Opinión · Al sur a la izquierda
Victoria técnica y empate político
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Nunca hagas un congreso que puedes no ganar antes de unas elecciones que puedes perder. Es lo que deben de estar pensando los socialistas andaluces, entre ellos el presidente Griñán, que creían que Carme Chacón era mejor opción que Alfredo Pérez Rubalcaba. Más cargados de razón que de ecuanimidad, los ganadores se atribuyen un mérito estratégico que seguramente no tienen, como tampoco lo tienen, claro está, los perdedores.
En realidad, no es que Chacón o Griñán hayan perdido el congreso porque su estrategia fue errónea, sino que su estrategia fue errónea porque han perdido el congreso. Es decir, el resultado convierte retrospectivamente en errónea su estrategia, pero las votaciones fueron tan dramáticamente ajustadas que los análisis a posteriori necesitan pasar por alto ese hecho para resultar operativos como tales análisis. El juicio sobre la estrategia, los programas, los discursos o la valía de cada líder sería realmente esclarecedor si la victoria hubiera sido más abultada, pues ello sí habría evidenciado las preferencias de los delegados. Pero no ha sucedido así. El congreso se ha saldado no con una victoria política y un empate técnico, sino justo al revés: con una victoria técnica y un empate político. Ese es el verdadero problema.
Chacón ha perdido el congreso, pero igualmente pudo ganarlo. En un censo de 956 electores, la diferencia de 22 votos indica que el PSOE no ha resuelto sus problemas de fondo, seguramente porque no ha pasado suficiente tiempo desde las dos conmociones electorales que ha sufrido en apenas seis meses como para haber interiorizado el alcance del mal que lo aqueja y la terapia que precisa. El congreso ha tenido mucho de tratamiento de choque, pero no ha curado al enfermo, que ha salido de él más debilitado, no más sano.
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En alguna medida, este congreso ha sido una nueva versión de la Querella de Antiguos y Modernos, aquella encendida disputa intelectual y política de finales del XVII, cuando las ideas de modernidad, ciencia y progreso pugnaban por conquistar el espacio social, político y mental que venían ocupando las viejas certezas sobre la superioridad indiscutible de la Antigüedad clásica y de los valores de la religión convencional. En la vieja querella unos se desacreditaban a otros con la misma fiereza que lo han hecho chaconistas y rubalcabistas. Al final, como se sabe, ganaron los modernos, sí, pero tuvo que pasar cerca de un siglo para que ello ocurriera. El problema del PSOE es que no tiene un siglo por delante para resolver su querella.
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