Opinión · A ojo
Promesas
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Barack Obama acaba de dejar el tabaco. Dice Michelle que no lo hizo por razones de salud, sino por algo más importante: no quería que sus dos niñas, si le preguntaban al respecto, lo cogieran en una confesión o en una mentira.
Pero romper otras promesas le preocupa menos. Se acaban de cumplir dos años desde que prometió, recién posesionado, que en dos años cerraría Guantánamo
–esa cárcel de presos torturados y sin derecho a juicio, vergüenza de Estados Unidos– y llevaría a los detenidos ante los tribunales civiles. Y no lo ha hecho, ni, por lo visto, lo va a hacer. Sólo ha habido un juicio civil, y salió mal. El acusado de terrorismo Ahmed Ghailani, juzgado por un tribunal de Nueva York en noviembre pasado, resultó absuelto de 285 cargos porque las pruebas en su contra habían sido obtenidas mediante tortura (seis años en Guantánamo, de los cuales dos en un “hueco negro” de la CIA). Y terminó condenado sólo por uno: eso sí, a cadena perpetua. Ante lo cual el Congreso, escandalizado, prohibió que en adelante otros detenidos en ese limbo militar sean llevados a territorio norteamericano para ser juzgados, cumplir condena o inclusive seguir presos sin juicio para toda la vida. Los congresistas ni siquiera consideran garantía para la seguridad de Estados Unidos el extravagante “poder presidencial de detención post-absolución”, por el cual el presidente puede mantener preso a quien quiera indefinidamente, aunque haya sido absuelto por la Justicia.
Porque el tratamiento que reciben en Estados Unidos los acusados de terrorismo, y los “combatientes enemigos ilegales” capturados en las guerras de Irak o Afganistán o comprados por la CIA a gobiernos amigos, recuerda a un viejo chiste racista de antes de los derechos civiles de los negros. Una muchedumbre de Alabama atrapa a un negro sospechoso de haber mirado a una blanca y lo condena a combatir en un estadio contra un león. Abren un hoyo en la mitad de la cancha y entierran hasta el cuello al acusado, cargado de cadenas, y apisonan bien la tierra de alrededor. Sueltan al león. El condenado esquiva las dos primeras acometidas de la fiera con ágiles movimientos de cabeza. A la tercera, estirando el cuello, consigue morder los testículos del animal, que ruge de dolor. Y las tribunas atestadas del estadio rugen de ira: “¡Pelea limpio, negro h.p.!”.
De ahí que la infame cárcel de Guantánamo, vergüenza de los Estados Unidos, no se cerrará nunca. O tal vez sólo cuando Barack Obama vuelva a fumar tabaco.
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