deportivo y Cultural de Lavadores.

Humberto fue ejecutado el 30 de octubre de 1936, lo que lleva a Julio Prada a concluir que los prejuicios de género de las autoridades fascistas evitaron que Urania corriese la misma suerte. "Por una parte, la responsabilizan de la contaminación ideológica del marido. Si fuese al revés, cualquier hombre sería condenado a muerte. Por otra, los antecedentes políticos eran más agravados que en el caso de su esposo, siempre dentro de la lógica golpista. En cambio, ella es encarcelada y él, asesinado". Raúl tenía entonces ocho años.

Lo mismo sucedió con María Gómez González, alcaldesa de A Cañiza y única regidora de Galicia en 1936. "Como cargo público de la República, tenía que caer y lo habitual es que fuese condenada a la pena capital, pero tampoco la mataron. Sin embargo, un alcalde en sus mismas condiciones no se hubiese salvado de un pelotón de fusilamiento, excepto que conociese a algún gerifalte con una gran influencia en el régimen", concluye Prada, quien traza un perfil laudatorio de Urania. "Una mujer adelantada a su tiempo desde todas las ópticas, lo que refleja el elemento diferencial de la educación, que venía de familia. Así, era una persona cultivada, con gusto por la música y comprometida".

Fue, en palabras de Victoria Martins, una víctima efectiva de la represión franquista, porque formó parte de "aquellas mujeres de ideas avanzadas y singulares, que se habían visualizado socialmente en actos cívicos y políticos como manifestaciones, asambleas o mítines políticos". Todo ello, escribe la historiadora en Cárceles y mujeres en Galicia durante el franquismo (Universidade de Vigo), "se consideraba impropio de una mujer".

"Se estigmatizaba a la comunista como mujer combativa, peligrosa, descarada y grosera", añade Martins, quien considera "sumamente delicado" el caso de Urania. "Hubo de enfrentarse con la amargura y la aflicción del abandono familiar a causa de la mala opinión que habían inoculado en sus hijas los familiares de su marido", apunta la historiadora. Todo ello, por participar "en la lucha por conseguir una mayor participación en la esfera pública y para reivindicar sus derechos a través de procesos y acciones colectivas".

"Un ejemplo de vida"

Un compromiso político, pero también social y educativo. Al igual que su padre, Ricardo Mella, teórico del anarquismo condenado al destierro a quien Durruti leía en el frente, Urania enseñaba a escribir a sus vecinas analfabetas en la Casa del Pueblo. "Era un ejemplo de vida y una referencia para el movimiento feminista y asociacionista", subraya la filóloga Iria Presa, quien lamenta que apenas haya información sobre su militancia. "Durante la guerra, arrasaron su casa, aunque quizás algún día aparezcan archivos que nos permitan saber algo más de sus actividades y de su pensamiento", añade la estudiosa de la familia Mella.

El poeta Claudio Rodríguez Fer recuerda que, si bien su padre era anarquista, sus trece hijos no siguieron su estela ideológica. "Aprendieron de él los ideales de libertad, paz y antifascismo, pero evolucionaron hacia posiciones políticas marxistas, porque no veían claro por qué sustituir el principio de autoridad. Ricardo Mella siempre se opuso a la autoridad, mas sus descendientes vieron difícil llevar a la práctica ese ideal, de ahí sus posiciones republicanas o marxistas, no tan libertarias como las suyas". Por ello, intuye que Urania seguiría esos pasos, dado que no se afilió a la organización anarcosindicalista Mujeres Libres, sino a Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, liderada por Dolores Ibárruri, Pasionaria.

Urania Mella y Humberto Solleiro. / NOMES E VOCES
Urania Mella y Humberto Solleiro, encarcelada y ejecutado por delitos de rebelión. / NOMES E VOCES

"Ojo, tampoco está claro que fuese comunista, porque aunque estaba controlada por el PCE era una asociación de masas con diversas ideologías. No obstante, también se afilió al Socorro Rojo Internacional, una plataforma de ayuda a presos comunistas", añade Rodríguez Fer, quien subraya su "claro, consciente y activo" compromiso político. "Fue una mujer verdaderamente pacifista y antifascista, puesto que se afilia y muere por una agrupación que defiende esas causas. Un lugar en el que nos podemos seguir reconociendo hoy en día, pues son los dos males apocalípticos que dio el siglo XX".

