Opinión · Crónicas Afganas
Un banquero a pie de calle
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Desde Kabul.
En Afganistán hay muy pocas cosas que no sean únicas y genuinas. Aquí los grandes banqueros no usan trajes caros ni corbatas de seda. Tampoco reciben a los clientes en un suntuoso despacho con cotosas alfombras y mullidos sillones de cuero. Aquí, los banqueros están en la calle. Aminullah lo sabe bien.
Tiene su modesta sucursal- un mostrador de endebles patas y un par de cristales- en la bulliciosa y concurrida Chicken Street. Allí recibe, gustoso, a todo el que se quiera acercar a su establecimiento para comprar una tarjeta de móvil- en tiempo de crisis una segunda fuente de ingresos nunca bien mal- a conversar o a cambiar dinero. “Normalmente mis clientes suelen ser extranjeros que pasean por la calle del pollo. Se encaprichan con alguna alfombra o regalo para llevar a sus casas y vienen a mí en busca de dinero afgano porque no todos los comerciantes aceptan euros”, afirma este peculiar banquero.
Aminullah delante de su pequeña sucursal bancaria en la Calle del Pollo. Foto: A. Pampliega
En su mostrador, pegados con papel celo, exhibe con orgullo los billetes de todos los países que ha podido reunir en 3 años de carrera profesional. Euros, dólares, libras, yenes, dinares, dólares canadienses y riales iraníes. “La moneda que más cambio es el dólar norteamericano; porque es la más común y porque la mayoría de los extranjeros son americanos. De vez en cuando aparece un europeo con euros. Pero si es dinero y vale en todo el mundo, yo lo cambio”, responde mientras cuenta el dinero que le acaba de entregar un cliente.
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Como buen cambista que se precie Aminullah cobra una pequeña comisión a los clientes. “Por cada cien dólares me quedo uno”, sonríe mientras se lleva a la boca un pedazo de pan recién hecho. Este joven de Kabul, no tiene más de 30 años, se gana la vida como puede- aquí, en este país, es la norma habitual. Es un emprendedor. Decidió reunir un poco de dinero que tenía ahorrado en su casa y se instaló en Chicken street al resguardo de la tienda que tiene su familia. Allí empezó poco a poco hasta que se ha podido comprar un mostrador. “Ganó diez dólares al día- la media está en seis. Es un buen trabajo. No requiere mucho esfuerzo físico; aunque lo malo es que en invierno hace mucho frío y no puedo sacar una estufa a la calle…”, ríe entre dientes.
Aminullah es un afortunado. Es su propio jefe y no tiene que darle cuentas a nadie. “Al gobierno le tengo que pagar por una licencia para que me deje poner este puesto en la calle. Pero no es mucho dinero; me sale mucho más rentable que trabajar para otros. Trabajo todos los días del año… Estoy muy feliz de poder trabajar como banquero”.
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