Opinión · Principia Marsupia
Corazones helados y tórridos encuentros
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"Una ola de frío siberiano recorre Europa". Marx y Engels deberían asomar de sus tumbas para decapitar a todos los periodistas que fusilan el comienzo del Manifiesto Comunista para titular crónicas atiborradas de trivialidades vacías.
Me gotea saber que el señor Manuel rasca el hielo del parabrisas de su coche y que la abuela Paca lleva a los nietos a jugar con la nieve. Estoy aburrido de poesía chabacana sobre La Concha y el mar cubiertos por un blanco manto.
Propongo un titular alternativo: "Una ola de morralla insustancial recorre la prensa europea".
El temporal de esta semana debería haber servido para discutir en profundidad una herida que lacera nuestras sociedades: la situación de las personas sin hogar. En Europa occidental ya no se muere de hambre. Pero cada invierno, muchas personas perecen de frío en nuestras ciudades.
Creo que una forma de evaluar la decencia de una sociedad es estudiar cómo esa sociedad cuida de sus individuos más desfavorecidos. Nuestras sociedades tienen aún mucho que progresar.
El hambre, la enfermedad y la guerra forman el conjunto habitual de los enemigos de la vida. Se nos olvida, a menudo, añadir un elemento esencial: el frío.
La mayoría de nosotros vivimos en un lugar y un tiempo donde el frío es una experiencia anecdótica. Pero, desde la perspectiva de los cincuenta mil años de historia humana, la lucha contra el frío es una pieza básica para comprender a nuestra especie. Quienes nunca hemos tenido problema con el frío somos una insignificante proporción de las decenas de millones de hombres y mujeres que han existido.
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La invención del fuego fue esencial no sólo para que el solomillo de mamut quedase más sabroso, sino, sobre todo, porque permitió que los hombres se acostasen cada noche sin temer no volver a despertar.
Comparado con el hambre y la sed, el frío es una experiencia más intensa, violenta y dolorosa. Podemos aguantar algunas semanas sin comer y varios días sin beber. Tratad de soportar una noche sin abrigo en un parque de Madrid.
Frío y calor son fuerzas tan primordiales que sus reflejos se han filtrado a la más humana de las creaciones: el lenguaje.
Nuestros sueños se rompen bajo jarros de agua fría. Sufrimos de recibimientos gélidos, ambientes frígidos, miradas glaciales y corazones helados.
Nos regocijamos en ardientes deseos, torridos encuentros y cálidos abrazos.
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