Ejecución y encierro

Aquella mujer que revolucionaba a las mujeres de Lavadores, según el consejo de guerra, poco pudo hacer para evitar que Vigo fuese tomada por las tropas rebeldes, pese a las barricadas que montaron los republicanos en varios puntos de la ciudad. Dejó a sus cuatro hijos con sus hermanas y se refugió con su pareja en Redondela, aunque la presión pudo con ellas y terminaron confesando su paradero para evitar males mayores. Un engaño: Humberto fue ejecutado y ella, tras pasar por un penal vigués, fue recluida en la cárcel de Saturrarán.

La prole lo pasó mal: la familia paterna, católica y conservadora, había obligado a su marido que le otorgase su custodia. Las dos niñas crecieron pensando que su madre las había abandonado. Los dos niños, mayores que ellas, intuían que lo que escuchaban en la casa de sus tías no era cierto. "No echaba en falta a mi madre. Si te dicen que por causa de ella han matado a tu padre, pues no le tienes mucho cariño", confesaba Alicia Solleiro Mella en el documental Prohibido recordar, dirigido por Txaber Larreategi y Josu Martínez. "No fue culpa nuestra. Si no la quisimos es porque nos lo habían inculcado y nosotras éramos muy pequeñas", añade su hermana Concha.

El encierro en Saturrarán fue un infierno. Las presas vivían hacinadas, apenas contaban con retretes y usaban un cubo para asearse, fregar los platos y lo que correspondiese. Pasaron hambre, porque las monjas hacían negocio con los suministros. La única carne que probaron fue la legión de gusanos que acompañaba las lentejas. Una vez libres, hubo quienes no volvieron a ser capaces de probarlas en su vida.

Grabado de Urania Mella publicado en el poemario 'Amote vermella', de Claudio Rodríguez Fer. / SARA LAMAS
Grabado de Urania Mella publicado en el poemario 'Amote vermella', de Claudio Rodríguez Fer. / SARA LAMAS

En el documental también hablan de muerte: durante los seis años que permaneció abierta la prisión, fallecieron 120 mujeres y 57 niños, víctimas de la inanición y de enfermedades, pues el médico no las atendía. Cuando las madres velaban a sus pequeños, temían quedarse dormidas y que se los comiesen las ratas. No hay buenas palabras para las monjas, algunas acusadas por las reclusas de abusos sexuales. Sí le guardan cariño a los vecinos —de Mutriku, donde estaba ubicada la cárcel, y de Ondarroa—, pues hicieron lo que pudieron. Sin embargo, las capturas que les llevaban los pescadores eran vendidas por las religiosas en el economato e incluso en el pueblo.

Un día cualquiera se llevaban a los niños mayores de tres años y sólo dejaban a los bebés. Algunos eran entregados a familias adeptas al régimen; otros, ingresados en hospicios, y los más afortunados, cuidados por las gentes del lugar. "El gran representante de las teorías deshumanizadoras de la población reclusa fue el comandante-psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, cuyas teorías se concretaron en el principio de segregación total, que recomendaba la separación de los hijos de las presas de sus madres, por una cuestión de eugenesia física e moral", escribe Victoria Martins en el ensayo Galegas nos cárceres do franquismo: o penal de Saturrarán, publicado en la revista Adra.

Vallejo-Nájera consideraba a las rojas unas "débiles mentales", pero aquellas madres apenas tenían espacio para lamentarse, pues la capacidad de la cárcel era de setecientas personas, aunque el número de reclusas la duplicaba. Unas cuatro mil de todas las edades pasaron por allí y muchas nunca se olvidaron de las celdas de castigo, que llegaban a anegarse. "Mi madre padecía demencia senil y, cuando se le acentuaba la crisis, volvía a revivir las torturas", recuerda la hija de una represaliada. "Era terrible. Ni siquiera podía morir en paz".

Libertad condicional

Urania sale en libertad condicional en 1943 y regresa a su ciudad, pero el ambiente es irrespirable y decide instalarse en Lugo con María Gómez, la alcaldesa de A Cañiza, con quien había trabado amistad en Saturrarán. "Mi madre no podía resistir en Vigo. En aquella época, era un desastre para nosotros. Bueno, para cualquiera de izquierdas...", recuerda Raúl Solleiro Mella. "Vivimos en un piso su amiga, su marido y sus cuatro hijos, así como mi familia, que éramos mi madre y yo", detalla a Público el único hijo varón que queda vivo, quien excusa a sus hermanas. "Eran unas niñas pequeñitas y no se enteraban de nada. Las dejaron con una familia de derechas, cuyas ideas eran contrarias al progreso, y eso las influenció mucho y cambió toda su vida".

