Opinión · Detrás de la función
Un lugar más para vigilarnos
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El sociólogo alemán Ulrich Beck considera que vivimos en “la sociedad del riesgo”, donde constantemente hacemos frente a peligros e incertidumbres que se derivan precisamente de nuestros éxitos en el pasado. Por ejemplo, el preocupante problema del envejecimiento se debe en buena parte al aumento de la calidad de vida experimentado en Occidente en décadas anteriores; la ya casi presente escasez de petróleo y su altísimo precio provienen del aprovechamiento intensivo que permitió el desarrollo de la “Edad Dorada” del capitalismo. Tenemos que asumir que, en definitiva, nos hemos modernizado, y que eso supone inconvenientes que pueden llegar a quitarnos el sueño.
Algo así está sucediendo con el avance en las tecnologías de la comunicación. Hoy día, resulta difícil encontrar un análisis sobre cambios en un país o una sociedad sin que se destaque el papel que estas han tenido a la hora de poner en marcha procesos reformistas o incluso revolucionarios.
Las innovaciones comunicativas también entrañan riesgos que tenemos que conocer. Han multiplicado la posibilidad de interacción con el prójimo o de difusión de mensajes, pero también amenazan con restringir, paradójicamente, nuestra libertad de expresión. Si determinadas bromas de la calle trasladadas a Twitter nos suponen una sanción social, probablemente nos pensemos dos veces lo que vamos a decir en una próxima ocasión. Esto no nos hará mejores: simplemente, nos volveremos menos bromistas.
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Podemos llegar a extremos, como los caricaturizados por Berlanga en su película “Plácido”, en la que los mendigos invitados a la cena de Nochebuena no hablaban ni se movían por miedo a que los echaran. Hay muchas cuentas de Facebook que se han cerrado sin una causa clara. La consigna es “tener más cuidado”.
En 1965, Milan Kundera publicó “La broma”. El protagonista de esta novela vive en una Checoslovaquia gris que ha perdido el sentido del humor, aplastado por la escolástica comunista. Un simple chiste al final de una misiva (“¡Viva Trotsky!”) lo aparta de su empleo y de su porvenir. ¿Hemos entrado, también nosotros, en una sociedad de vigilancia y delatores? Con estas nuevas actitudes, casi nadie puede sentirse hoy seguro.
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