Opinión · Aquí no se fía
De mal en peor, después de un año con Rajoy
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Doce meses justos después de la toma de posesión de Mariano Rajoy, la economía española no presenta por desgracia ni el más mínimo síntoma de recuperación, pese a los muchos sacrificios exigidos durante este tiempo a los ciudadanos. Aunque el Gobierno se escuda en la ciertamente nefasta herencia recibida, la verdad es que la mayoría de los indicadores han empeorado desde que, el 21 de diciembre de 2011, el líder del PP llegó a la Moncloa. Cosa que hizo, por cierto, bajo la firme promesa de arreglar el país en dos años, porque la sola liquidación política de José Luis Rodríguez Zapatero bastaría para curar de inmediato nuestros males.
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Hoy, pese a la hiperactividad a veces histérica del Gobierno, tienen trabajo casi 500.000 personas menos que cuando se celebraron las últimas elecciones generales y, como consecuencia de ello, hay una cifra similar de nuevos parados. A falta de la poco prometedora EPA del cuarto trimestre de 2012, eso significa que con Rajoy se sigue destruyendo empleo masivamente, a razón de más de dos mil diarios, sin que exista ningún atisbo de que tan terrible hemorragia se vaya a cortar a medio plazo. Más preocupantes si cabe son las perspectivas para los jóvenes, muchos de los cuales incluso han tenido que abandonar sus estudios ante la imposibilidad de hacer frente a la brutal subida de las tasas universitarias.
La dramática pérdida de puestos de trabajo es el fruto natural de la política iniciada por Zapatero en mayo de 2010 y que Rajoy ha redoblado con entusiasmo, a sabiendas del efecto depresivo que inevitablemente tendría sobre la demanda. Cuando se produjo el relevo al frente del Gobierno, la economía española estaba estancada, pero es que ahora decrece a un ritmo del 1,6% en términos anuales, con el consumo y sobre todo la inversión cayendo en picado. Los continuos recortes presupuestarios; el empobrecimiento de las familias por culpa del paro y de la caída generalizada de las rentas, y la persistente escasez de crédito explican de sobra ese retroceso.
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Por si fuera poco, algunas decisiones del Gobierno no han venido más que a echar leña al fuego, como la desafortunada reforma laboral, que de momento no ha servido para otra cosa que facilitar el despido en un país donde ya estaba bastante liberalizado, aunque antes no fuera tan barato. En virtud de la nueva normativa y según datos oficiales, los ERE han aumentado en conjunto un 70% hasta septiembre y los de extinción lo han hecho en más de un 20%. Los trabajadores afectados, además de perder su empleo, se marchan ahora a casa con menos dinero para aguantar el tirón, debido a la rebaja de las indemnizaciones impuesta por el Gobierno atendiendo a una antigua reivindicación de los empresarios.
Tampoco hemos obtenido el beneficio prometido de las sucesivas reformas del sistema financiero, que ha requerido recursos equivalentes a diez veces la suma de los recortes en sanidad y enseñanza. Entre ayudas y avales, el Estado ha puesto ya a disposición de la banca del orden de 150.000 millones de euros, con el pretexto de evitar una debacle y de contribuir a que fluya de nuevo el crédito. Esto último, sin embargo, no ha ocurrido y tampoco las entidades han erradicado algunas de sus tiránicas prácticas, como demuestra el lamentable espectáculo de los desahucios, que ha provocado justificados brotes de rebelión ciudadana.
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Pero la mayor ignominia de este año de Rajoy es su empeño, y la de buena parte de su partido, en demoler los pilares en los que se asienta nuestro Estado del bienestar, so capa de que la crisis nos impide costearlo. Servicios públicos esenciales han sido víctimas de la piqueta, tienen ahora filtros económicos de acceso a través del copago o están en trance de pasar a manos del sector privado, como es el caso de la sanidad madrileña. Para colmo del despropósito, el Gobierno ha aprobado sucesivas subidas de impuestos, particularmente los indirectos, más injustos que los que determinan la carga fiscal en función de la renta.
Con todo ello, que se agrava por la ausencia casi absoluta de políticas de estímulo, no sólo será difícil caminar a buen paso hacia la salida de la crisis, sino que Rajoy está poniendo gravemente en peligro la cohesión social, en la que se había avanzado mucho gracias al esfuerzo de todos, y que es garantía irreemplazable de paz y de prosperidad.
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