En El niño, una biografía novelada de su infancia y juventud que publicó en la revista Unión Libre y luego incluyó en su libro El monstruo de la guerra civil, describe a sus tías paternas: "Las mujeres de la casa son adustas y tristes, pero son las que mandan". Difícilmente podría llamársele hogar. "Casi no se puede hablar en voz alta: en cuanto los niños hacen un poco de ruido se les amenaza con enviarlos al hospicio". Un lugar donde su madre es "la causa de todos los males".

Urania Mella y María Gómez, en la cárcel de Saturrarán. / NOMES E VOCES
Urania Mella y María Gómez, en la cárcel de Saturrarán. / NOMES E VOCES

Mientras, en su piso de Lugo, Urania cogía puntos a las medias. No podía trabajar en lo que más le gustaba porque su instrumento favorito se había quedado atrás, en aquella ciudad que le traía "malos recuerdos" y donde era inviable ejercer de profesora de piano, que había aprendido a tocar en la Escuela de Artes y Oficios, porque los vencedores no iban a contratarla ni ella tampoco estaba dispuesta a hacerlo, rememora Raúl. Pese a que era un buen estudiante, no pudo ir a la universidad por falta de medios económicos y se empleó como mozo de almacén, en una agencia de transportes y como administrativo en un club de fútbol.

Una tarde, cuando fue a buscar a su madre para ir al cine, había fallecido a causa de un tumor cerebral que no le habían tratado en la cárcel. "El golpe fue brutal. Después de haber estado separado de ella los años de presidio y cuando podrían haber seguido viviendo con felicidad, llega esta desgracia que, aunque era una muerte anunciada a causa del mal que padecía, no la esperaba tan pronto", escribe su hijo en El niño, donde usa la tercera persona del singular para narrar su vida.

Su hija Alicia: "Yo no la quería"

Sus hermanas lamentan cómo la recibieron cuando salió de la cárcel. "Le di un abrazo. Mi madre lloró mucho, pero yo no lloré nada, porque no la quería", reconoce Alicia en el documental. "Me habían hecho esa faena: inculcarme que no la quisiera. Cosa que se equivocaron, porque la he querido muchísimo más adelante, aunque ya no se lo pude decir". Lo haría por escrito, años después, en el poema A mi madre:

Me hablaron mal de ti
y no te quise como merecías.
El descubrimiento de tu vida
hizo cambiar la mía.
Al salir de la barbarie carcelaria
dejaste de existir.
Sólo después te quise madre mía
pero no te lo pude decir.

Alicia vive actualmente en Totana, aunque Concha falleció con sentimiento de culpa. "Eso es lo que ella se tiene que quitar", le decía durante la grabación de Prohibido recordar. ¿Cómo van a ser culpables si eran unas niñas? "Pero si de mayores nos convencemos, como estamos convencidas, de que mi madre ha hecho una labor social dentro de la sociedad, de que ha sido una mujer honesta y de que ha luchado por una vida mejor, pues yo estoy orgullosísima de mi madre. Y he querido hacer, en la medida de mis posibilidades, lo que ella estaba haciendo".

Concha recuerda que le negó un beso cuando volvió a verla. "¿Por qué?", le preguntó Urania a su hija. "Porque no te conozco".

"Yo me marché, pero el beso me quedó aquí". Y señala la sien.

"Con el tiempo, fui pensando en lo que había hecho, porque yo no vi más a mi madre. La vida mía fue horrorosa hasta que me casé. Yo no tenía vida. Yo no era alegre. Cantaba y tal, como una niña, pero dentro no estaba. Es una etapa que no he superado hoy. Cuando me pongo mal, me meto en la cama y, si me dejan, no me levanto. Es terrible. Me acuerdo de que yo no le di un beso a mi madre… Eso puede hacerlo una niña cuando es pequeña, pero cuando te haces un poquito mayor…", reflexiona Concha en el documental. "¿Yo qué hice? Estaba loca".

Collage de Urania Mella publicado en los cuadernos 'Unión Libre'. / SARA LAMAS
Collage de Urania Mella publicado en los cuadernos 'Unión Libre'. / SARA LAMAS

Al menos recuperó el piano de su madre, que adquirió un carácter simbólico, pues era lo único que le quedaba de ella. "Urania daba clases de solfeo y de piano en su casa de Vigo. Cuando son apresados y encarcelados, los fascistas asaltan la casa y se llevan todo menos el instrumento, porque era pesado y poco útil para los fascistas, quienes preferían tocar el gatillo que las teclas", ironiza Claudio Rodríguez Fer, quien visitó a Concha para comprobar que lo había convertido en un altar dedicado a su madre.

"Convivió con él toda la vida y lo primero que pensaba cuando se mudaba de casa era dónde iba a situarlo", añade el poeta lucense, quien le dedicó Un tranvía llamado Urania, uno de los poemas de Ámote vermella (Xerais).

