Opinión · Detrás de la función
No cuentan con nosotros
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En la magnífica The eternal sunshine of the spotless mind –Olvídate de mí, en la traducción- un sorprendente Jim Carrey espeta a su inestable pareja: “¡Hablar sin parar no significa comunicarse!” Algo parecido sucede hoy día con la multitud de medios con los que contamos para informarnos. Resulta curioso que la película mencionada trate sobre una clínica dedicada a borrar los recuerdos desagradables de la gente… ¿Acaso no hacemos algo parecido cuando nos entretenemos con la radio o frente al televisor?
Para algunos expertos, como el sociólogo José Félix Tezanos, el actual orden informativo –concentración de medios en pocas manos, difusión de un solo tipo de ideas, muchos colectivos no representados, etc.- resulta funcional para la estructura de relaciones económicas vigentes, lo que algunos denominan “neoliberalismo”. Bajo sus reglas, los medios se convierten en fabricantes en serie de apatía, descontento, cinismo, anomia y, en definitiva, una serie de actitudes que favorecen que quienes se lo quieren llevar crudo lo sigan haciendo como si no pasara nada. La crisis que estamos atravesando es un ejemplo muy claro.
Podrían realizarse estudios sobre la relación entre la exclusión social que se está produciendo debido a las actuales relaciones de producción –alto desempleo, bajos salarios, flexibilidad laboral, endeudamiento…- y la desinformación o privación de la realidad que sufrimos a mano de los principales medios que han prosperado ampliamente en este marco económico.
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De esta forma, al tiempo que se nos dificulta el acceso a una serie de bienes y servicios básicos, se nos fija semanalmente una agenda de temas políticos o económicos, que serán los únicos de los que podamos hablar y sobre los que tendremos que tomar partido, siempre a favor o en contra –con PSOE y PP como los únicos representantes políticos-. Paradójicamente, en el acto de la reflexión, de la opinión y de la implicación emocional se producirá la culminación de nuestra alienación, al estar moviéndonos y tomando decisiones personales en el terreno de la oferta y demanda de mercancías informativas. En un extremo, lo que sentimos, lo que nos preocupa o, peor, lo que nos hace sufrir rinde enormes beneficios para determinadas empresas.
Esta enajenación posmoderna, esta separación de nosotros mismos tiene la virtud de ser más confortable pero, al mismo tiempo, más difícil de reconocer y evitar: en las antiguas fábricas, el obrero era consciente de que constituía una pieza más de la cadena de montaje y así lo compartía con muchos de sus compañeros. ¿Qué sindicatos culturales nos defenderán de la narcotización que experimentamos durante todo el tiempo que estamos conectados?
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¿Cómo podría contrarrestarse esta tendencia? Volvemos a Jim Carrey, esta vez en Mentiroso compulsivo: “¡Y lo único que puedo hacer es cabrearme, cabrearme y cabrearme!” Al igual que el filme mencionado al principio del artículo, el mensaje de esta película no es inocente para el tema en cuestión: la cinta trata de un individuo que, por un extraño hechizo, se ve forzado a decir lo que realmente piensa a todo el mundo. Y acaba teniendo problemas y ciertas recompensas…
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