Venías de Vigo y de Ricardo Mella,
musa de libertaria astronomía,
tocando contra la guerra y el fascismo
en tu piano de paz, pan y solfeo.

Apenas se conserva nada de ella. "Unos pocos cuadros, pues pintaba muy bien, un vestido y su piano, que hoy forma parte de la Escuela de Artes y Oficios de Vigo como símbolo de su paso por allí y de su importancia como viguesa combativa y comprometida", explica Iria Presa, quien le resta importancia a que una calle lleve su nombre, el mismo con el que en su día fue bautizado un buque anticontaminación. "Eso no la representa, porque suelen ser actos políticos vacíos de contenido".

Su hijo Raúl reclamó hace años los documentos incautados en el 36, pero el Ejército se negó a devolver los folletos y libros que precisamente había esgrimido para condenarla a muerte. El Gobierno, al menos, invalidó las sentencias judiciales.

"Cuando es indultada y la encarcelan, la someten a otra tortura: sobrevivir a su marido, acusándola de causarle la muerte", se lamenta Rodríguez Fer, quien denuncia el sufrimiento causado a una mujer formada intelectual e ideológicamente por desviarse de la moral que impondría el franquismo. "Todos los tópicos de la mala mujer que emanan del catolicismo más integrista se le aplican a Urania, cuya vida sería a partir de entonces durísima".

Curiosamente, recuerda el poeta, su piso lucense estaba junto a la cárcel, donde había estado preso el propio padre del poeta. "Paradojas de la vida, una vez libre, ella tuvo que recordar su encierro todos los días", reflexiona Rodríguez Fer.

En Lugo,
tras la cárcel infinita,
solo pudiste ver la luz
de coger puntos a las medias
por estrechísimas carreras
diminutas,
antes de morir
punto
por
punto.

Pero por las murallas de milenios,
hacia nuestra Utopía irreversible,
pasa cada noche un tranvía libre
que se llama Urania Mella.

La cárcel silenciada

"Una familia más destrozada por Franco". Iria Presa, secretaria general del Comando RM, afirma que desde el golpe su vida fue "un verdadero terror", mientras que sus hijos se vieron obligados a vivir con la familia paterna, "adepta al régimen y contraria a Urania". Traumatizados, Presa cree que quizás quien más sufrió fue la pequeña Conchita: "Hasta el final de sus días vivió atormentada por no haberle dicho a su madre en vida que la quería".

Urania Mella. / NOMES E VOCES
Urania Mella. / NOMES E VOCES

Raúl quiso saber, pero Urania no le reveló lo que había sufrido en Saturrarán. "Nunca me comentó nada sobre su paso por la cárcel. No quería hacerlo. Cuando falleció, me enteré de más cosas por el documental que por lo poco que ella me había contado. Procuraba no hablarme de problemas y me hizo prometerle que no me dedicaría a la política". Su hijo no tenía ningún interés, mas ella insistió. "Como le había salido tan mal, prefería que no me implicase. Imagínate que matan a tu marido y tú eres encarcelada durante años...", razona Raúl, quien pasó por la pila bautismal tras nacer, al contrario que su madre.

"Nos bautizó a todos porque no quería que pasáramos la vergüenza que pasó ella cuando se casó", explica. Urania y Humberto contrajeron matrimonio por la iglesia, por lo que tuvo que ser bautizada previamente. "Eso sólo sucedía en un país como España", se queja Raúl, alérgico a toda religión pese a que estudió en un colegio de curas, fue monaguillo y cantó en un coro. "No me afectó para nada. Además, desafinaba a propósito para que me echaran", recuerda con humor.

Hoy viudo, terminaría casándose con la hija del último alcalde republicano de Monforte de Lemos, Juan Tizón, quien huyó a Portugal y llegó a refugiarse en la casa de Mário Soares, futuro primer ministro y presidente de su país. Y, como el dirigente luso, Raúl también se ha declarado socialista, si bien le hizo caso a su madre y nunca entró en política.

Iria Presa deja claro la importancia de Urania en el movimiento revolucionario y en el asociacionismo. "Especialmente en el femenino, puesto que formó parte de la organización del 8 marzo en 1936 e impartió clases gratuitas de alfabetización para mujeres y niños. Una mujer comprometida con su tiempo y con la sociedad viguesa, muy activa política y socialmente. Me imagino que, aunque estuviese más ligada al socialismo comunista, sus raíces libertarias influyeron para que fuese así", concluye la investigadora. "Pero, ante todo, fue una amante de su familia y cuidadosa con sus hijos e hijas".

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